31 de diciembre de 2006

recámara

Es evidente que este momento llegaría: ahora estás a punto de caer, y ya no eres tú la que habla sino esa angustia de saber que en cuanto toques el suelo se echarán sobre ti como lobos hambrientos. Te preguntas en qué parte de la película te levantaste dejando el patio de butacas desierto, y qué tienen que ver ellos en este final de la escapada. Al fin y al cabo, sólo se limitan a vivir la vida que dejaste a medias junto a la nevera, la descargan como un revólver contra el suelo, sin saber que hace ya mucho tiempo que te diste la vuelta tapándote los oídos. Ya ni siquiera puedes decírselo a los ojos, tan sólo lo pones por escrito y vas dejando copias en cada buzón que encuentras, siempre amaneciendo en camas ajenas. Hubo una época en la que era divertido poder decidir cada paso que dabas, sentirte un punto más sobre el alambre, iluminada por los focos, pero todo lo bueno se acaba, deja una espina amarga, y lo peor es que nadie te avisa cuando estás perdida, todos reducen la velocidad y esperan para verte rodar. Estás en el punto exacto de no retorno, de entre todas las opciones, lo más inteligente sería lanzar una moneda al aire para elegir de qué lado prefieres desplomarte. De todas formas, yo no le daría demasiada importancia a todo eso; nunca te preocupó cómo quieres ser recordada. Es tu estilo de vida: cuanto más alto subes, más cuchillos te esperan abajo.

5 de diciembre de 2006

un motivo como cualquier otro

Ya sabes cómo funciona, ella traía detrás un largo recorrido y yo sólo aspiro a tren de cercanías, así que no había mucho más que hacer, aguantar el tipo y esperar a que algo, lo que fuera, ocurriese, como quien espera junto al arcén en mitad de la tormenta. Además tenía la suerte en contra, y en este mundo hay demasiadas cosas por las que luchar como para añadir un corazón roto a la lista. Planté cara un par de veces más y pensé en capitular, tirar la toalla, pero uno tiene alma y no se da tan fácilmente... de todas formas la empresa merecía la pena, créeme, pocas veces he encontrado diamantes en bruto a la luz de una vela roja y con ese sonido de fondo, parecía que se acababa el mundo y ella y yo separados por un precipicio. Hacía un rato que las puertas estaban cerradas, de modo que no había salida posible, ni siquiera una escapatoria de emergencia, y en ese momento necesitaba más que nunca aire fresco, una bocanada de vida que no llegaba. Me limité a perseguir el brillo de sus ojos de aquí para allá, buscando los rincones ocultos de la vía láctea. Corriendo sobre los raíles pasé toda la noche, balanceándome al ritmo que marcaban mis botas sobre la gravilla. Cuando amaneció, descubrí que ya estaba demasiado cansado para pensar con lucidez y me limité a devolverle la mirada, con frialdad no pretendida esta vez, y empezar a escribir.

28 de noviembre de 2006

el decálogo del olvido

Escribí una lista con unos cuantos consejos ajenos y la dejé junto al pomo de la puerta. Era un laberinto de caminos sin recorrer, sitios en los que habría estado contigo o escenas de una vida no vivida por culpa de las distancias entre tú y yo algunas veces, y otras muchas de las coincidencias que no acudieron puntuales a su cita. Pero en la mayoría de las oportunidades perdidas, era yo el único culpable. Al ir enterrando los momentos aprendí que nunca había apostado todo a una carta por miedo a perder más de lo que merecía, y por eso había visto desfilar demasiados trenes ante mí. En cambio, ahora mismo me encontraba aparcando lo que no había podido ser, pretendiendo iniciar una nueva cuenta hacia delante, y para eso necesitaba dejar por escrito cada huída no emprendida. El caso es que entre las vidas muertas sobre el papel se escondía una alternativa pendiente, unos puntos suspensivos que aparentemente no llevaban a ninguna parte y parecían querer escapar de la hoja. Tal vez hacia un territorio más agradable, un presente que no doliera junto a ti, algo reconocible después de tanto telegrama sin destinatario. Una nueva apuesta desplegándose ante mí como las líneas de la mano. Cerrando los puños, abrí la puerta y encogí los hombros. Fuera llovía.

16 de noviembre de 2006

tu tacto al despertar y el Álgebra de Boole

Cuéntame otra vez cómo convertir esta baldosa rota en abrazo eterno, en cuarenta y tres minutos traduciendo tus ojos, en tu capacidad innata para interpretar mi partitura a cientos de kilómetros de mis cuerdas. Soy incapaz de descifrar el misterio que me convierte en número irracional mientras tú lentamente te vas volviendo consonante impronunciable, juntos iluminados por los televisores sin sonido en el escaparate de la tienda de electrodomésticos; yo con los brazos cubiertos hasta los codos de polvo y tu sonrisa al final de una escalera, da igual si arriba o abajo pero cerca. La duda se vende cara y siempre cobra intereses, así que a menudo olvido el método para resolver el sistema compatible indeterminado que forman tus dedos entrelazados con los míos, atrayéndose por fuerzas desconocidas; unos cuantos pasos descalzos sobre la hierba y los tres bancos de madera que nos miran desde el otro lado del estanque. Tú conoces las soluciones, las coordenadas exactas donde alguien escribió nuestra historia con tiza de dos colores y ahora nada, ni siquiera la lluvia puede borrarla. Porque todavía late, respira, es algo vivo que debería ser explicado en las universidades: instrucciones para volar. No hay más.

9 de noviembre de 2006

Hymn To Freedom

Besarte la yema del pulgar supone abrir una puerta que lleva a la oscuridad de la tormenta más luminosa, dejamos escrito a medias en los azulejos del cuarto de baño. Alrededor flotaban mil pompas de colores en las que se reflejaba todo el universo que cabe en una habitación sin ventanas ni salidas de emergencia, sólo vistas al interior. En un segundo eterno como un parpadeo reflexionabas sobre ganar experiencia y perder ilusión, pero no contabas con la trampa tras los títulos de crédito. Y en ese paisaje inventado no existían las canciones tristes, sólo las capturas fotográficas de cada momento capaz de brillar por sí mismo, sin necesidad de contexto. Teníamos esas muescas colgadas de las paredes de marfil deshechas, conscientes de que al cerrar los ojos podríamos repasar tu historia y la mía sin necesidad de guía. Recuerda todo aquello y dame una buena razón para no bajarme una y otra vez en tu estación, para no volver a visitar tu nuca cada vez que pierda pie.

