3 de diciembre de 2008

a la chica que nunca se convertirá en sal

Porque al fin y al cabo tan sólo se cruzan dos tipos de personas en tu vida: las que te mereces y las que no. Lo complicado es encontrar el equilibrio, que el viento no te haga volcar y atravesar la delgada línea que separa tu percepción de la realidad del centenar de fuegos artificiales explotando allá arriba. Mientras tanto piensas, ojalá todo pudiera alinearse de forma que fuésemos capaces de ver a través del mundo; como quien trata de encontrar la salida del laberinto entrecerrando los ojos. La vía láctea no es suficiente recompensa para los forajidos que te persiguen, porque el riesgo de que todo se venga abajo cuando no estés atenta es demasiado alto. Intentarán derribarte, hacerte desaparecer hagas lo que hagas. En el instante en que los dados giran por última vez antes de aterrizar, decides hacer balance. Miras hacia atrás y encuentras cristales rotos, un exceso implacable de noches muertas como un contrato firmado con tinta invisible. Pero este es el momento de buscar el punto de apoyo adecuado; la fuerza interna que te permita girar el timón. Tal vez sacar aquella bufanda del armario.
Ellos piensan que no serás capaz. No les des esa satisfacción.

10 de noviembre de 2008

las botas azules

Parpadeaste una vez más y las luces se apagaron.
Siempre la última en abandonar el concierto, con paso firme, como si hubieras ganado una batalla de una guerra recién comenzada. La primera para trepar a los árboles, jugar a inventar palabras. Y sonreías también mientras hacías o deshacías la maleta, con el flequillo cubriéndote los ojos, cerrabas con cuidado la puerta de tu habitación y bajabas las escaleras. Pies descalzos sobre el jardín, esquivando la manguera; ni un vistazo atrás para evitar convertirte en estatua de sal. Y nunca más volviste a pisar la hierba húmeda ni la arena de la playa, te hiciste prometer frente al espejo que tus pasos resonarían allá donde fueras. Con una capacidad especial para orientarte en mitad de la tempestad, era cuestión de tiempo que encontraras la llave que cierra todas las puertas. Para siempre. Y allí estabas de nuevo, iluminada con la pantalla de un teléfono móvil. La luz azulada era una sombra acariciándote la barbilla, un gesto apoyando cada frase. Pronto llegará el invierno y la nieve cubrirá las vías del tren; espero que para entonces hayas encontrado un nuevo árbol al que trepar. Que el tiempo se detenga mientras con los ojos cerrados tarareas una canción que nadie ha escrito todavía.

18 de octubre de 2008

casi siempre

Empieza con un portazo, que suena exactamente como si el mundo fuera a terminarse en este mismo momento. O como si fuera a echar a correr; en el fondo da igual el color de las luces si vas a cruzar con los ojos cerrados. Hay un batallón de soldaditos de plomo que se dirigen con paso firme hacia tu casa de muñecas, y yo cierro la fila: mi cuerpo de cristal me impide adaptarme al ritmo de la música y me rompo en mil pedazos con sólo rozar tu mano derecha. Soy como un puzle que se destruye y se regenera con cada puesta de sol; cada vez se hace más difícil completarme porque algunas piezas no encajan de ninguna manera, y hay otras que simplemente desaparecieron borradas por una tormenta de dudas y miedos. La banda sigue tocando cada vez más deprisa, a una velocidad frenética, y hacen que te sientas cómodo y extraño a la vez, fuera de casa y debajo de la cama. Sacas la cabeza por la ventanilla para que el viento te devuelva algo de vida; sabes de sobra que para la próxima salida de la autopista aún faltan quinientos kilómetros, y ya no sirve de nada lamentarse por lo que pudo haber sido. Siempre has repetido que si no sale ardiendo es mejor dejarlo por imposible y dedicarse a otra cosa, escapar de lo que te atrapa y adaptarte a las curvas. Sólo queda filtrar todos los buenos momentos como si fuéramos buscadores de oro en la ribera del río. Apenas quedan sombras que se acerquen en las calles oscuras; es probable que esto sea lo más parecido al aprendizaje continuo, pero casi siempre es demasiado tarde. Ya sólo necesito un manto cálido para cuando pretenda encontrar el camino de vuelta.

