27 de octubre de 2005

come in she said

Soy el último en la cola del cine, ése al que nadie le pregunta si prefiere centrado o en un lateral. Soy el que te mira por el retrovisor colocado en el techo del autobús, el que deja caer una nota con su número de teléfono cuando pasa junto a tu asiento para bajarse donde tú nunca lo harías. Soy el chico que le pide otra cerveza al camarero justo cuando tú vas a quejarte por el volumen de la música. No puedes atravesarme, no eres la primera que lo intenta, y de tantos cortes mi corazón es pura cicatriz, como la piel de un tambor siempre a punto de romperse. No se puede habitar más bajo, no hay aire, no hay nada aquí abajo. Me reconocerás, soy el que no revisa lo que escribe, el que nunca afina la guitarra ni tiene calcetines lisos. Le regalé mi sombra a la chica del lunar sobre el labio, ella se la quedó: me prometió que haría con ella un bonito felpudo. Me gustaba mirarla mientras bailaba lentamente, agarrada a mi sombra que era un papel oscuro y se le escurría entre los brazos. Me gustaba mirarla. Sus brazos, deberías verlos, eran completamente transparentes, créeme, la chica del lunar no tiene la culpa de todos mis males, ella tan sólo contribuyó a la causa. Ten cuidado, no te acerques demasiado. Cuando consiga entender por qué estoy aquí, será demasiado tarde, y todo acabará sucio y roto y hueco. Acostúmbrate.

24 de octubre de 2005

el atracador de carl lewis

Prefiero no saber cuántos te desean. Prefiero pensar que tú y yo somos dos, un grupo de dos personas. No hacerme a la idea de que nunca podré acercarme más de lo que lo hago, de que en realidad tú vas volando por el cielo, nosotros te miramos desde la acera, hay algunos que intentan trepar, subirse a los buzones de correos o escalar a los tejados y saltar desde allí con la intención de rozarte en su caída, pero es un consuelo bastante pobre. Nadie te toca, todo te atraviesa sin mancharte, sin dejarte huella. Nada es capaz de romperte el corazón, eres simplemente el ángel en el que rebotan todos los golpes, el ángel que esquiva, corretea sobre la lona y consigue cansarte para rematarte en el décimo asalto. Es triste, pero al mismo tiempo inevitable: por eso nadie se queda, nadie está a tu altura. No necesitas a nadie.

22 de octubre de 2005

The way you look tonight

Amontono servilletas garabateadas en un rincón del armario. En todas dejo un hueco en blanco, pero en cada una el contexto es distinto. Las tengo guardadas: tal vez algún día, cuando sepa cómo te llamas, te las enseñe. Mientras tanto, mato el tiempo probando combinaciones en la caja fuerte, nunca te fíes del dependiente que sabe dónde encontrar el disco que estás buscando. De todas formas, hace semanas que nadie entra aquí, ni siquiera tu sonrisa en camisa naranja. La voz de un cantautor belga, sonando eternamente en una tienda desierta. Tampoco ha dejado de llover desde que Chet olvidó las llaves dentro. Así que sigo rellenando servilletas, escribiéndote poemas precocinados, jugando con la ruleta. Me pregunto cuánto tardará en sacar otro disco. Es el único camino que conozco para que abras la puerta y entres, sonriendo y acercándote, bailando sola. Hay cosas que son sólo cuestión de tiempo y suerte, y tengo el almacén lleno de las dos cosas.

13 de octubre de 2005

Atmósfera cero

Así que aquí es donde todo acaba. Con una visita de cortesía, preguntar por los parientes, tal vez algún regalo por puro compromiso. Es curioso que cuando uno lucha tanto por algo, si finalmente lo logra siempre termina decepcionado. No hay más allá, hemos llegado hasta donde nadie jamás había llegado caminando sobre la cuerda floja, sin red. El peligro no era mirar hacia abajo, era simplemente abrir los ojos. En esos casos es obligatorio cerrarlos antes incluso de dar el primer paso. Pero, una vez que alcanzamos la otra orilla y volvemos a parpadear, no encontramos nada. Peor aún, olvidamos todo lo que hemos podido aprender por el camino. Recuérdame que la próxima vez te bese en la frente, que las salas de cine están cada vez más vacías, que la combustión espontánea es un fenómeno poco frecuente. No volver a saber nada de ti me resultará tan complicado como acostumbrarme a volver solo a casa, pero los días son más cortos en esta época del año; con suerte no te echaré de menos. Borremos nuestras horas compartidas, llenemos la memoria de datos inservibles. Esta vez será la definitiva, al menos por el momento.

7 de octubre de 2005

noventa y seis

Hay momentos en los que sentirse vivo puede resultar más fácil que de costumbre. Sucede cuando disparas sabiendo que sólo te queda una bala. Te das cuenta de que la chica de la compañía de teléfonos tiene que estar ahí de pie toda la tarde, aunque tú te esfuerces tanto como ella en haceros entender gritando por encima del ruido que hace el camión de la basura. Escuchas los latidos de la otra persona aunque estáis a un metro de distancia. Comprendes que la tarde de un viernes de octubre que nace con veinticinco grados no se puede emplear en escuchar vaguedades sobre instrumentación y automatización, que es mejor caminar por la calle y guiñarle un ojo, o los dos, al sol. Le das nuevos significados a la expresión hacer tiempo. Intentas escapar de algo que empezó siendo un sueño, y ya no recuerdas si estás fuera o dentro del laberinto. Prefieres que tarden veinte minutos en contarte algo que podrían contarte en dos. Subes al tejado y notas calor, mucho calor, y ves la vida más allá del mar de antenas. Sonríes cuando de repente, no sabes por qué, huele a hogar, a compañía. Miras hacia atrás y descubres la cantidad de casualidades que tienen que ocurrir para que dos personas desconocidas lleguen a conocerse. Todo esto no hace otra cosa que no sea girar, corre constantemente hacia delante y para cuando nos damos cuenta nos hemos pasado de estación, nos hemos quedado dormidos en el vagón, o nos han vendido un billete de autobús a la ciudad equivocada.

3 de octubre de 2005

inmersión

La mujer-raíz siempre tiene sueño, está hecha de hierba y cristal, y su pasado es sólo un montón de sombras alargadas. La mujer-pétalo da abrazos que son una caída constante, un viaje de ida sin vuelta con destino a ningún lugar. Los besos de la mujer-hiedra son cicatrices, huellas de otros hombres, siempre arrastrando sus pies como una maldición. Cuando miro en los ojos de la mujer-papel, descubro que no hay nada; llego demasiado tarde y ya se ha desvanecido. La mujer-lazo va dejando imperdibles y monedas de latón en cada papelera, y la mujer-recuerdo te romperá el corazón en mil pedazos si no tienes cuidado. Con sólo agitar el fantasma de la mujer-arena, se mezclan en mi boca todos los sabores que he vivido, es una fruta prohibida que viaja de incógnito en sobres sin remite. Temo encontrar lo que no busco entre los rizos de la mujer-roca, y la mujer-espejo no me permite mentir, me obliga a vivir todo el tiempo en la misma sensación de desgarro. Por eso, cuando alquilo mi soledad, cuando tropiezo con alguna de ellas entre las páginas de un periódico, siempre intento evitarlas. No quiero que descubran que mis engranajes se oxidan con la humedad de sus lágrimas: los hombres de plástico no flotamos en agua salada.