30 de octubre de 2006

N-340

La última vez fue parecida a todas las demás, pero algo ardía en el fondo del vaso, como una premonición. Había dejado las ventanas de casa abiertas, y las llaves puestas en la cerradura: muy poco que perder, y quien quisiera llevarse algo de allí, no conseguiría más que promesas incumplidas y trozos de futuro desperdigados por el suelo. Estaba en la parada de taxis, la espalda apoyada sobre el cartel del último concierto. Recuerdo verte a lo lejos, caminando despacio, casi a cámara lenta, plano americano. Sin banda sonora, no te hacía falta. Luz natural. Supe en ese instante que había encontrado el núcleo, el centro sobre el que orbitar sin pasar dos veces por el mismo punto. Siempre venías de la misma forma, yo sentía que el resto del mundo era idiota por no darse cuenta. No tenía nada que ofrecerte, salvo los despojos que no interesan en la casa de empeños, pero a ti parecía no importarte. Tu mirada decía que pocas cosas se te resistían, eras un mapa de carreteras secundarias, calles secretas en una noche fría. Mi problema es que nunca supe lo que quisiste decir cuando estabas tan cerca que podía ver a través de tus ojos, y entonces todo se vuelve una lengua extraña, un recorrido cubierto por la niebla. El error es más pequeño cuanto más me aproximo a cero, decías, pero el peaje es demasiado caro y nunca llevo más de dos monedas en el bolsillo. Así que nos limitábamos a prender fuego a sobres sin sello, a arrojar recuerdos desde la ventanilla del coche pensando que si conseguíamos borrar lo que habíamos sido por separado, ya no habría razón para no sonreír a oscuras. Cuando se nos acabó la gasolina, ya no había nada que quemar. Tampoco podíamos ir más lejos, ni siquiera dar media vuelta y desandar el camino. Todo estalló, rebotó y chocó contra las paredes de la habitación, pero en el silencio más absoluto. Las huidas de invierno son duras, los días son demasiado largos y las noches nunca duran lo suficiente como para compensarlo. Aún así, tú repites: no digas que no te avisé cuando desaparezca nuestro futuro.

17 de octubre de 2006

autopsia

Debería buscar una verdad más amplia, algo asible que flotara en la tormenta, pero sólo entiendo tu lenguaje, tu me enseñaste a pronunciarnos al oído, dentro, y ahora alejarme sería quedar a la deriva. Me acostumbré con demasiada facilidad a tu capacidad de encantadora de serpientes, lluvia y tardes descalzos, distancias recorridas con sólo cerrar los ojos y respirar tu mismo aire. Compartiendo de puntillas un instante en plena avenida, hora punta y semáforos en ámbar. Despertarme y zambullirme de cabeza en tu pelo. Ahora todo eso me parece borroso, casi como un recuerdo de niñez, algo vivido en tercera persona. Y sabes bien, porque tú lo sabes todo, y lo que no sabes lo intuyes, que soy incapaz de visualizarlo, que borré los momentos más dolorosos pensando que con eso bastaba, pero cuando terminé me di cuenta de que hacen más daño los pequeños gestos, esos momentos aparentemente sin importancia. Como aquella vez en la entrada del cine más pequeño del mundo, cuando te giraste de repente y llorabas de frío, y yo me sentí tan diminuto y necesario como una tirita, un parche de los que usábamos en las rodillas de los pantalones cuando preferíamos experimentar la fuerza de la gravedad antes de volvernos demasiado graves. Por eso pienso que la salida más fácil suele ser la de emergencia, dos pasos y ya estás fuera, el problema es que no sé interpretar las señales. Contigo se fueron también el viento y la marea, y no encuentro la llave. Me enseñaste a olvidar todo lo que había aprendido, y ahora no consigo olvidar lo que aprendí de ti.

2 de octubre de 2006

RUMM

la señorita Demasiado te golpea duro
sabe cuáles son tus puntos débiles
espera a que las apuestas suban
justo cuando están en la cima
te vuelve a golpear,
donde más duele
es su especialidad
tú procuras
cumplir bien tu papel
decir frases ingeniosas
escupir al suelo de vez en cuando
ya sabes
todo lo que se supone innato
en alguien de tu talla
aguantas hasta el último
y ella se lleva la bolsa

en el fondo, todo es miedo
miedo cuando sonríes
tratando de ocultar
tu propio miedo, identificable
incluso a diez manzanas de aquí
nadie se sorprendería de verte
paseando una noche
tu miedo por los bares
como una piel de cordero
con demasiados arañazos
pero así están las cosas
y nada parece anunciar
un cambio a corto plazo,

así que aprieta bien los dientes,
aguanta otra embestida
y puede que consigas el título
si no lo logras
no te preocupes,
algún aspirante lo hará por ti
créeme
sobran aspirantes

la otra noche
alguien se apiadó de ti
se te acercó despacio
diciendo lo que todos pensamos
tal vez deberías
dedicarte a otra disciplina
la señorita Demasiado
no necesitó tantos combates
para aprender a mantener la guardia
para morder antes de ser mordida