7 de octubre de 2008

el premio se oculta tras el panel número 2

Puedes apostar a que sólo hay un par de historias que hayan conseguido el final que merecían, y al salir a la calle el cielo te escupe su indiferencia, gris como las aceras. Pero tenemos también un puñado de sentimientos, movimientos básicos que nos permiten emocionarnos sin saber muy bien por qué. En el último tren antes del cierre de todos los bares se escapaba la soledad disfrazada de triunfo, en un asiento de clase turista. Rumbo a otro continente. Nadie preguntó a cuál. Las cajas de seguridad están cerradas con siete llaves, y lo de menos es lo que tienen dentro, lo único que nos interesa es el modo de abrirlas, para durante una décima de segundo sentir que ha merecido la pena. El hombre que enciende un cigarrillo con la colilla del anterior aseguraba que te podía desnudar con sólo cinco preguntas, y a ti te parecieron demasiadas, así que te limitaste a apurar la cerveza y hacer una salida triunfal, de esas que no aparecen en las enciclopedias. Al fin y al cabo nadie recuerda al telonero, y el camerino de la estrella tiene el acceso restringido. El secreto consiste en no resbalar al caminar sobre la cornisa; no caer por las escaleras a pesar de los empujones. Apagar la calefacción y esperar a que el invierno pase de largo, llevándose todos los tesoros que la marea olvidó bajo la cama.

16 de septiembre de 2008

observatorio

¿Qué es lo que me mantiene en pie?

El fuego. La forma mágica en que seis cuerdas pueden arrancarme una sonrisa o partirme por la mitad. La extraña luz iluminando las aceras al volver a casa el sábado; saber quién permanece cuando el agua ya cubre las rodillas. Los corazones que siguen latiendo bajo los escombros con ese misterioso ritmo irrepetible. La voz-espejo de Bob en don´t think twice. El sonido de los vasos al chocar, ahuyentando todas las alternativas a fantasmas y recuerdos tristes. La sensación de alivio que recorre como pétalos mis venas cuando escucho alejarse la tormenta y celebro que sí, que esta vez he logrado sobrevivir. El brillo en la mirada de alguien que no me conoce pero sonríe al cruzarnos por la calle. Un puñado de fotos de la infancia que aparecen por arte de magia, nadie sabe muy bien de dónde, pero que tienen el mismo efecto que una autopista hacia el sur. Aún conservo la energía de aquellos momentos; después el mundo se vino abajo y tuvimos que inventar nuevas escaleras de incendios como esta. Caballos negros galopando sobre la orilla de cualquier playa en un rincón del continente. El último verso de culminación del dolor. El silencio denso y metálico un instante antes de echar a correr bajo la lluvia, que cae fría, seca sobre los hombros desnudos. Sentirme acompañado, vivo. Llegar, y después permanecer; por ese orden.

Todo eso me mantiene en pie. Y apuesto a que no existe oscuridad capaz de hacerme caer, al menos mientras recuerde los motivos por los que una vez me levanté.

6 de septiembre de 2008

vértigo y ecos

El acróbata siempre tiene la respuesta correcta, sea cual sea tu pregunta. Lleva más de una vida recorriendo el alambre, y aún no sabe qué encontrará al llegar al otro lado. Simplemente focos, murmullos y algún aplauso tímido. Cuando se siente a gusto cuenta que una vez estuvo a un paso de conseguirlo todo, pero que le faltó valor y dejó pasar la oportunidad. Por eso ahora se prueba a sí mismo en paseos interminables a quince metros de altura. Es capaz de desnudar tu alma sólo con mantenerte la mirada durante unos segundos, y eso te hace sentir vulnerable y a la vez cómodo, con una sensación de hogar que raras veces encuentras. Te enseña sus viejas fotografías, la caja de cartón donde guarda su vida ya gastada. Al final de la carretera dorada no hay ninguna señal para indicarte que ya has llegado, dice, y cada vez que caes lo único que te queda es levantarte y volver a intentarlo. El alambre está ahí para que tú camines sobre él, a pesar de lo fácil que resulta darte la vuelta y cerrar los ojos. Negar lo ocurrido.

El acróbata no ha perdido nada, porque nunca tuvo nada que pudiera perder.

