11 de enero de 2006

Ajustando cuentas

Es cierto, desde el otro lado de la cuchilla las cosas se ven de otra forma, sobre todo si eres tú la víctima y no el verdugo. Conozco a hombres que salen corriendo con sólo pensar en mirarte a los ojos, como aquel chico que te pidió fuego el otro día. Lo peor de todo es que tú eres consciente de que provocas reacciones inesperadas, al fin y al cabo las calles por las que pasas siempre tienen todas las farolas encendidas aunque sean las 3 de la tarde. Sin ir más lejos, la distancia que recorren tus pestañas para acercarse a mis ganas de besarte siempre se me hace corta, casi tan corta como los besos y peajes que ahora debes pagar; uno de los dos debería haberlo visto venir. Quién te lo iba a decir a ti, la reina de los pases vip con consumiciones incluidas. Ahora yo tendré al menos el tiempo y la calma suficiente para acercarme a tu buzón de noche, recoger los folletos de restaurantes chinos y cambiarlos por declaraciones de amor que sólo dicen mentiras. Ese juego siempre se nos dio bien. Ya no hace frío por dentro, podemos quitarnos los abrigos. Puedo tumbarme junto a ti y ver cómo duermes hasta mañana, si es lo que necesitas. Pero no me pidas nada que implique facturas.