para defenderse
de lobos miedosos

25 de septiembre de 2006

flotar sin rumbo, cerrar el paraguas, apagar la luz

Piensa en una rueda enorme girando colina abajo, cada vez más y más deprisa. Imagínate cómo sonarían al salir de tu boca las palabras. Amor. Hogar. Tiempo. Aún no he podido parar a pensar en cuándo y cómo y por qué empecé a pensar que te quería, pero la sensación es parecida a despeñarse desde el Everest, empiezas a volar sin hacer ruido, pero en cuanto tocas tierra no puedes dejar de golpearte una y otra vez. Sé que traté de huir a través de los momentos que te podía arrebatar mientras estabas distraída jugando con tu bola de demolición. Pero nada sale bien si no lo intentas con pleno convencimiento, y aún así nada suele salir bien, había otoño y primavera, fuego y nieve, y en el medio estábamos tú y yo pretendiendo ser dos hermosos desconocidos, dos árboles con sus raíces entrelazadas, atravesando en décimas de segundo la ciudad sobre un mapa de metro clavado en la pared, luchando contra el viento en callejones mal iluminados. De modo que las apuestas nos daban como perdedores incluso antes de que comenzara el primer asalto, todos tenían razón dijeran lo que dijeran y nosotros disimulábamos, sonreíamos y corríamos con los ojos vendados hacia la orilla. Dilatábamos el tiempo cuando estábamos juntos, pero las razones que nos unían se escapaban por los resquicios, derramándose por el borde de nuestro corazón como vodka sobre la barra del peor bar de la ciudad. Así que fue fácil enterrar lo que fuera que habíamos creado, ya llevaba muerto demasiados abrazos. Te limitaste a permanecer allí, de pie junto a la cama, encendiendo un cigarrillo, yo te miré y sonreí, sentí un estallido en alguna parte entre la cabeza y el hombro, y me consumí de golpe, como si hubieras lanzado una piedra contra mi remendada fe en el nosotros. Cuando se apagó el eco de aquel temblor, miré alrededor y la tierra no se había abierto bajo mis pies, pero una gota de lluvia resbaló por mis manos hasta caer sobre la almohada. Se acercaba de nuevo el invierno, y me esperaba un largo camino de regreso al lugar donde todo comenzó. La brisa puede llevarse las palabras, pero no borra el surco que dejan.

12 de septiembre de 2006

el frío en tu espalda

Dando vueltas por la ciudad de los tonos grises, caminando como he caminado otras veces, en otras ciudades, descubriéndolas de una forma aleatoria, simplemente andar y mirar a todas partes, mientras te escucho y te aprendo. Pero aquí hay demasiados charcos, demasiadas huellas. Recorrer estas calles se parece un poco a tratar de atravesar un campo de minas con recuerdos que saltan y explotan en cuanto los rozas. No me pidas que entre por esa puerta, por favor, avanza el disco, no me gustaría escuchar la siguiente canción, si no te importa evitemos este cine, cada vez que haces ese gesto me estremezco. Una casa exactamente igual a otra, hace unos años. Al final del pasillo, la misma habitación, con la misma ventana, y la misma cama, como un mal sueño, navegas miles de kilómetros y encuentras un resumen, con planteamiento nudo y desenlace, de lo que te hizo alejarte entonces. Por eso reniego de la filosofía barata, de los que no ven más allá de la llama de su propia vela y creen que han descubierto el fuego. Sólo necesito un plano que nadie más entienda, para borrar una por una todas las marcas que fueron dejando las guadañas, para poder caminar por esta ciudad sin miedo a que de repente te mire y ya no seas tú, sino una sombra de la habitante original de esa cama. Para que el pasado no soporte el presente y escape lejos, sin posibilidad de futuro.

7 de septiembre de 2006

porque cuando cierro los ojos sigo viendo tu sonrisa

trata de atraparlo, nunca sabes
cuándo puedes necesitar este instante

tan sólo has de seguir allí arriba
sembrando memoria y respirando olvido
convertida en un mar de péndulos
tempestad de cronómetros y metrónomos
con los que marcas el ritmo endiablado
de las decisiones erróneas

yo te observo desde abajo
como un faro frente a la playa desierta
para que no desaparezcas
para que no te apagues nunca
evitando los lastres de cada huída
la espina que deja el amor cuando se apaga

si caes traigo una red de arpegios
y si decides arder intentaré recordarte
exactamente como la primera vez
despierta al sur de todos los amaneceres
si no te permites sentir nada
puede que tardes una temporada en darte cuenta.

al fin y al cabo caminar sobre el alambre
no es cuestión de consciencia sino de intuición:

en un día bueno vuelas,
en uno malo te ahogas.

4 de septiembre de 2006

el recuerdo de la mujer mandrágora

Sabes bien lo que me alimenta, lo que me mantiene latiendo: esta alternativa, el detenerme en cada pretérito imperfecto; y créeme, es tan fácil amarla, que se hace inevitable no darlo todo por su sombra, no besar cada gesto ni apurar cada trago. Por cada uno de sus poros respira vida, un torrente de colores, desatando incendios a su paso. Y yo no soy el único que lo nota, cualquiera puede estar con ella durante dos minutos y decidir darle a su vida un nuevo rumbo, hacia una orilla más luminosa y tranquila. Así que no es cuestión de hacerlo mejor o peor, tan sólo es necesario pararse un momento y dejar que su corazón hecho cristales te empape como una lluvia de luz. Como siempre, mi presencia es una sombra tangencial, yo no entro en sus planes, ni siquiera en los míos. Pero durante un instante deberías habernos visto, con aquel cielo que parecía anunciar el fin del mundo, y un nexo mudo entre los dos; a nuestro alrededor no había nadie más y realmente pensé, bueno, esto es lo que uno busca durante tanto tiempo, por un segundo así merecen la pena mil años de travesía. Es tan fácil amarla que desde que la conocí ni un sólo día he dejado de hacerlo.

29 de agosto de 2006

verdades sin límite

A veces pienso si tiene sentido, me columpio hasta el mismo borde, y entonces te me apareces, como de vuelta del fin del mundo, después de haber vivido treinta vidas en una, y siento que mi razón de ser es permanecer, quedarme en ti. Instalarme en tu espalda más allá de la vieja chimenea y el viento agitando las persianas, lejos de los puntos suspensivos y las metas volantes. Con un cielo que se aleja lento si miramos por el visor de la cámara, con el horizonte recortado en papel charol y pegado en la pared, tu sonrisa en cada postal si cierro los ojos, migas de pan para recordar el camino de vuelta. Con la seguridad de que nunca llegaremos a la orilla, por más que lo intentemos, de modo que disfrutemos del viaje. No hay mucho más, nunca vendí finales felices y tú ya no crees en nada que no quepa en la palma de la mano, el último tren hacia el interior se aleja por el túnel y sólo quedamos tú y yo sobre el andén. Saquémosle chispas, hagamos castillos tan altos en el aire que podamos trepar a ellos, llegar arriba y ver pasar el tiempo desde allí. Darse por vencido es tan fácil como asomarse al vacío, pero tú haces que merezca la pena seguir soñando despierto.