28 de agosto de 2008

naufragios

Intentas disimular, hacer oídos sordos cuando las canciones de la radio te escupen sus mentiras piadosas. Jamás se te dio bien aparentar o fingir sonrisas cuando en realidad querías llorar, aprendiste demasiado tarde a no ser tan transparente. Ni la luz del bar se atrevía a acariciarte, estabas más allá de todo. Y cuando se vaciaba un espacio, corríamos a ocuparlo, a habitarlo con nuestra estudiada incapacidad para recordar los nombres de las flores y las calles donde nos abrazamos. Para mirar a los ojos al sueño y caminar con los zapatos en la mano sin hacer ruido al salir. Y hoy no puedes lamentarte por las cosas que has perdido, porque realmente nunca tuviste sombra, ni falta que te hacía. Entre nosotros abundaban los intercambios de estados de ánimo, fugaces luciérnagas como diamantes microscópicos desordenados entre las sábanas. Las fortalezas de arena en la orilla. Todo eso se quedó atrapado entre dos páginas de un cuaderno cuyas tapas imitan un mosaico de San Mateo. Y el cuaderno olvidado en el fondo de un cajón para el que aún no has fabricado la llave. Así de breve, así de denso es el instante en el que dos miradas deciden tomar caminos opuestos. Cuántas cosas tenemos pendientes, cuántas batallas nos quedan por perder todavía. Nadie tiene la culpa, pero estos días se escapan despacio y sólo nos dejan humo sobre la piel y hojas secas en el paladar.

28 de julio de 2008

real

Incapaces de dar marcha atrás, plenamente conscientes de nuestra fragilidad en el mismo centro del tornado que ninguno de los dos desató. Y sin miedo a la línea de meta, porque todo vuelve a comenzar con la inercia del último disparo, la bala en la recámara. Todas las canciones que me hablan de ti, de nosotros, los miedos que se transforman en incendios y la mecha de mi mala cabeza; luego siempre amanece en un abrazo parecido a tocar el piano a cuatro manos y ya no hay nada que temer mientras estés ahí cuando todo tiemble. Y el secreto escondido en las rutinas aparcadas en doble fila, en no necesitar galopar las nubes para sonreír, simplemente cambiar el acorde en el momento exacto para que la armonía no se rompa. Todas las palabras que he escrito pensando en ti, y las que se perdieron por aparecer cuando no debían, las que regalé a quienes las necesitaban más que yo y ese otro montón que me falta por recoger de la orilla de tu pelo largo. Los peldaños que separan el resto de la realidad de nuestro cielo particular. Los días y las noches, las jaulas de cristal abiertas y la luz entrando a través de la persiana de tu habitación. El diámetro de la circunferencia en la que guardo tus gestos aprendidos se vuelve una espiral cada mañana, y en ese instante no hay fe más firme que la que respiro pronunciándote real, tú en todos los rincones habitables.

3 de julio de 2008

esta canción no tiene estribillo

La chica de las gafas oscuras pretende consumir cada palabra que hayas imaginado, pero es incapaz de dar un paso sin tu paraguas. Aprende a golpes, pero no es nada práctico creer en ti mismo si aún no eres consciente de tu propia soledad, de la soledad de cada uno de nosotros. Por eso todos sus intentos se estrellan contra una pared imaginaria que se alza de repente sin darle tiempo a reaccionar.
La chica de las gafas oscuras entra en las tiendas que hay en tu calle como si sus pasos seguros fueran suficiente carta de presentación, levantando un huracán de miradas y comentarios en voz baja que mueren al contacto con la realidad. Tiene demasiados incendios sin apagar y se pasea por ahí con un encendedor y una lata de gasolina que lleva tu nombre. En su último descenso a los infiernos olvidó firmar su carta de despido y cerrar un par de negocios con el chico de la esquina; todos los abrazos se quedaron en la oscuridad y al día siguiente sólo quedaron espejos crueles y huecos en el pecho.
Al recordar lo que no fue, la chica de las gafas oscuras llora como en las películas, sin hacer apenas ruido, pero al sábado siguiente no encuentra el camino de regreso a casa ni sabe retirarse en el momento oportuno: la acosan los fantasmas que no supo esconder entre los dados trucados y vuelve una y otra vez a la casilla de inicio.
Nadie enseñó a la chica de las gafas oscuras a saltar al agua sin cerrar los ojos, y últimamente quiere caminar como si viviera dentro del “Cool it down”, pero llevar una vida fácil es bastante complicado. No basta con tener el rostro adecuado, también necesitas un poco de talento, y nadie puede prestártelo a un interés tan bajo.
Al amanecer nunca hay suficientes versos que hablen de la chica de las gafas oscuras, y el sonido de sus tacones se aleja una vez más por la avenida, dejando a su paso un carrusel envuelto en humo azul y un puñado de verdades que se disfrazan de mentiras piadosas pero que no consiguen engañar al alma.

