8 de junio de 2008

Bilbao-Trafalgar

Los días resbalan entre el tráfico aéreo y no es nada fácil distinguir un lunes de un jueves; solamente mirando al sur soy capaz de predecir hacia dónde sopla el viento, con la densidad del aire que entra y sale de tus pulmones. No somos más que dos llaves que han perdido su cerradura, y sólo queda una posibilidad entre un millón para seleccionar la canción que te traiga de vuelta a casa. Por eso se van desprendiendo una a una las letras sobre la mesa, van descendiendo como nubes de algodón hasta las yemas de los dedos que no te rozan y se consumen en una calada lenta y desesperada, sin llegar a acertar en el centro de la diana porque tu voz al despertar es un susurro en fa sostenido que parece a punto de romperse en todos los puntos de inflexión, convexidad implícita en los mapas de carretera. Se cierran las ventanas que se alimentaban del sol y un brillo metálico nos recibe con la precisión perfecta que sólo encuentro en la línea imaginaria que une tu mandíbula con el cielo. Echarte de menos es la sucesión de nudos que soy incapaz de explicarte al oído, y que únicamente respiran a través de frases sueltas gritadas en la madrugada, pedacitos minúsculos de vida latiendo desnudos sobre la arena.