29 de agosto de 2006

verdades sin límite

A veces pienso si tiene sentido, me columpio hasta el mismo borde, y entonces te me apareces, como de vuelta del fin del mundo, después de haber vivido treinta vidas en una, y siento que mi razón de ser es permanecer, quedarme en ti. Instalarme en tu espalda más allá de la vieja chimenea y el viento agitando las persianas, lejos de los puntos suspensivos y las metas volantes. Con un cielo que se aleja lento si miramos por el visor de la cámara, con el horizonte recortado en papel charol y pegado en la pared, tu sonrisa en cada postal si cierro los ojos, migas de pan para recordar el camino de vuelta. Con la seguridad de que nunca llegaremos a la orilla, por más que lo intentemos, de modo que disfrutemos del viaje. No hay mucho más, nunca vendí finales felices y tú ya no crees en nada que no quepa en la palma de la mano, el último tren hacia el interior se aleja por el túnel y sólo quedamos tú y yo sobre el andén. Saquémosle chispas, hagamos castillos tan altos en el aire que podamos trepar a ellos, llegar arriba y ver pasar el tiempo desde allí. Darse por vencido es tan fácil como asomarse al vacío, pero tú haces que merezca la pena seguir soñando despierto.

19 de agosto de 2006

milestones

y decidías convertirte piedra, volverte estatua de mármol, y yo ya no podía hacer nada más que mirarte, y hasta eso me dolía, me estremecía la distancia que nos separaba, no sólo ese espacio físico sino la certeza de. En esta ciudad llena de nubes, de lugares que habitar contigo, todo se mueve a la velocidad que marcan los semáforos y apenas nos queda tiempo para mirar hacia arriba, hacia atrás, y hacia dentro; por eso notaba cómo el precipicio era demasiado ancho, y tus ojos ya no estaban allí, una vez te giraste y ahí te congelaste de nuevo por un momento, transformada en un árbol, subida a la cima de una montaña desde la que no se distinguían las sombras que te rodeaban. Yo era un punto más en la profundidad de tu campo de existencia, el último guijarro en el camino. Por eso no había nada más, ni planteamiento ni nudo ni desenlace. Tan sólo entreacto, tiempo muerto entre un asalto y el siguiente, tú en tu esquina y yo en la mía, sin nadie que grite “segundos fuera”. Simplemente una posibilidad de encuentro que se desvanecía lentamente, con el ritmo exacto con el que se funden los hielos en los vasos.

7 de agosto de 2006

Uma lo sabía antes que tú

Debería haberte dicho algo, proponerte cualquier cosa, pero el humo era tan denso y bueno, ya sabes que nunca consigo cruzar la meta aunque esté en la última vuelta y corriendo solo. Así que me limité a reconocer que sí, que nos habíamos tirado del tren en marcha justo cuando iba a descarrilar, y que desde entonces caminábamos sobre los raíles, tú en un sentido y yo en el otro. Pero mientras me absolvías estabas tan cerca que no podía distinguirte, nadie me enseñó a mirar a través de una lupa, y de repente todo el cansancio de tu ausencia me atacó por la espalda y decidí que tal vez hay tantas olas en el mar para evitar que nos quedemos anclados en el mismo punto. Tú me mirabas desde detrás de tu antifaz y sonreías como lo hace la chica del gánster en el momento de disparar el gatillo en las películas en blanco y negro, así que no tuve más remedio que encender la luz y salir de allí antes de que me atravesaras de nuevo con una única palabra. El gato negro de tu escalera me guiñó al pasar a su lado, murmurando: Las historias tristes son como los saltos en paracaídas; hay quien se hace adicto, pero para la mayoría con una vez es más que suficiente.