8 de junio de 2008

Bilbao-Trafalgar

Los días resbalan entre el tráfico aéreo y no es nada fácil distinguir un lunes de un jueves; solamente mirando al sur soy capaz de predecir hacia dónde sopla el viento, con la densidad del aire que entra y sale de tus pulmones. No somos más que dos llaves que han perdido su cerradura, y sólo queda una posibilidad entre un millón para seleccionar la canción que te traiga de vuelta a casa. Por eso se van desprendiendo una a una las letras sobre la mesa, van descendiendo como nubes de algodón hasta las yemas de los dedos que no te rozan y se consumen en una calada lenta y desesperada, sin llegar a acertar en el centro de la diana porque tu voz al despertar es un susurro en fa sostenido que parece a punto de romperse en todos los puntos de inflexión, convexidad implícita en los mapas de carretera. Se cierran las ventanas que se alimentaban del sol y un brillo metálico nos recibe con la precisión perfecta que sólo encuentro en la línea imaginaria que une tu mandíbula con el cielo. Echarte de menos es la sucesión de nudos que soy incapaz de explicarte al oído, y que únicamente respiran a través de frases sueltas gritadas en la madrugada, pedacitos minúsculos de vida latiendo desnudos sobre la arena.

25 de mayo de 2008

los motivos

La sensación es terrible, todo parece resquebrajarse por dentro sin razón aparente. Pero entonces, en el último momento, me detengo a mirar atrás para tratar de memorizar; de recordar al menos un brillo por si alguna vez me siento perdido y necesito tu voz de nuevo. Y cuando me giro, la realidad me golpea con todas sus fuerzas: encuentro los motivos para luchar, para seguir intentándolo, en cada rincón de tu sonrisa, en el camino hacia tu casa, en tus piernas entrelazándome sobre el sofá mientras dejamos que pasen las horas, sin necesidad de alimentar el fuego. Tengo la mochila repleta de trocitos de nosotros que no se merecen ser arrastrados por la marea. Son esos instantes los que me hacen latir, los que provocan que te piense con tanta facilidad. Y puede que parezca difícil de entender, pero aprendí a valorar nuestra forma común de mirar el mundo como si se tratara de un tesoro, de algo que sólo tiene sentido si lo mantenemos vivo desde las dos orillas del río. Y ahora vuelvo al borde, a asomarme a tus ojos sin fondo para acompañarte una vez más, para estar ahí aunque nos movamos en el ojo del huracán. Para tratar de que, como en el poema de Benedetti, por fin me necesites.
Porque no sé hacerlo de otra forma.

19 de mayo de 2008

200

Empiezas a pensar que doscientos asaltos son demasiados combates seguidos. Y apenas has tenido tiempo de pararte a levantar la cabeza entre uno y otro, porque prácticamente has hecho lo único que sabías, y a veces ni siquiera tenías claro hacia dónde levantar los brazos, simplemente tratabas de encajar los golpes de la mejor manera posible. Por eso ahora te descubres cansado, te cuesta reconocerte en la imagen que te devuelve el espejo.

Ahora tienes claro que la contra está bien para aguantar un par de noches, pero no puedes permanecer eternamente al borde, porque también la tierra se ha comenzado a mover bajo tus pies, y corres el riesgo de quedarte colgado del otro lado del columpio. Frente a esto, desconfías de las voces de ánimo desde la esquina, porque ya no distingues quién está de tu parte y quién espera verte caer; así que tu única tabla de salvación es ese abrazo partido, tratar de evitar el cuerpo a cuerpo de la única forma posible. Es como si intentaras apagar un fuego con las manos desnudas; mientras lo haces no sabes si es mejor el remedio o la enfermedad, pero una vez que has empezado no puedes detenerte. Y admites que todo sería más sencillo si no hubiera campana que anunciara el final, si la lucha acabara sólo al decidir que ya es suficiente.

Cuando los músicos se marchen a dormir no nos quedará más remedio que continuar bailando en silencio.

