8 de marzo de 2006

instrucciones para huir por debajo de la puerta sin necesidad de dar un sólo paso

Hace tiempo que dejaste de ser el ángel maldito que fumaba parsimoniosamente y se reía de los marineros que caían por la borda. Pero anoche la culpa y la soledad se escaparon del pueblo en el último autobús junto al hombre no paraba de llorar mientras se golpeaba la cabeza con las obras completas de Walt Whitman. La dependienta nos advirtió tres veces antes de salir de allí, vio nuestro destino escrito con astillas sobre una olla hirviendo. Ahora no nos queda ni tiempo ni dinero, y tú te has convertido en la trampa para incautos escondida dentro de una tarta de cumpleaños con un dos y un tres de cera. Ya prácticamente soy incapaz de reconocer nada de lo que alguna vez creí compartir contigo, ni siquiera esa afición por perder el control y arruinarlo todo justo cuando los números parecían cuadrar. La única salida posible es cambiar nuestros sueños por fichas de colores y dejarnos engañar por esa chica tan desagradable y sexy que golpea el cristal de la ventana con su anillo de diamantes y le vende mentiras y besos al soplón de la esquina. Aunque respires con toda la rabia que almacenas, la expulses, embotelles y etiquetes, no creas que es la forma más elegante de expiar tus pecados más agrios; seguramente para cuando te des cuenta habrás pasado de moda, serás sólo un producto caducado. Puedes exprimirme como si fuera un limón, pero al menos no trates de ofrecerle a nadie mi cabeza sobre una bandeja de plata.

1 comentario:

Lydia dijo...

Uno de mis textos favoritos, leído ya las suficientes veces como para saberme distinto cada vez y, al mismo tiempo, como escrito en las tablas de la ley. Casi lo recuerdo de memoria, lo cual es todo un logro, conocidas mis últimas experiencias memorísticas.

Me gusta el aire que le has dado al blog. Está nuevo y brillante. A mí también se me ha ocurrido algo distinto y me he atrevido a salir en una foto para colgarla en mi último post hasta ahora.

Un beso ;)