18 de agosto de 2005

colillas

Lo terrible es hacer inventario. Tener que volver a sentir, encontrarse de nuevo con los testigos mudos que testificaron contra un grano de sal. Ser el encargado de barrer los columpios vacíos del parque, o limpiar las mesas cuando todo el mundo duerme. Abrir el cajón, tu cajón, se parece demasiado a sumergirse hasta el fondo, agarrar un puñado de arena y luego tratar de volver con él a la superficie. Ver anochecer y amanecer es tan fácil como saber esperar, llenar dos ceniceros, pedirte que me mientas. Buscar alguna forma absurda de detener el tiempo que me arranca de la ventana, que me empuja a salir de nuevo, por si acaso, a ver si nos cruzamos de camino a ninguna parte. A fin de cuentas, una frase de más no puede ahogarse en un vaso que está lleno hasta el borde. Reutilizar un sueño dándole la vuelta es una estación en la que todos los trenes paran. Sólo hay que saber bajarse de un salto, jugar con tres cartas y que nadie se de cuenta. Saber hacer inventario con la armadura puesta.

4 de agosto de 2005

cristela

Apenas te conozco, sé muy poco de ti, tan sólo dos bares mal iluminados con el volumen de la música demasiado alto. Sin embargo, sé que eres diferente, completamente distinta al resto. Con un brillo propio, que nace de la propia oscuridad de tu voz. Siempre escondida tras un monólogo permanente cargado de gestos que se pierden en el aire, dibujos que flotan y yo intento adivinar mientras sonrío en silencio. Hay una verdad oculta, tu capacidad para transmitir emoción está detrás de tus miradas fulminantes y mis silencios elocuentes. Si tuviera que definirte música, seguramente estarías compuesta a base de tu forma de callar, de tus parpadeos como mapas del tesoro. Tal vez porque en realidad eres todos los secretos, eres la suma de rincones desconocidos, un laberinto de papel construido a través de miles de años, de comunicación pura y lenguajes olvidados. Toda la búsqueda tenía un sentido: encontrarte, encontrarme en ti.