19 de agosto de 2006

milestones

y decidías convertirte piedra, volverte estatua de mármol, y yo ya no podía hacer nada más que mirarte, y hasta eso me dolía, me estremecía la distancia que nos separaba, no sólo ese espacio físico sino la certeza de. En esta ciudad llena de nubes, de lugares que habitar contigo, todo se mueve a la velocidad que marcan los semáforos y apenas nos queda tiempo para mirar hacia arriba, hacia atrás, y hacia dentro; por eso notaba cómo el precipicio era demasiado ancho, y tus ojos ya no estaban allí, una vez te giraste y ahí te congelaste de nuevo por un momento, transformada en un árbol, subida a la cima de una montaña desde la que no se distinguían las sombras que te rodeaban. Yo era un punto más en la profundidad de tu campo de existencia, el último guijarro en el camino. Por eso no había nada más, ni planteamiento ni nudo ni desenlace. Tan sólo entreacto, tiempo muerto entre un asalto y el siguiente, tú en tu esquina y yo en la mía, sin nadie que grite “segundos fuera”. Simplemente una posibilidad de encuentro que se desvanecía lentamente, con el ritmo exacto con el que se funden los hielos en los vasos.

7 de agosto de 2006

Uma lo sabía antes que tú

Debería haberte dicho algo, proponerte cualquier cosa, pero el humo era tan denso y bueno, ya sabes que nunca consigo cruzar la meta aunque esté en la última vuelta y corriendo solo. Así que me limité a reconocer que sí, que nos habíamos tirado del tren en marcha justo cuando iba a descarrilar, y que desde entonces caminábamos sobre los raíles, tú en un sentido y yo en el otro. Pero mientras me absolvías estabas tan cerca que no podía distinguirte, nadie me enseñó a mirar a través de una lupa, y de repente todo el cansancio de tu ausencia me atacó por la espalda y decidí que tal vez hay tantas olas en el mar para evitar que nos quedemos anclados en el mismo punto. Tú me mirabas desde detrás de tu antifaz y sonreías como lo hace la chica del gánster en el momento de disparar el gatillo en las películas en blanco y negro, así que no tuve más remedio que encender la luz y salir de allí antes de que me atravesaras de nuevo con una única palabra. El gato negro de tu escalera me guiñó al pasar a su lado, murmurando: Las historias tristes son como los saltos en paracaídas; hay quien se hace adicto, pero para la mayoría con una vez es más que suficiente.

21 de julio de 2006

El poema en la servilleta

Podría memorizar cada gesto, cada esquina, cada pequeña constelación anudada en tu espalda, y luego tratar de dibujarte exactamente igual, y no lo conseguiría, a pesar de que las teclas blancas y negras tratasen de imitar tu respiración, a pesar de que diez meses de ausencia son mucho más que una casualidad, los dos sabemos que no se puede detener un reloj durante tanto tiempo sin que los engranajes salten por los aires. Así que seguramente te desvanecerías en cuanto sonara el primer acorde, y volverían a asomarse los fantasmas de otros tiempos, otros lugares, ocupando tu lugar, porque tú nunca pretendiste quedarte para siempre, ni yo reservé más de un metro cuadrado para los dos. Y los fantasmas son capaces de cualquier cosa para permanecer, rompiendo en astillas cada forma de hacerte presente, rellenando con azúcar el depósito de gasolina para impedir que ponga tierra de por medio. Por eso te propongo la huida antes de que sea demasiado tarde, escapar lejos de los pasos de cebra y las farolas con forma de flexo, nos marcharemos antes del amanecer, y ya no necesitaré teclas para recomponerte, ni habrá metros cuadrados que nos contengan. El asfalto nos borrará la memoria, nos alimentaremos de futuro.

10 de julio de 2006

tenía muchas llaves en el bolsillo pero no recordaba cuál abría tu puerta

La luna parecía desdoblarse naranja allá arriba, descomponiéndose en un espejo de parque de atracciones, y yo te dije que nunca había visto unos ojos que brillaran tanto como los tuyos. Eran verdaderamente mar, a veces tempestad y otras orilla, transmitiendo mil sensaciones por segundo. Tú esperabas mis cinco sentidos pero sólo tres estaban de guardia; un rayo de tu luz me deslumbró y pensé, a qué velocidad gira esta ruleta, qué serie infinita de coincidencias se han dado para que ahora esté sonriendo a estos ojos, sintiendo los familiares impulsos eléctricos que atraviesan el aire entre los dos. Tú habías sido 5:55 pero nunca llegaste a descubrirlo, y yo era el fotógrafo sin carrete cometiendo de nuevo los mismos errores. Al fin y al cabo pocas cosas cambian alrededor de de un par de sauces durante cuatro estaciones; de modo que éramos a la vez intérpretes y espectadores de la misma representación. Y verdaderamente nada podía salirse del guión, ni siquiera cuando me pediste que contuviera la respiración mientras, como en un rito, te despojabas de aquel par de esmeraldas, me tomabas la mano y dejabas en ella con un suave soplido un pedazo de sueño, susurrándome: “ya no tienes de qué preocuparte, no puedo irme demasiado lejos”. Cuando abrí de nuevo el puño, dos trozos de carbón cayeron a la arena con un golpe sordo. Comprendí entonces que entre tú y yo sólo era posible intercambiar cenizas de polaroid.

