20 de agosto de 2007

la velocidad de las nubes / cortina abierta

Corrías hacia todas partes, sin rumbo, buscando la verdad en los rincones más escondidos. Peleándote frenética con cualquier sombra que pudiera delatarte. Vivías con la certeza de que todo cuanto habías sido era infinitamente pequeño, una piedra en mitad del desierto; y que lo peor aún estaba por llegar. Por eso lo único que hacías era huir; como un potro trata de escapar del brillo de la luna, con una mezcla de miedo e inconsciencia. Te movía un motor mucho más potente que cualquier emoción anterior. Siempre hacia delante, o al menos era esa la intención. Pero desde dentro del huracán no puedes pararte a decidir cuál es el sentido correcto en cada duda; te dejas llevar por la inercia y lo juegas todo a la primera mirada que se cruza en la oscuridad y el humo. Ni siquiera sabes por qué estás donde estás, incapaz de verte desde fuera. Afortunadamente cuando pensabas que ya no quedaban alternativas ni balas en el revólver, te diste cuenta de que cada una de tus palabras no habían muerto, sus ecos todavía resonaban, haciéndote ver que el folio estaba aún en blanco. Y ahora se abre un camino nuevo, o al menos una nueva forma de avanzar; das cada paso con una intención y un sentido evidentes. Sólo es cuestión de distinguir las voces, de percibir los ecos y los gestos que te alimentan.

11 de agosto de 2007

doscientas palabras juntas

Podría decirte, nunca bajes los brazos, pero no soy el más adecuado para darte consejos, a fin de cuentas, soy yo el que duerme solo cada noche. Tendrás que contentarte con las palmadas en la espalda, las sonrisas de anuncio y tal vez una o dos frases de ánimo, pero aquí no encontrarás nada de todo eso. Las grandes estructuras están hechas con cajas de galletas, trapos de cocina y un par de tizas de colores, así que no veo ninguna opción mejor que sentarnos en el suelo y comenzar a soñar despiertos; a fin de cuentas, no creo que nadie se moleste por jugar un rato con las palabras. Eso sí, recuerda que hemos sacado billete de ida, pero no de vuelta, así que deberemos hacer un esfuerzo para bajarnos en la misma estación, y con los ojos vendados nadie se atreve a comprar un trocito de libertad por temor a ser estafado. Estoy dispuesto a seguirte hasta el final del camino sin pedirte nada a cambio; lo único que espero es que allí nos permitan quedarnos al menos cinco minutos antes de que apaguen las luces y cierren las puertas. Nunca he pretendido empeñar mi corazón en vano.