21 de diciembre de 2005

fin de trayecto

Pensé que sería más sencillo. Me sorprendía cómo todos se acercaban a ti en actitud casi de oración, hablándote de cosas imposibles y el otro lado de la luna. Yo nunca pude. Yo sólo quería jugar contigo, acercarme de puntillas y soplarte el flequillo mientras dormías. Entendía que eras como una puerta, una llave hacia nuestro trozo particular de cielo. Donde cabíamos únicamente tú y yo, incluso un poquito apretados si fuera estaba nevando. Por eso no me arrepiento de nada, de ningún momento que compartimos, como nadie lamenta haber sido niño, haber jugado con la arena. Ya que volver a vivirlo es imposible, al menos me gustaría que esos instantes, que ese tiempo no arda cuando toque hacer limpieza, que no sea un lastre cuando tu corazón pese demasiado de tanto amor y sientas que te cuesta seguir avanzando. Ahora me he dado cuenta, al final he comprendido que fui feliz en ti, en esa estación, en ese amor que creamos. Pero los abrazos sólo duran para siempre si se alimentan a diario, y es imposible construir un puente sólo desde un lado del río. No permitamos que aquello muera de hambre. No se lo merece. No nos lo merecemos. Mantengamos una vela encendida por si algún día volvemos a coincidir a oscuras entre las páginas.

16 de diciembre de 2005

fatale

veo a la chica del abrigo de leopardo
fuma con una mano enguantada
su humo sabe a espinas y desencanto
y mezcla fuego y hielo en la mirada

tiene la piel tatuada de despechos
se mueve como en un fotograma
con un manual de trampas y besos
que robó de detrás de la pantalla

su gin-tonic es transparente ácido amargo
y sabe que concentra toda la luz del bar
entre sus largos dedos vestidos de blanco

si sabes lo que es perder al intentar ganar
tienes que ser el más rápido en desearlo
porque arde de golpe cuando van a cerrar
y no hay nada
nunca queda nada
bajo el humo y el abrigo de leopardo.

14 de diciembre de 2005

Todavía

Solamente necesito tres razones, tres motivos para sonreír. Escucho la tormenta a través de la ventana, puedo imaginar cómo los niños saltan en los charcos y los coches aceleran para cruzar semáforos en ámbar, levantando cortinas de agua a su paso. También está el ruido de fondo del televisor: cinco programas de cocina simultáneos, cinco cocineros haciendo cinco platos que nadie comerá, únicamente sirven para que las cámaras los graben mientras suena música de jazz, jazz en Babia. Hay un Belén entre tiburones, maletas que cambian de manos y papel de periódico para tapar huecos de desconfianza. Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Sin embargo, nada de eso es real: lo único que puedo reconocer es tu tacto eléctrico, esa descarga que me da tu antebrazo como una promesa. A pesar de que llevo años sin verte, aún siento la fuerza de tu mirada como si todo hubiera empezado hoy. Por eso busco esas tres excusas para sonreír, porque eres todo lo aferrable, todo lo que entiendo como hogar, como territorio. Dame al menos una de las tres.

4 de diciembre de 2005

Street Spirit (Fade Out)

Muchas veces he tenido la sensación de hacer algo por última vez: la última vez que cruzo esta calle lloviendo, la última visita a domicilio sin avisar, el último amanecer rodeado de pronombres. Sin embargo, nunca sospeché que aquél iba a ser el último abrazo, la última caída libre para despresurizarnos. La próxima vez que te vea, que nos miremos a los ojos, será un después de. Tendrá sabor a sangre y el aspecto de una polaroid mal revelada, todo un malentendido de sentimientos entrecruzados, dos manos que se buscan a oscuras sin tocarse: ya no viviré más dentro del remolino que empieza y acaba en tu nuca. Un día abriré tu puerta y al otro lado no habrá nada, todo lo que ahora te nombra desaparecerá con la capacidad que tiene el viento para sacar la rutina de los bolsillos. Entonces te buscaré, recorreré cinco, siete vidas buscándote en otros abrigos, llamando a puertas que nunca se abrirán. Cuando esté a punto de darme por vencido, de dejarlo todo al lado del camino, descubriré que no puedo encontrarte fuera de tu espiral, y tendré que aprender a verlo todo a partir de nosotros, desde el punto siguiente a aquel pasillo. Desde la ventana en la que jugábamos a inventar los sueños que ahora son papeles mojados, promesas rotas, brasas y ceniza, ojos cerrados.