31 de mayo de 2004

sms

Es todo un arte escribirte un mensaje de móvil. Casi como un soneto, una historia en miniatura con planteamiento nudo y desenlace. Sin sobrepasar los 150 caracteres tengo que contarte fuegos artificiales, gasolineras, luces de neón y olor a hierba mojada. Siempre me gustaron los kilómetros de autopista sin más iluminación que las luces del coche, y tu voz sonando entre canción y canción. No hay freno de mano ni línea 11 del metro que impida un verso como un doble mortal y sin red. Es un todo o nada en el que siempre gana la banca; una ventana de emergencia sin martillo a mano. Ya llega el momento de acortar las palabras para no sobrepasar el límite. Pierdo el índice de la gran enciclopedia que aún no hemos escrito mientras malgasto grapas y pinzas de la ropa tratando de alcanzarte. No te dejes engañar, dejé las llaves puestas en la puerta. Sólo hay que empujar.

23 de mayo de 2004

Cuando conté mis demonios

Nunca esperes demasiado de mí. Es lo más cómodo para los dos, nadie saldrá defraudado. Prefiero no escuchar el pistoletazo de salida, ni apagar la luz de la mesilla cuando me voy. Desde el espejo del baño intuyo tu silueta bajo las sábanas; no me quedan colores para pintarte una vida lejos de aquí. Esta noche tampoco veremos estrellas fugaces. Mira bien, fíjate en los bocetos de las paredes: todo es gris, distintos tonos de gris. Vivimos en la periferia de la cotidianeidad, entre el mando a distancia el gas natural. Pero cierras los ojos. Te apartas el flequillo. Haces sonar tus pulseras y enciendes un cigarrillo. La cinta de vídeo se rebobina, y gotea el grifo del lavabo. Pequeñas cosas, como migas de galletas en la almohada. Tendré que aprender francés, llevar siempre el carnet encima, dejar de escribirte en los descansos de clase, poner el despertador a diario. Al menos tenemos treguas y paréntesis. Y no insistas. No puedo saltar cuando todos miran, cerrar el último bar, bailar, distinguir unas flores de otras. No esperes demasiado de mí. Te harías daño.

20 de mayo de 2004

pequeñaguapaymorena

Leí tu nombre en el periódico, agenda y espectáculos. Olvidé preguntar los horarios de autobuses. Borré con el pie los garabatos que había hecho en la arena. Desnudé el álbum de las fotos robadas. Me puse tan nervioso como solía ponerme antes. Pedí una cerveza para tener las manos ocupadas. Te vi distinta pero igual, y recordé lo que es sentirse vivo. Sonreí la primera vez que me miraste, y la segunda, y todas las demás. Me temblaron las piernas en el cambio de tono tras el puente. Me marché tras el último acorde. Subí las escaleras del bar de tres en tres, oídos sordos. Respiré profundamente al salir a la calle, treinta y siete grados. Llegué a casa y te empecé a escribir.

18 de mayo de 2004

Hipotecas

Hoy ha sido una bonita tarde para volver a nadar en la pecera, para soltar todo el lastre de tensiones no necesariamente soportables. Pedazos de cartón que acumulamos como anclas en el cajón con llave de la cómoda. Nadie te va a hacer daño así, dicen gaviotas cada vez que anochece. Las miradas no duelen, etcétera. Mentiras aprendidas en cursillos intensivos... Hoy rompo papeles cuadriculados, te escribo directamente en el suelo, sin rincones donde esconderme, sin una cerveza en la mano como escudo protector. Esto pretende ser el epitafio del vuelo de una hoja de periódico, un pretérito sin síntomas de lucidez. Jamás es una palabra tan definitiva...

14 de mayo de 2004

How long does love stay green?

Tengo la cara pintada de blanco pero escribo con letras manchadas de rabia. Tú sin embargo me lanzas dos cables de hierro a traición, dos cuerdas de piano por la espalda. Tienes el don de dar voz a tu odio, toda ese resentimiento que has ido acumulando en tu caja de caudales durante meses; ahora me lo tiras a la cara. Para mí no hay más, siempre supe levantarme antes de que acabara la cuenta de diez, y después devolverte certificado un pedacito de infierno. No me debes nada, y afortunadamente yo a ti tampoco. Apenas tres minutos para que el rayo incendie las malas hierbas, una tarjeta de visita en tu buzón desvencijado. No te molestes en contestar, la carretera es ancha y mis pies veloces. Te enviaré una postal con mis señas cuando llegue a la parte de mundo en que no estás. Nunca una espina salió tan fácilmente.

8 de mayo de 2004

Acceso sólo con invitación

Ella era rubia, con ese aspecto alocado que tienen las chicas fatales; mascaba chicle como si le fuera la vida en ello, y su móvil sonaba con insistencia desde las profundidades del bolso. Tenía los dedos y el corazón marcados por el roce de las cuerdas del cello, un dato que sin duda ocultaba a sus conquistas. La melena rizada le caía desordenada, a borbotones sobre los ojos, y yo me dejaba caer en ellos, sin marcha atrás, sin arnés de seguridad ni paracaídas de repuesto. El tren llegaba con retraso, el andén era un hervidero de abrigos y conversaciones paralelas, y yo la amaba despacio, a pequeños tragos, sin querer atropellarme ni arrastrarme hacia un amor azul pálido que ella no merecía. La banda sonora de mi cuarto creciente intercambiaba giros bajo tierra y parcelas privadas en el cielo de su boca. Mi meta era memorizar cada gesto, cada anillo de sus dedos, su forma de mirar en las pantallas el tiempo que iba a tardar en llegar su tren. Salir definitivamente de mi pequeña mañana de martes, continente desconocido, inquilino accidental.

3 de mayo de 2004

La Balada del Hospital Psiquiátrico

La suela de tu zapato dibuja soledades
y desencuentros mientras borramos
las huellas de un crimen no cometido
Hay un gato mirándome al otro lado
y llueve sobre las baldosas del patio

Queda tu sombra, un pendiente de fuego y tres dudas
que despejar antes de agotar la reserva de memorias
Quisiera tener ahora un manual de estilo
para reescribir todas las historias sin final feliz

Nuestro amor fue una cremallera cerrada y rota
nos faltan vías de escape
escaleras de incendios
ganas de viajar sin billete
silencios a quemarropa