25 de septiembre de 2006

flotar sin rumbo, cerrar el paraguas, apagar la luz

Piensa en una rueda enorme girando colina abajo, cada vez más y más deprisa. Imagínate cómo sonarían al salir de tu boca las palabras. Amor. Hogar. Tiempo. Aún no he podido parar a pensar en cuándo y cómo y por qué empecé a pensar que te quería, pero la sensación es parecida a despeñarse desde el Everest, empiezas a volar sin hacer ruido, pero en cuanto tocas tierra no puedes dejar de golpearte una y otra vez. Sé que traté de huir a través de los momentos que te podía arrebatar mientras estabas distraída jugando con tu bola de demolición. Pero nada sale bien si no lo intentas con pleno convencimiento, y aún así nada suele salir bien, había otoño y primavera, fuego y nieve, y en el medio estábamos tú y yo pretendiendo ser dos hermosos desconocidos, dos árboles con sus raíces entrelazadas, atravesando en décimas de segundo la ciudad sobre un mapa de metro clavado en la pared, luchando contra el viento en callejones mal iluminados. De modo que las apuestas nos daban como perdedores incluso antes de que comenzara el primer asalto, todos tenían razón dijeran lo que dijeran y nosotros disimulábamos, sonreíamos y corríamos con los ojos vendados hacia la orilla. Dilatábamos el tiempo cuando estábamos juntos, pero las razones que nos unían se escapaban por los resquicios, derramándose por el borde de nuestro corazón como vodka sobre la barra del peor bar de la ciudad. Así que fue fácil enterrar lo que fuera que habíamos creado, ya llevaba muerto demasiados abrazos. Te limitaste a permanecer allí, de pie junto a la cama, encendiendo un cigarrillo, yo te miré y sonreí, sentí un estallido en alguna parte entre la cabeza y el hombro, y me consumí de golpe, como si hubieras lanzado una piedra contra mi remendada fe en el nosotros. Cuando se apagó el eco de aquel temblor, miré alrededor y la tierra no se había abierto bajo mis pies, pero una gota de lluvia resbaló por mis manos hasta caer sobre la almohada. Se acercaba de nuevo el invierno, y me esperaba un largo camino de regreso al lugar donde todo comenzó. La brisa puede llevarse las palabras, pero no borra el surco que dejan.

12 de septiembre de 2006

el frío en tu espalda

Dando vueltas por la ciudad de los tonos grises, caminando como he caminado otras veces, en otras ciudades, descubriéndolas de una forma aleatoria, simplemente andar y mirar a todas partes, mientras te escucho y te aprendo. Pero aquí hay demasiados charcos, demasiadas huellas. Recorrer estas calles se parece un poco a tratar de atravesar un campo de minas con recuerdos que saltan y explotan en cuanto los rozas. No me pidas que entre por esa puerta, por favor, avanza el disco, no me gustaría escuchar la siguiente canción, si no te importa evitemos este cine, cada vez que haces ese gesto me estremezco. Una casa exactamente igual a otra, hace unos años. Al final del pasillo, la misma habitación, con la misma ventana, y la misma cama, como un mal sueño, navegas miles de kilómetros y encuentras un resumen, con planteamiento nudo y desenlace, de lo que te hizo alejarte entonces. Por eso reniego de la filosofía barata, de los que no ven más allá de la llama de su propia vela y creen que han descubierto el fuego. Sólo necesito un plano que nadie más entienda, para borrar una por una todas las marcas que fueron dejando las guadañas, para poder caminar por esta ciudad sin miedo a que de repente te mire y ya no seas tú, sino una sombra de la habitante original de esa cama. Para que el pasado no soporte el presente y escape lejos, sin posibilidad de futuro.

7 de septiembre de 2006

porque cuando cierro los ojos sigo viendo tu sonrisa

trata de atraparlo, nunca sabes
cuándo puedes necesitar este instante

tan sólo has de seguir allí arriba
sembrando memoria y respirando olvido
convertida en un mar de péndulos
tempestad de cronómetros y metrónomos
con los que marcas el ritmo endiablado
de las decisiones erróneas

yo te observo desde abajo
como un faro frente a la playa desierta
para que no desaparezcas
para que no te apagues nunca
evitando los lastres de cada huída
la espina que deja el amor cuando se apaga

si caes traigo una red de arpegios
y si decides arder intentaré recordarte
exactamente como la primera vez
despierta al sur de todos los amaneceres
si no te permites sentir nada
puede que tardes una temporada en darte cuenta.

al fin y al cabo caminar sobre el alambre
no es cuestión de consciencia sino de intuición:

en un día bueno vuelas,
en uno malo te ahogas.

4 de septiembre de 2006

el recuerdo de la mujer mandrágora

Sabes bien lo que me alimenta, lo que me mantiene latiendo: esta alternativa, el detenerme en cada pretérito imperfecto; y créeme, es tan fácil amarla, que se hace inevitable no darlo todo por su sombra, no besar cada gesto ni apurar cada trago. Por cada uno de sus poros respira vida, un torrente de colores, desatando incendios a su paso. Y yo no soy el único que lo nota, cualquiera puede estar con ella durante dos minutos y decidir darle a su vida un nuevo rumbo, hacia una orilla más luminosa y tranquila. Así que no es cuestión de hacerlo mejor o peor, tan sólo es necesario pararse un momento y dejar que su corazón hecho cristales te empape como una lluvia de luz. Como siempre, mi presencia es una sombra tangencial, yo no entro en sus planes, ni siquiera en los míos. Pero durante un instante deberías habernos visto, con aquel cielo que parecía anunciar el fin del mundo, y un nexo mudo entre los dos; a nuestro alrededor no había nadie más y realmente pensé, bueno, esto es lo que uno busca durante tanto tiempo, por un segundo así merecen la pena mil años de travesía. Es tan fácil amarla que desde que la conocí ni un sólo día he dejado de hacerlo.