24 de octubre de 2007

coordenadas cartesianas

Recuerdo el momento como si hubiesen pasado dos minutos desde entonces, y no dos años. Tal vez tres. Tú llevabas el abrigo verde con los botones rojos, el pelo recogido, y yo intentaba mi enésimo aterrizaje de emergencia volando con un solo motor y sin la gasolina suficiente. Sonreíamos mirando al suelo, tratábamos de aprender de memoria el manual de instrucciones, de retener cada segundo respirado junto al otro. Entonces te giraste, como buscando un refugio, y me abrazaste con fuerza. Yo me mecía despacio, aspirando tu aroma con intensidad. Había un poco de desesperación en aquel gesto; quería creer que en algún lunar de tu clavícula derecha se escondía la solución a todos mis problemas, pero no tenía la menor idea de dónde estaba la solución a tus propios problemas. En mi clavícula no, desde luego. En ese instante entró un tren en la estación y la atravesó sin detenerse; cuando pasó a nuestro lado noté el viento caliente surgir como un fantasma por encima de tus hombros, rodeándonos, fundiéndose en nuestro abrazo largo, y volviendo a escapar junto con el último vagón. El resto de personas en el andén seguían esperando, leyendo el diario, o mirando las pantallas de información; una parte de nosotros ya no estaba allí, y no volvería a aparecer nunca más. Algo de lo que habíamos sido hasta entonces se perdió en la oscuridad de aquel túnel, y otra vida nació en ese chispazo de energía. Ahora, cuando llevo varios días dando vueltas sin encontrar la salida del laberinto que yo mismo he construido, bajo a aquel andén y recorro paso por paso el camino para volver al punto donde me abrazaste. Donde tomamos el desvío que nos ha traído hasta aquí.

22 de octubre de 2007

empezó a bailar

Empezó a bailar, y yo desperdicié mi tiempo y el suyo persiguiendo sueños rotos. En el fondo estaba vacío por dentro, sonaba a hueco, y nada podía evitar que me cayese una y otra vez desde el decimoquinto piso tan sólo por tratar de acariciar una estrella fugaz. Y al final siempre ruedo por el suelo sin necesidad de cuenta atrás; soy el nudo capaz de meter la pata y perder los sentimientos a las primeras de cambio; por eso la princesa de los besos a medias protesta y con razón. Aún así, guardo todavía el sabor a fotograma que me dejó aquella noche, y cuando la despojo de disfraces, puedo ver su verdadera dimensión. Me gustaría pensar que lo mismo que puedo hincar las rodillas en el barro y escupir veneno tan a menudo, estaría muy bien tener la capacidad para guardar silencio en los momentos adecuados, no disparar contra quien no lo merece y no tener que desandar el camino de vuelta a casa con la derrota grabada en la frente.

20 de octubre de 2007

contepomi

La chica era capaz de hablar durante horas, tocaba todos los temas y en todos desarrollaba sus tesis con idéntica profundidad. Si comentabas algo acerca de la música que estaba sonando, debías estar preparado para una catarata de nombres, apellidos y valoraciones personales: de Gershwin a Bach, en seis pasos, tocando de refilón a Springsteen y Nick Cave. Sobre cine también tenía mucho que contarte: la evolución de las formas plásticas en la segunda mitad del siglo pasado, cómo habían ido cambiando los guiones en favor de la interpretación… todo esto iba acompañado de botellines de Quilmes, lo que le daba a la atmósfera un aire transitorio, como de sala de espera en un aeropuerto internacional. No podía parar de hablar. Y tú te cansabas de fingir interés, pero ella parecía no notar la actitud, aunque todos los demás te daban con el codo y te guiñaban el ojo. Sonaba “Dead flowers”, y te veías envuelto en una discusión acerca de las ventajas y desventajas de la afinación abierta. No había nada que tú hicieras que ella no hubiese experimentado con anterioridad, no quedaba ningún lugar en el mundo sin pisar. Estaba claro que esa noche, tu trabajo era soportar estoicamente en la retaguardia mientras la estrella del equipo anotaba todos los puntos. Pero lo peor llegó cuando cerró el bar en el que estábais, y tuvisteis que trasladaros a otro cercano. Entonces empezó a bailar.

9 de octubre de 2007

asiento 194, fila 5, preferencia lateral

Corrían la banda en un relámpago rojo, como si verdaderamente nos fuera la vida en ello, aunque claro, a cinco metros de distancia es inevitable sentirse más espectador que protagonista. Nosotros gritábamos, empujando en cada quiebro, soplando si era necesario, y nunca teníamos suficiente, siempre pedíamos más. Tú resplandecías seis asientos más allá, un poco más cerca del banquillo, la chica más rubia de San Mamés; parecías de cristal y de vez en cuando nuestras miradas se cruzaban, en algún gesto de protesta o celebrando el único gol que pudimos marcar. En ese momento de brazos alzados y gargantas ardiendo pensé, nada de esto tiene sentido visto desde fuera: simplemente coincidimos aquí sentados, cada dos domingos, desde hace años, y cada vez me atrapas un poquito más, pero nadie más parece darse cuenta de la luz que desprenden tus ojos. Por eso me pasé medio partido girado hacia la izquierda, aprendiéndote con calma, mientras la electricidad pasaba de largo sin detenerse frente a nosotros. En el descanso permaneciste sentada y sola, mientras los demás nos dedicábamos a desmontar y volver a montar el juego, como un rompecabezas con infinitas combinaciones y ninguna solución correcta a corto plazo. Pero pronto estábamos otra vez envueltos en la vorágine y el ruido, y tú actuabas como si no fueras consciente de la magia que provocabas a tu alrededor. Cuando sonó el pitido final, te busqué una vez más pero estabas a dos mil kilómetros, de vuelta en tu pequeño planeta; de donde sólo desciendes para ocupar tu asiento y mi mente durante 90 minutos. Cada dos domingos.

6 de octubre de 2007

twiggy

Creían que la música les salvaría, habían visto demasiadas películas y ya sabes cómo funciona, todo el mundo te miente con su mejor sonrisa. Por eso no les extrañó ver a la chica llorar; entraban al bar, como cada viernes desde hacía años, pero ella no estaba tras la barra. Se había sentado en una silla y bueno, tal vez no hay nada más triste que ver a una chica así llorando. Parecía la persona más sola del mundo, como si doliese tanto la pena como la sorpresa de sus propias lágrimas. Sin embargo, ellos pasaron de largo, y cuando llegaron al fondo, había otra chica, parecida, dispuesta a venderles su mejor sonrisa, su mejor mentira. Nada importaba demasiado, al fin y al cabo, esto no era más que una canción con un buen riff y todos sabemos que, en la noche del viernes, la letra es lo de menos.