3 de diciembre de 2008

a la chica que nunca se convertirá en sal

Porque al fin y al cabo tan sólo se cruzan dos tipos de personas en tu vida: las que te mereces y las que no. Lo complicado es encontrar el equilibrio, que el viento no te haga volcar y atravesar la delgada línea que separa tu percepción de la realidad del centenar de fuegos artificiales explotando allá arriba. Mientras tanto piensas, ojalá todo pudiera alinearse de forma que fuésemos capaces de ver a través del mundo; como quien trata de encontrar la salida del laberinto entrecerrando los ojos. La vía láctea no es suficiente recompensa para los forajidos que te persiguen, porque el riesgo de que todo se venga abajo cuando no estés atenta es demasiado alto. Intentarán derribarte, hacerte desaparecer hagas lo que hagas. En el instante en que los dados giran por última vez antes de aterrizar, decides hacer balance. Miras hacia atrás y encuentras cristales rotos, un exceso implacable de noches muertas como un contrato firmado con tinta invisible. Pero este es el momento de buscar el punto de apoyo adecuado; la fuerza interna que te permita girar el timón. Tal vez sacar aquella bufanda del armario.
Ellos piensan que no serás capaz. No les des esa satisfacción.