18 de junio de 2006

desfase horario

Si el objetivo es alcanzar el número uno, puedes ir borrándome de la lista. Al fin y al cabo, sólo soy un par de manos abiertas, palmas hacia arriba, extendidas sobre la mesa. Tan inofensivo como pintar un amanecer del color de tus ojos. Y de vez en cuando contarte un poquito, apenas una diapositiva, acerca del chico que buscaba la felicidad armado con un cazamariposas y media sonrisa; aquel chico que caminó durante tanto tiempo que acabó en una vía muerta al otro lado de la frontera, donde los sueños dejan de respirar. Convertidos en extraños, completos desconocidos que cada vez que se desencuentran se sacuden el polvo acumulado de sentirse incompletos, pronuncian cuatro palabras en un mal francés y juegan a detener los relojes de la plaza. Hay tanta gente dentro de mí que no vas a conseguir asignarme una posición, un puesto en la clasificación, nada de archivadores ni tablas de contingencia. Únicamente un hilo verde nos une, tan delgado que los demás no lo notan hasta que tropiezan con él. Puedes consumirte en tu propio fuego si es lo que pretendes. Yo sólo soy las manos extendidas.

15 de junio de 2006

ciclo

Hacía ya tiempo que veíamos acercarse la tormenta, pero tus ojos siempre me parecieron aguas tranquilas. Recuerdo el viaje, la oscuridad y aquella forma que todos tenían de mirarnos, como fuéramos culpables de desvelar el secreto, de no divulgar los misterios. Parecía que el destino nos iba a aplastar como un elefante a un junco, y después nos levantaríamos intactos. Nadie es capaz de sentir el vértigo en ese momento, aunque acabe de trepar desde el fondo del precipicio y apenas pueda sonreír. Más tarde todo se convierte en hueco que pronunciar, en posibilidad perpetua, recuerdos flotando en el aire y montaña de platos sin fregar. Piénsalo bien, estás a punto de echar a rodar de nuevo la bola de nieve; de sobra conoces lo bueno y lo malo que está por venir. Como en aquella tormenta de verano, tú decides dónde resguardarte.

31 de mayo de 2006

blue moon revisited

Esquivé la primera ráfaga, pero no tuve tanta suerte con la segunda. Me dije, mide bien tus pasos, parece que esta vez va en serio. Y de nuevo esa sensación de ser un pedazo de historia entrecortada, que se va ahogando lentamente a base de un par de disparos a quemarropa cada vez que el viento cambia de dirección. La habitación estaba vacía, o podría haberlo estado, y las huellas de nuestros pies descalzos se adivinaban sobre la arena de una playa imaginaria que sólo ella y yo podíamos habitar. Estaba dispuesto a pasar de largo, a seguir caminando, quería evitar el fuego cruzado. Pero ella desenfundó atrapándome con la guardia baja y sin vías de escape. Sus palabras me atravesaron la espalda, congelándome las ganas de huir. Pensé entonces, todo esto que hacemos, esta forma de buscarnos, tiene el horizonte de encontrar en la otra persona lo que no somos. Me refiero a sus intentos de ver más allá de mis ojos, como si existiera alguna barrera que derribar. También yo creía poder entender, a través del caleidoscopio de su melena, nuestra realidad hipotética, el huracán visto desde la esquina más alejada del vórtice. Realmente, nada de aquello encajaba con su vida ni con la mía, pero nos gustaba imaginarlo, cerrar los ojos y dibujar líneas en el aire. Durante siglos se había dedicado a tejer una red en la que yo me iba dejando caer, quedándome cada vez más dormido como sólo puedes dormir en tu propio hogar. Siendo consciente de que al despertar el hechizo habría concluido y ya nada tendría sentido entre nosotros. Entonces la despedida, y el tiempo entre cosechas al que nos acostumbramos. Podemos seguir nuestros caminos, viviendo la mitad de lo que nos corresponde y preparando el terreno hasta el siguiente tiroteo. Pronto volveremos a encontrarnos. Y para ese momento yo procuraré tener a mano un chaleco antibalas.
O al menos una respuesta rápida.

28 de mayo de 2006

pétalos que caen

Mi propósito sólo era transmitirte un mensaje de esperanza, pero sabes, esas cosas nunca se me han dado demasiado bien. Como llevar el timón; definitivamente no es lo mío. Recuerdo la cantidad de decisiones que dejé a cargo del príncipe de los tejados, cómo él me miraba con una mezcla de rencor y rabia hasta que se bajó del trono, malvendió su cetro y ahora duerme en mi portal. El afinador de pianos, también él me da mucho más de lo que yo le pido y necesito. Es esta forma de fragilidad la que me hace atravesar el alambre una y otra vez, porque el destino no tiene vértigo ni concierta citas, prefiere visitar a sus víctimas simplemente asomándose a la ventana. Así que abrázame, hay poco más que podamos hacer mientras esperamos. Antes nos gustaba bailar, lentamente, con la habitación iluminada sólo por tus ojos, esa sensación que nos hacía sonreír en silencio. No había mucho más, y ahora hay menos todavía. Me sentaba a verte girar en el carrusel y el tiempo se detenía, tú lo detenías, más o menos hasta que derramabas una lágrima y todo recuperaba su velocidad natural. Pero no digas nada, es mejor dejar pasar estos últimos rayos de luz, este atardecer sin máscaras. El amor es un lugar tan vacío que cualquier palabra queda grabada en la piedra. Nos limitamos a permanecer como estatuas de hierba, poco a poco deshojándonos. Debemos admitirlo, ya todo suena a hueco entre nosotros.

21 de mayo de 2006

hielo

Piensa en todos los errores que nos hemos ahorrado.

Dónde está todo lo que nos alimentó en aquel momento. Tú habías colocado la chistera, ésa de la que sacamos tantos sueños, boca arriba, a los pies de la cama. Jugábamos a lanzar cartas de la vieja baraja, la mayoría caían fuera y parecían sonreírnos, guiñarnos un ojo desde el suelo. Fingiendo alegrarnos o asustarnos por tonterías, terminando siempre los cuentos del otro, no sé cuánto tiempo permanecimos allí, descalzos, sin ganas de dormir. Tres minutos. Tres días. Tres meses. El caso es que tras una carcajada algo más sonora de lo normal levantamos la mirada, y éramos incapaces de reconocernos. Yo ya no te habitaba, y tú te habías marchado de mí a través de los agujeros de la persiana. Durante al menos cincuenta párrafos nos buscamos sin mucho afán, evitando encontrarnos, tan sólo para justificar que no nos sentíamos culpables, ni siquiera solos. Tal vez un poco huecos, vacíos por dentro, nada más. Esa sensación terminó desapareciendo con la luna; volvieron a llenarse nuestras vidas. Por separado.

