29 de marzo de 2005

Cold Water

Contigo los días eran como flores abriéndose más allá de cualquier mirada. Tu capacidad para recogerte sobre ti misma tenía sabor y peso específico, textura reconocible y respuesta a las preguntas más interiores. Eras mantenerse en el alfeizar y aferrarse a las ganas de vivir, de volver a levantarse tras el huracán. Un rayo partiendo la realidad gris de este lado, arrancando la tela que me ocultaba de la luz y el calor del sol. Por eso yo te notaba inalcanzable, lejana ahí arriba, intangible. Yo tan sólo podía imaginar y tú ya eras pura realidad, papeles amontonados en el suelo, en cajas de zapatos, camisas arrugadas, ojos vendados, depósitos que empiezan y una puerta entreabierta; a veces cable de teléfono retorcido o bolsas negras como una nueva forma de jugar, de inventarnos en nuevas dimensiones. Un billete de avión nos unió durante más tiempo del que ambos habíamos previsto, el espejo que revienta en un millón de reflejos y todos con tu sonrisa grabada a fuego en cada veta. Nuestra forma de acompasar los latidos del otro era el vuelo rasante sobre todo lo que ya no nos importaba, borrando cada cicatriz; vital como cada uno de tus gestos. Por eso cuando te marchaste no dejaste hueco: me bastaba con entrecerrar los ojos y sumergirme diez centímetros más. Allí, al volver la página, te encontraría de nuevo.

9 de marzo de 2005

Sidney West y otros poemas

Sobrevolando realidades con la consistencia del papel de fumar, arrastrando recortes de periódicos a través de una selva de mercurio. Persiguiendo cada forma geométrica enviada en sobres sin franquear y deshaciendo uno a uno los calendarios chinos. Sugerente como una figura con las piernas largas, hormigas y engranajes, que camina y se gira mirándome por dentro. Rodeados de letras distintas, de idiomas diferentes emitiendo una misma música al ser escuchados. Una hoja cuadriculada llena de fórmulas matemáticas junto a una bufanda con botones, vistas panorámicas desde el trapecio y tazas verdes para el desayuno. Todas las películas empiezan con la misma imagen, cuando las cucharas de madera y las tijeras plateadas intercambian sus miradas. Me despierto escuchando la vida detrás de la puerta, el agua que corre y las risas, la alegría de ser consciente. Hoy quiero ser rotulador en el bolsillo de un viajero de metro, para pintar de azul cada pequeño rayo, cada bicicleta tuerta, cada constelación privada.