28 de febrero de 2006

high and dry

Conozco a una mujer deshabitada. Está deshabitada por decisión propia, como también decidió dejar de soñar, dejar de romper una y otra vez con su vida como si estuviera subida en una noria, sobrevolando todo lo prescindible. La conozco porque no puedo olvidarla. Lo intenté varias veces, pero la sigo encontrando entre mi lápiz y mi papel a cada rato. Aparece exactamente igual que la última vez: era en abril, yo llegaba tarde y ella me esperaba apoyada sobre un bloque de piedra en el jardín más escondido del parque, el cuello de la camisa verde mal doblado. Ya no trato de borrarla, como las cicatrices que nos hacemos al crecer, aunque todavía soy incapaz de pasar frente al escaparate de su tienda, por si acaso está. Es terrible la forma en que somos modestos fotógrafos de la realidad distorsionada, cómo permanece en la memoria hasta el último gesto, el último detalle de la persona a cuyo nombre mantenemos una reserva de primera clase en nuestra cáscara de nuez. A pesar de que sabemos que nunca va a pasar a retirarla, porque también decidió viajar sola por un tiempo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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