Piensa en todos los errores que nos hemos ahorrado.

15 de mayo de 2006

rachas de viento

Allí estábamos, todo cruces de caminos, cien mil kilómetros a la espalda entre los dos y algún que otro peso compartido sin saberlo. Nos encontrábamos en la frontera, los pies en la orilla, más allá del último desierto. Pero nadie se sentía roto, no había grietas a la vista ni inventarios de flores marchitas o piedras a punto de derrumbarse. Tal vez por eso, por la forma de sentirnos viejos conocidos, recuerdo con nitidez dos lazos de libertad condicional unidos por tijeras de filo curvo, un ramillete de dedos largos y la gente atravesando la calle con pesadas maletas rumbo a ninguna parte. Echaba de menos el viento sur, las partidas sin ases en la manga, los duelos al sol con balas de fogueo y sangre con sabor a salsa de tomate. Desde entonces tengo un balcón cerca por si las escaleras de incendios se rinden, tengo un charquito de agua que empapa granos de arena siempre demasiado sedientos, y también tengo una deuda pendiente, de esas que uno se siente orgulloso de pagar.

6 de mayo de 2006

6x4

siempre existen leyes no escritas
que nadie se atreve a romper
la belleza salió ardiendo
en un estallido silencioso
cuando vimos amanecer frente al río
y se nos acababan las buenas excusas

ahora llueve constantemente
tengo dos invitaciones para el show
válidas hasta completar aforo
y sobran los que pagarían por entrar
de todas formas creo que esperaré
a que baje la marea para huir a nado

de vez en cuando hay que saber
tomar una decisión
llevarla hasta el final
no pensar en efectos secundarios
daños colaterales
terceras personas

esa clase de mentiras de manual
que nos venden en botellas no reciclables
esos sueños de un solo uso
con sabor a cerveza de barril
como todo lo que se rompe en mil pedazos
cuando lo aprietas contra el corazón

29 de abril de 2006

fuera de temporada

Justo en el momento de bajar la persiana te diste cuenta de lo solo que estabas. Aún te estremecías cada vez que la veías aparecer en la oscuridad de la noche, con su piel tan blanca que brillaba y esa textura eléctrica, ahuyentando los fantasmas que querían saldar su deuda contigo. Decías que ella era un trozo de diamante, devolviéndote siempre tu imagen depurada, sin tener en cuenta las sombras y tu capacidad innata para caminar por el borde del pozo con los ojos cerrados. En el fondo fuiste incapaz de leerla, como todos los que la llevaban prendida del brazo, un trofeo de caza para ojos fácilmente impresionables, creían conocerla tan bien que nunca le preguntaban nada. Todavía te recuerdo despierto a las cuatro de la mañana, asegurándote de que ella sigue durmiendo a tu espalda, escribiendo en el espejo del baño que deberías ser feliz sólo con eso. Pero eres demasiado torpe, y ella era tan rápida cambiando de mano los billetes de autobús que no fuiste capaz de decírselo hasta que estuvo a muchos amaneceres de aquí. Ahora dos leyendas se siguen cumpliendo: la gente se agolpa frente al patíbulo cuando no conoce al condenado, y puedes pasarte media vida persiguiendo una mirada, prenderle fuego a todo lo que eras, para acabar perdido sin antes y sin después.

17 de abril de 2006

etcétera

Nos reencontramos la noche en que llovían las palabras como balas perdidas. Ella era la superviviente de mil batallas y ahora se encontraba sin ejército, sin bandera y demasiado lejos de la orilla como para tener remordimientos. Decidimos mitificar ese ratito, cada pequeña parcela de inmortalidad, cada resplandor de luz, más allá de los libros y las canciones; como quien firma un pacto de no agresión brindamos por las penas y nos pusimos la luna por sombrero. En aquella trinchera el olor a tierra y el sonido amortiguado de los pasos ajenos conseguían que, al cerrar los ojos, la realidad inhóspita se volviera barco varado, idioma que inventamos sobre la marcha. Tal vez porque nos habíamos alejado tanto el uno del otro, esa noche nos reconocimos por la espalda, como condenados a muerte con los ojos vendados. Por eso ardía torpemente cada paraguas olvidado, y ella trataba en vano de encontrar algún instante que mereciera una historia entre los años que pasó perdida, descalza sobre cristales de amor roto. Le dije, recuerda que con esos pedazos construirás pronto otro sueño, un nuevo castillo en el aire. Ella sonrió y pedimos otra botella.

Cuando salí de allí, ya los andamios estaban dispuestos; la princesa había encontrado un puerto en el que anclar. Al pisar la calle, el frío absoluto me recibió con indiferencia.

4 de abril de 2006

tragando soledad

Jugábamos a cruzarnos en la oscuridad de aquel bar lleno de gente, y sí, tú eras de nuevo algo delimitable, algo que yo era capaz de dibujar con los dedos sobre la acera ardiendo. Y volvíamos a pisar un territorio que los dos reconocíamos, a pesar del tiempo y de los golpes que nos habían alejado demasiado. Por eso cuando te miraba no podía parar de sonreír, de besar cada gesto tuyo inconscientemente, como si hubiera aprendido a hacerlo de niño y no fuese algo controlado. Ocurre siempre, como una ecuación matemática, y tú lo notas: cuando la música callada nos rodea todo lo demás desaparece, y sólo quedamos tú y yo, como la primera vez. Y duele, duele pensar en estos encuentros como en pequeñas pausas o estaciones de un viaje que no hemos elegido, cuando realmente desearía que ese momento, el brillo de los ojos, tu tacto distraído, se mantuvieran verdes, consiguieran permanecer de este lado y no del otro. Desearía no necesitar lápiz ni papel cada vez que quisiera abrazarte.

