El chico atormentado sólo pretende llevarte a su territorio, y tú aún te planteas si es lo que te apetece o prefieres bajarte en la siguiente estación. En cambio, el chico que va a salvar el mundo ya es capaz de montar y desmontar su fusil con los ojos vendados, y en el escaparate de la tienda de la esquina sólo quedan saldos y oportunidades pasadas de moda. Mientras tanto parpadea el semáforo y tiemblas de miedo, pensando que aquel hombre que te mira desde el otro lado de la carretera se va a acercar a ti. A preguntarte la hora. A pedirte fuego, cualquier excusa ridícula. Y luego vuelta a empezar. Y aún hay otro chico más, que sonríe sin motivo y sólo espera, fuma a solas y espera, a que llegue la última hora y todos los demás se hayan cansado de la música. Si tuviera que prestarte un consejo trataría de darte todo lo necesario para no depender de este tipo de circunstancias. Te enseñaría que la mayoría de los chicos atormentados son sólo lobos con piel de cordero, e intentaría hacerte comprender que, en el fondo, tiene más mérito crear de la nada que intentar reproducir maneras y gestos. Pero no le des muchas más vueltas, ni busques segundas lecturas: al fin y al cabo hace tiempo que las nubes se fueron y estoy demasiado al sur de todos los mapas.
yo soy un arrecife seco en mitad del desierto,
y tú la flor que crece desnuda entre las rocas.