19 de septiembre de 2005

Mar de arena

Me he acostumbrado con triste facilidad a vivir abriendo y cerrando maletas, subiendo y bajando de vagones de tren sin nadie que me espere en la estación. A menudo me despierto en mitad de la noche, recordando el brillo de unos ojos que me miran desde un atardecer tabaco, y me gustaría poder barrer los cielos para ver más allá. Entonces me envuelve el humo y las cenizas de algo muerto hace años, y me convierto en un árbol de papel en llamas, retorciéndome de dolor y sin poder respirar. Las huellas en la nieve siempre acaban desapareciendo, como las heridas poco profundas; yo trato de aferrarme a algo para no seguir tropezando, y alguien con mi mismo rostro sale de las sombras para zancadillearme. Me siento el invitado que se deprime en una esquina en su propia fiesta de cumpleaños, y estas celebraciones de ruptura duran ya demasiado. Volveré a correr sin rumbo por las calles cuando me sienta acorralado, aunque sé que no servirá de nada: no puedo olvidar nada, ni pretender escapar de tu mar de arena.

9 de septiembre de 2005

Quinta Avenida

El hombre del sombrero de copa me dice frases que duelen, y la chica de nylon sabe de qué estamos hablando; hay una puerta de hierro que se levanta doblándose sobre sí misma, como una serpiente metálica, y al fondo dos faros de un coche esperando a salir con el motor en marcha. Saber que todo se ha acabado de repente, que nunca volveré a saber nada de ti. Nunca volveremos a compartir acordes de piano ni la palabra “fin” cuando se enciendan las luces. Se parece a lanzarse por la ventanilla de un avión en llamas, nunca sabes si estarás mejor o peor. Tal vez esa cadena que ahora intento romper resulte ser imprescindible para avanzar; pero desde tu hombro todo se ve exclusivamente en tres colores, y la realidad da bastante vértigo cuando te vuelves intangible. Por eso me siento cómodo atrapado en los envoltorios de regalos navideños, con luces intermitentes deslumbrándome y ese olor a plástico recalentado. Antes de marcharte, procura barrer todos los calendarios que rompimos aquella tarde que no podíamos dejar de reír de amargura.