19 de marzo de 2006

prefiero

Entre tú y yo prefiero el silencio. Evitarnos esas palabras vacías, huecas, esa sensación de estar interpretando un papel amargo. Prefiero que nuestras miradas lo expresen todo, toda la nada que se levanta como un muro de piedra entre nosotros. Jugar a no vernos, a ignorarnos, es una solución tan válida como desnudar los cajones y eliminar cada capa de vida que hemos grabado sobre la piel del otro. Por eso no caigamos en la rutina del volver a empezar, no hagamos de esto más de lo que se merece. De lo que nos merecemos. Prefiero el frío y la espina que nos regalamos: es mejor para los dos no malgastar energías en regar una flor muerta.

8 de marzo de 2006

instrucciones para huir por debajo de la puerta sin necesidad de dar un sólo paso

Hace tiempo que dejaste de ser el ángel maldito que fumaba parsimoniosamente y se reía de los marineros que caían por la borda. Pero anoche la culpa y la soledad se escaparon del pueblo en el último autobús junto al hombre no paraba de llorar mientras se golpeaba la cabeza con las obras completas de Walt Whitman. La dependienta nos advirtió tres veces antes de salir de allí, vio nuestro destino escrito con astillas sobre una olla hirviendo. Ahora no nos queda ni tiempo ni dinero, y tú te has convertido en la trampa para incautos escondida dentro de una tarta de cumpleaños con un dos y un tres de cera. Ya prácticamente soy incapaz de reconocer nada de lo que alguna vez creí compartir contigo, ni siquiera esa afición por perder el control y arruinarlo todo justo cuando los números parecían cuadrar. La única salida posible es cambiar nuestros sueños por fichas de colores y dejarnos engañar por esa chica tan desagradable y sexy que golpea el cristal de la ventana con su anillo de diamantes y le vende mentiras y besos al soplón de la esquina. Aunque respires con toda la rabia que almacenas, la expulses, embotelles y etiquetes, no creas que es la forma más elegante de expiar tus pecados más agrios; seguramente para cuando te des cuenta habrás pasado de moda, serás sólo un producto caducado. Puedes exprimirme como si fuera un limón, pero al menos no trates de ofrecerle a nadie mi cabeza sobre una bandeja de plata.

5 de marzo de 2006

con nombre de canción

Casi una posibilidad, una ilusión atrapada al final de un pasillo a oscuras o tal vez encerrada entre los rizos de tu pelo. Magia que cae al suelo y vuelve a levantarse, como un boxeador tras la cuenta de protección, y tu sonrisa por todas partes, se celebra una fiesta en el interior del espejo y sólo tú y yo podemos vernos reflejados en él, uno frente al otro en el bucle infinito de las palabras encadenadas y el papel arrugado del periódico de este mismo día, quince años atrás. También ropa sobre el radiador, las baldosas de tu calle mientras bailas una música que nadie ha elegido y que nadie más escucha, el misterio que te empeñas en esconder una y otra vez jugando a que nada importa, a que el resto está incluido en el precio. Tan sólo un instante mantenido durante toda una noche, preguntándote cuánta felicidad te puedes permitir sentir en un segundo y alargar ese brillo hasta convertirlo en horas. Quiero vivir dos veces…

28 de febrero de 2006

high and dry

Conozco a una mujer deshabitada. Está deshabitada por decisión propia, como también decidió dejar de soñar, dejar de romper una y otra vez con su vida como si estuviera subida en una noria, sobrevolando todo lo prescindible. La conozco porque no puedo olvidarla. Lo intenté varias veces, pero la sigo encontrando entre mi lápiz y mi papel a cada rato. Aparece exactamente igual que la última vez: era en abril, yo llegaba tarde y ella me esperaba apoyada sobre un bloque de piedra en el jardín más escondido del parque, el cuello de la camisa verde mal doblado. Ya no trato de borrarla, como las cicatrices que nos hacemos al crecer, aunque todavía soy incapaz de pasar frente al escaparate de su tienda, por si acaso está. Es terrible la forma en que somos modestos fotógrafos de la realidad distorsionada, cómo permanece en la memoria hasta el último gesto, el último detalle de la persona a cuyo nombre mantenemos una reserva de primera clase en nuestra cáscara de nuez. A pesar de que sabemos que nunca va a pasar a retirarla, porque también decidió viajar sola por un tiempo.

13 de febrero de 2006

blue moon

Bueno, pasaron casi dos años hasta que volví a encontrarla. En este caso, ella me encontró a mí, yo ya hacía tiempo que había dejado de buscarla. La situación fue parecida a la vez anterior, un caos desatado, las estrellas bailando allá arriba, nosotros corriendo de un lado para otro en la noche interminable y de repente una voz, una mano que se alza y una sonrisa. Estás igual que antes, fue lo primero que me dijo. Seguramente tenía razón; la verdad es que ella también, al menos de cara al mundo que nos miraba como si de golpe hubiéramos caído del cielo. Sin embargo, a medida que hablábamos, o mejor dicho hablaba ella por los codos y yo la escuchaba incapaz de actuar, me di cuenta de que algo había cambiado: tal vez ella había ido demasiado deprisa, tal vez había alcanzado la velocidad de la luz demasiado pronto, y ahora era tan tarde y nos echábamos tanto de menos. Se habían acumulado los demasiados, las cuentas pendientes. Siempre tuvo urgencia por crecer, alergia a las salas de espera, y de repente se encontró envejecida, con mucha más vida encima de la que merecía. Al final de la noche nos abrazamos como solíamos hacer, pero algo se había quedado aparcado en el arcén, y ni ella ni yo podíamos desandar el camino de vuelta a casa.

5 de febrero de 2006

nadie

- ¿Cómo te llamas?
- No voy a decírtelo. No quiero que lo olvides.

