28 de noviembre de 2005

33 rpm

Todo vuelve a empezar, sólo hay que levantar la aguja y colocarla de nuevo en el primer surco, como si nunca lo hubieras hecho, como si no supieras lo que va a pasar desde este momento. Sólo fíjate en las postales que alguien pegó hace años en la ventanilla: viajes, ciudades exóticas, playas de arena blanca, juegas a cubrirlas con el humo mientras miras de reojo el teléfono negro, mudo y desagradecido que parece carcajearse. El armario está vacío, el papel de las paredes arrancado detrás del sofá, y la vida espera fuera. Yo voy desapareciendo poco a poco en un círculo de fuego, me despedazo entre tus dedos, y a nadie le interesa: hace un mes que la lluvia arrastró los restos del incendio, técnicamente no existo. Por eso subes el volumen, dejas que suene y grite y tape todo lo que debe ser tapado, para que sobre el barro puedas construir mañana otro palacio. Pero recuerda que la aguja sigue acercándose al centro, y algún día el disco quedará inservible. Yo soy el que corre, tú la que salta.

17 de noviembre de 2005

diapositiva de invierno

El bombero pirómano siempre apuesta al caballo perdedor, sólo porque le encanta romper sus boletos a la salida del hipódromo. Duerme con un ojo abierto y el otro cerrado, y no se fía de lo que los espejos puedan contar de él. De vez en cuando se da cuenta de que ni siquiera es el protagonista de su propia película, tan sólo un figurante sin frase; entonces suele acabar la noche en cualquier barra americana de mala muerte, contándole sus penas al contable con el nudo de la corbata aflojado y las gafas en el bolsillo de la chaqueta. Llena su mesa de tarjetas de visita con direcciones y teléfonos anotados, personas que sólo existen al otro lado de la línea si marcas el número equivocado; por eso sus dedos son un manojo de llaves oxidadas, por eso nunca sabe si va hacia algún sitio o si ya está allí. Es la confirmación de que todo puede ir todavía peor: incluso cuando las arañas se estén riendo de ti, aún hay un sótano más oscuro. Y ahora dime en qué me diferencio de él al abrir la nevera, dime si tú o yo somos el bombero. O sólo dos peones, acorralados en esquinas opuestas del tablero.

7 de noviembre de 2005

entreacto

Pregúntate cómo viste Irlanda desde el último vagón de aquel mercancías. Recuerda la humedad que nos hacía tener ojos tristes, sin ganas de colocar una cazuela debajo de cada gotera para que no nos molestara el ruido. Tus sueños siempre eran pesados, te gustaba soñar hasta el mediodía y mientras yo sólo podía asomarme a la ventana y ver la plaza desierta, inundada por la luz, como recién nacida. En cambio, tus noches nunca parecían terminar, incluso sobre aquel suelo de madera que alguien se encargaba de manchar al ritmo del vals escupido por la emisora de turno. Me mirabas y decías, la música es para escucharla, tratar de explicar una canción es intentar escuchar una acuarela, o tocar el olor del mar. Tal vez estuve en aquel banco de madera diez minutos más de lo que debía, sin duda porque tu falda de cuadros hacía juego con mi corbata, el humo de los cigarrillos y la forma que tenías de dejar caer un telón de terciopelo sobre la realidad al final de cada conversación. Sólo entiendo con claridad que aquí fuera hace más frío hoy que ayer, y me pregunto dónde estás esta noche.