2 de febrero de 2006
la verdad que te tomé prestada
Por un instante los rayos del sol te iluminaron la cara, justo antes de cruzar la carretera. Tus ojos se volvieron de un verde aceituna, casi dorado, y pensé, bueno, en realidad no desearía formar parte de esta escena, pero sencillamente no puedo evitarlo. Fotografiábamos la realidad a la altura de la cadera, desde la azotea del Old Vic y con la sensación de ser dos piezas más del puzzle, tan intercambiables como cualquier otra dosis de mentiras que estuviéramos dispuestos a creer. Y no podíamos parar de reinventarnos tú a mí y yo a ti, tal vez no teníamos suficiente con tu yo y mi tú, salíamos a la calle a buscarnos nuevas identidades entrelazando palomitas de colores y sonrisas furtivas, bang, cierras los ojos y volvemos a la cuerda floja, dos focos nos alumbran, giramos y giramos, recuerdo despertar con sabor agridulce y el acordeonista que coleccionaba espinas es un maletín. Hoy hace demasiado de todo eso, el cable del teléfono ya no llega hasta el piano y no tiene demasiado sentido volver a intentarlo. Nunca logaríamos caer tan alto.
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