Dio un portazo al salir; supuse que de esa forma pretendía borrar todas las huellas, todo que ya era imborrable. Y los dos sabíamos que aquel gesto era el mejor punto final. Un minuto, tal vez una vida más tarde, decidí dejar de esperar su regreso. No había banda sonora ni decorado, sólo las primeras luces de un día amarillo. Un día de desierto. Permanecí sentado en una cama medio vacía, en un escenario medio lleno, contemplando una puerta blanca cerrada. Sentí algo que se derramaba, tal vez la certeza de que nunca volveremos a contarnos cuentos con las manos, ni intercambiar humo de cigarrillos por papeles cuadriculados. Fuimos durante unas horas un proyecto de hábito colgado en el espejo del baño. No podremos volver a reírnos, nos hemos reído tanto en tan poco tiempo que ya sólo nos quedan ganas de ser honestos.

2 de febrero de 2006

la verdad que te tomé prestada

Por un instante los rayos del sol te iluminaron la cara, justo antes de cruzar la carretera. Tus ojos se volvieron de un verde aceituna, casi dorado, y pensé, bueno, en realidad no desearía formar parte de esta escena, pero sencillamente no puedo evitarlo. Fotografiábamos la realidad a la altura de la cadera, desde la azotea del Old Vic y con la sensación de ser dos piezas más del puzzle, tan intercambiables como cualquier otra dosis de mentiras que estuviéramos dispuestos a creer. Y no podíamos parar de reinventarnos tú a mí y yo a ti, tal vez no teníamos suficiente con tu yo y mi tú, salíamos a la calle a buscarnos nuevas identidades entrelazando palomitas de colores y sonrisas furtivas, bang, cierras los ojos y volvemos a la cuerda floja, dos focos nos alumbran, giramos y giramos, recuerdo despertar con sabor agridulce y el acordeonista que coleccionaba espinas es un maletín. Hoy hace demasiado de todo eso, el cable del teléfono ya no llega hasta el piano y no tiene demasiado sentido volver a intentarlo. Nunca logaríamos caer tan alto.

24 de enero de 2006

Café Comercial

Solíamos dejarnos caer por allí, como si fuese una casualidad encontrarnos siempre en el mismo banco; un error de cálculo en nuestras plenas, programadas rutinas. Nos engañábamos, con algo de ingenuidad compartida, pensando que ya lo habíamos aprendido todo: amado más que nadie, sufrido con la máxima intensidad. Hecho el mismo bien y el mismo daño que habíamos recibido. Nos sentíamos como dos elefantes yendo a morir cada jueves a un cementerio de madera. Sorprendiéndonos de encontrar a alguien tan perdido como para reparar en nosotros. La misma mirada de armónica en do, y el mismo miedo a volver a saltar. Pero bailar el vals a diez centímetros del suelo no es un oficio, sino una forma de respirarnos en el otro. Por eso temblaba cada vez que me acercaba a la plaza y no te localizaba cerca, me estremecía mientras ojeaba un periódico gratuito y no te veía aparecer, y cuando finalmente emergías entre la marea que salía del metro, sentía una mezcla de emociones que trataba de disimular sin éxito. Diez minutos después apagabas tu cigarrillo en el borde del banco, cerrabas el cuello de tu abrigo y te marchabas. No intercambiábamos ni una palabra, pero ninguno de los dos faltaría a la cita dentro de siete días. Sabíamos que volveríamos a encontrarnos, para seguir compartiendo todo lo que nos separaba, para seguir bailando en silencio.

21 de enero de 2006

quizás

Estoy rebanando planes importantes como en las películas de serie B. Lleno un armario de furia y lo pinto a rayas de colores, luego lo cierro con un candado y tiro la llave al mar. Espero que la marea no la devuelva gastándome una broma pesada, no quiero que nadie consiga nunca abrir mis cajones. Gasto más relojes de arena de los que me puedo permitir en conseguir un bolsillo de tu abrigo negro, tú siempre demasiado ocupada, yo siempre demasiado transparente. Soy una urna de cristal, o ni tan siquiera eso, una urna de plástico que parece cristal. Lo peor no es lo de fuera: a través del plástico que parece cristal puedes ver que la urna está llena de madejas de hilo y lana que también pretenden ser lo que no son, ideas propias, bocetos de vida, peticiones de crédito. Al fondo de la urna hay dos muñecos de papel enlazados. Somos tú y yo. El 21 de enero. De 2046.

11 de enero de 2006

Ajustando cuentas

Es cierto, desde el otro lado de la cuchilla las cosas se ven de otra forma, sobre todo si eres tú la víctima y no el verdugo. Conozco a hombres que salen corriendo con sólo pensar en mirarte a los ojos, como aquel chico que te pidió fuego el otro día. Lo peor de todo es que tú eres consciente de que provocas reacciones inesperadas, al fin y al cabo las calles por las que pasas siempre tienen todas las farolas encendidas aunque sean las 3 de la tarde. Sin ir más lejos, la distancia que recorren tus pestañas para acercarse a mis ganas de besarte siempre se me hace corta, casi tan corta como los besos y peajes que ahora debes pagar; uno de los dos debería haberlo visto venir. Quién te lo iba a decir a ti, la reina de los pases vip con consumiciones incluidas. Ahora yo tendré al menos el tiempo y la calma suficiente para acercarme a tu buzón de noche, recoger los folletos de restaurantes chinos y cambiarlos por declaraciones de amor que sólo dicen mentiras. Ese juego siempre se nos dio bien. Ya no hace frío por dentro, podemos quitarnos los abrigos. Puedo tumbarme junto a ti y ver cómo duermes hasta mañana, si es lo que necesitas. Pero no me pidas nada que implique facturas.

8 de enero de 2006

pequeño

Creo que fue entonces. Yo estaba buscando el único rincón del salón en el que nadie hablara de desamor. De repente te vi: distraída, habías conseguido reunir dos sillones verdes, enfrentándolos, y te habías sentado en uno mientras apoyabas las piernas en el otro. Llevabas el vestido rojo y las medias llenas de dibujos; parecías una niña perdida pero encantada en el epicentro del vacío, en mitad de ninguna parte en concreto. El mechón más largo se había acomodado sobre tu ceja izquierda, tu mirada era de verdadero desinterés sobre todo lo que te rodeaba, y sostenías en la mano una pequeña servilleta amarilla de papel. Yo te vi. Te vi y ya no pude hacer otra cosa.