21 de julio de 2006

El poema en la servilleta

Podría memorizar cada gesto, cada esquina, cada pequeña constelación anudada en tu espalda, y luego tratar de dibujarte exactamente igual, y no lo conseguiría, a pesar de que las teclas blancas y negras tratasen de imitar tu respiración, a pesar de que diez meses de ausencia son mucho más que una casualidad, los dos sabemos que no se puede detener un reloj durante tanto tiempo sin que los engranajes salten por los aires. Así que seguramente te desvanecerías en cuanto sonara el primer acorde, y volverían a asomarse los fantasmas de otros tiempos, otros lugares, ocupando tu lugar, porque tú nunca pretendiste quedarte para siempre, ni yo reservé más de un metro cuadrado para los dos. Y los fantasmas son capaces de cualquier cosa para permanecer, rompiendo en astillas cada forma de hacerte presente, rellenando con azúcar el depósito de gasolina para impedir que ponga tierra de por medio. Por eso te propongo la huida antes de que sea demasiado tarde, escapar lejos de los pasos de cebra y las farolas con forma de flexo, nos marcharemos antes del amanecer, y ya no necesitaré teclas para recomponerte, ni habrá metros cuadrados que nos contengan. El asfalto nos borrará la memoria, nos alimentaremos de futuro.

10 de julio de 2006

tenía muchas llaves en el bolsillo pero no recordaba cuál abría tu puerta

La luna parecía desdoblarse naranja allá arriba, descomponiéndose en un espejo de parque de atracciones, y yo te dije que nunca había visto unos ojos que brillaran tanto como los tuyos. Eran verdaderamente mar, a veces tempestad y otras orilla, transmitiendo mil sensaciones por segundo. Tú esperabas mis cinco sentidos pero sólo tres estaban de guardia; un rayo de tu luz me deslumbró y pensé, a qué velocidad gira esta ruleta, qué serie infinita de coincidencias se han dado para que ahora esté sonriendo a estos ojos, sintiendo los familiares impulsos eléctricos que atraviesan el aire entre los dos. Tú habías sido 5:55 pero nunca llegaste a descubrirlo, y yo era el fotógrafo sin carrete cometiendo de nuevo los mismos errores. Al fin y al cabo pocas cosas cambian alrededor de de un par de sauces durante cuatro estaciones; de modo que éramos a la vez intérpretes y espectadores de la misma representación. Y verdaderamente nada podía salirse del guión, ni siquiera cuando me pediste que contuviera la respiración mientras, como en un rito, te despojabas de aquel par de esmeraldas, me tomabas la mano y dejabas en ella con un suave soplido un pedazo de sueño, susurrándome: “ya no tienes de qué preocuparte, no puedo irme demasiado lejos”. Cuando abrí de nuevo el puño, dos trozos de carbón cayeron a la arena con un golpe sordo. Comprendí entonces que entre tú y yo sólo era posible intercambiar cenizas de polaroid.