9 de junio de 2010

Salvation Blues

La chica estaba allí subida, como si no fuera con ella. A su alrededor todos miraban al escenario, o iban y venían de la barra con copas. Ella había conseguido sentarse un poco por encima de las cabezas de los demás: sus zapatos blancos quedaban un metro más abajo, y movía los pies descalzos lentamente, al ritmo de la música. En cualquier caso, se comportaba como si estuviera lejos de todo, en una especie de burbuja inalcanzable desde el mundo real. Parecía haber aterrizado allí por casualidad; a veces sonreía tímidamente, echaba un vistazo desde su atalaya y volvía a cerrar las escotillas. Estuvo así durante todo el concierto: rozándose el pelo corto y moreno con una mano, mientras con la otra dibujaba en el aire cada canción, un disparo seco en mitad de la noche. Yo pensaba en las chicas de las películas de los cincuenta: siempre tan frías, siempre de vuelta de todo. Ella tenía algo de eso, pero iba un paso más allá. Hacía que el juego, la música, las luces, todo girara en torno a ella sin pretenderlo.
Entonces pensé que tal vez un blues no era tan mala opción como puerta de salida de otro blues. Una alternativa al viento, a las palabras encadenadas. A los mensajes encriptados y esas cervezas que siempre nos prometíamos pero que se quedaban ahí. Junto a tus pies descalzos.