10 de noviembre de 2008

las botas azules

Parpadeaste una vez más y las luces se apagaron.
Siempre la última en abandonar el concierto, con paso firme, como si hubieras ganado una batalla de una guerra recién comenzada. La primera para trepar a los árboles, jugar a inventar palabras. Y sonreías también mientras hacías o deshacías la maleta, con el flequillo cubriéndote los ojos, cerrabas con cuidado la puerta de tu habitación y bajabas las escaleras. Pies descalzos sobre el jardín, esquivando la manguera; ni un vistazo atrás para evitar convertirte en estatua de sal. Y nunca más volviste a pisar la hierba húmeda ni la arena de la playa, te hiciste prometer frente al espejo que tus pasos resonarían allá donde fueras. Con una capacidad especial para orientarte en mitad de la tempestad, era cuestión de tiempo que encontraras la llave que cierra todas las puertas. Para siempre. Y allí estabas de nuevo, iluminada con la pantalla de un teléfono móvil. La luz azulada era una sombra acariciándote la barbilla, un gesto apoyando cada frase. Pronto llegará el invierno y la nieve cubrirá las vías del tren; espero que para entonces hayas encontrado un nuevo árbol al que trepar. Que el tiempo se detenga mientras con los ojos cerrados tarareas una canción que nadie ha escrito todavía.