21 de marzo de 2008

don´t bring me down

Conocemos de memoria cada una de las piezas del rompecabezas. Si intentásemos colocarlas en un mapa, necesitaríamos dibujar uno distinto cada día. Nos desmontamos hasta reducirnos a arena y luego nos reconstruimos sin poder evitarlo, con la textura dulce de tus tijeras verdes. Me transportas sobre las olas de tiempo hacia el archipiélago que forman la luz incierta de la habitación, la persiana incapaz de escondernos totalmente del exterior y un posavasos recuerdo de algún viaje que todavía no hemos hecho. Buscando el punto de giro adecuado, el instante de silencio previo al trueno para poder ir hasta allí, llegar al borde mismo del precipicio y contemplar los dos arcoíris de fuego antes de que olvidemos la posibilidad de reservar una butaca en la última fila. La gente del vagón mira tus zapatos, mira sus zapatos, mira a todas partes con tal de no fijarse demasiado en nosotros, y todos los pasajeros están deseando que se abran las puertas para alejarse lo más deprisa que puedan. La felicidad provoca rechazo, lees entre dos peldaños de la plaza. Para conocerte no basta con desearlo, hay que esforzarse un poco y saber adaptar los relojes y los calendarios a las necesidades de abrazo. Detente en cada escaparate y sonríe al espejo del ascensor, porque estoy un paso más cerca de lo que piensas: entre la máquina de tabaco y la última estimación de resultados, con el noventaynueve por ciento escrutado. Bailemos en el estribillo, besémonos en las estrofas.

10 de marzo de 2008

las virutas y Todo

Probablemente nunca alcanzarás el primer premio, ese punto exacto en que ni siquiera es necesario afilar el lápiz, basta con aplicar el filtro adecuado y dejar que la presencia eterna de la enredadera del abrigo acogedor acalle poco a poco las voces de ahí fuera. El hombre del millón de dólares sólo es capaz de expresar dos sentimientos, y presume de conocerlo todo sobre ti. Sólo apuesta sobre seguro, y alquila espacios vectoriales tratando de encontrar la frase perfecta para sacarte a bailar. No puedes aspirar al título para después amanecer enterrando la corona en la nieve azul. Te acostumbras a pensar que lo tienes Todo, sentirte como si el día y la noche te debieran algo; pero sólo cuando sientes el sabor a sal en los labios descubres que en realidad no has dejado de ser el niño que se asustaba de las tormentas y creía en el poder de un exorcismo con forma de abrazos. Corréis las cortinas y os buscáis en los márgenes en blanco, en las notas al pie que nadie se detiene a leer. Y recibir una llamada telefónica, aunque no haya ninguna novedad, simplemente para decir hola, estoy aquí, sigo cerca, no te imaginas cuánto me apetece. Entonces Todo se diluye y sólo quedan unos pocos centímetros de piel caliente. Las palabras no son más que virutas, ideas sueltas, intentos vanos de atrapar un fuego fatuo; pero intentan crecer y acercarse un poco a la textura correcta, a la forma concreta de mirar tus ojos de cerca. Tienen vocación de pasaporte sin páginas, y suenan exactamente igual que nuestros pasos acompasados sobre las aceras mojadas.