15 de mayo de 2008

unos breves apuntes sobre tus pies

La chica de los tobillos finos pretende tener siempre la última palabra, y ensaya contra ti sus miradas duras desde el fondo del bar, ajena al humo y las risas. Camina sobre las sábanas desordenadas como si desfilara en una pasarela, juega con los diccionarios y te cuenta historias que siempre terminan en un aeropuerto, plano largo, luz cenital, música de fondo. No puedes dejar de rodar por el precipicio que te tiende, vas y vuelves en torno a ella pero nunca consigues descrifrarla; es como un abrazo que no acaba de completarse. Domina a la perfección los juegos de azar y los campos minados, parece que ha crecido en ellos. Se tumba sobre la hierba mojada e imagina cómo sería todo si, cuándo llegará el momento en que, y cuando se levanta algo ha cambiado, tiene una forma de hablar y de sonreír completamente distinta. Tiene algo de pantera y algo de nube, y por sensaciones como estas es imposible volver de ella, es un camino de sentido único, una avenida bajo el sol en plena madrugada.

13 de mayo de 2008

he tratado de ser justo...

Empieza con un café. Una tarde cualquiera de mayo, puede que sea sábado o domingo, a estas alturas da lo mismo. Hace sol, y puedo ir en manga corta desde mi casa hasta la parada del metro. Es curioso, no hemos vuelto a vernos nunca allí, como tampoco hemos repetido bar: no recuerdo cuántos cafés, cuántas cervezas habremos compartido, pero te puedo asegurar que siempre hemos ido a un bar distinto. Esto convierte cada vez en una ocasión reconocible, en un momento asociado a un lugar, o tal vez es al revés, cada vez que vuelvo a esos lugares recuerdo que en aquella mesa del fondo, detrás de la máquina de tabaco, o en un par de taburetes junto a la barra, hemos desgranado un poquito de nuestros puzzles; tirando del hilo para descubrir en qué punto se cruzan nuestros dos ovillos. Y hay un campo magnético que nos mantiene cerca aunque a veces pase más tiempo del deseado entre cerveza y café; ese campo nos impide desconectar sin que haya una explicación sencilla. Y son ya dos años y durante este tiempo cada uno ha tenido sus momentos, sus etapas, pero el otro siempre ha sabido estar ahí, permanecer, saber cuándo hablar y cuándo simplemente acompañar. Y ese vínculo es algo tan propio, tan nuestro, que resulta prácticamente imposible aplicarlo a cualquier otra relación social. Por eso lo valoro tanto, y por eso me gusta pensar que estos 721 días no son más que un granito de arena en esa playa que tan bien conocemos, y que todavía nos quedan muchos bares que visitar. Nos afectan los cambios del viento más que a nadie, pero sabemos adaptarnos a las marejadas. Este es el momento de la celebración, y ahora soy plenamente consciente de que nos encontraremos cada vez que nos haga falta en la esquina de costumbre, a pesar de nuestros desfases horarios. Siempre tendré un hueco para tejer tu presencia despacio.

28 de abril de 2008

página no encontrada

Las canciones de desamor bombardean los corazones con la textura de la lluvia ácida, disolviendo las horas en punto y descomponiendo cada átomo de verdad que tratamos de conservar. No nos quedan cuentas pendientes, y tal vez por eso corremos en todas direcciones y en ninguna, intentando acumular el mayor número posible de desengaños para que cuando lleguemos a la meta nos entreguen una guillotina oxidada como premio de consolación. Arden las noches ahí fuera y empiezan a borrarse nuestros pasos en la arena, ya no guardo ni las cenizas de los puentes que quemamos juntos, tú desde tu orilla y yo desde la mía; en la última limpieza y desinfección desapareciste sin más, así que créeme, si me buscas no vas a ser capaz de encontrarme. Cierra la llave de paso y deja todo lo que no te sirva del otro lado, porque no hay suficientes tarjetas de presentación y las balas de plata sólo te serán de utilidad en las noches de luna llena.
Puedes confiar en cualquiera que te invite a una cerveza, pero si quieres ver amanecer, entrega tu sonrisa únicamente a quien esté dispuesto a asumir el precio.

11 de abril de 2008

fuego amigo

Quieres darme consejos, pero siempre terminan volviéndose amenazas. Al fin y al cabo, eres siempre el primero en salir corriendo al escuchar las sirenas, y conoces perfectamente cuáles son las piedras que indican el camino y no deben ser arrojadas. Decidiendo cuándo volar, cuándo respirar; recuerdas lo que no puedes hacer pero has olvidado que también ellos buscan algo de ti cuando las luces se apagan. Las constelaciones parpadean hacia el norte y siempre creíste que eras el único capaz de interpretar esas pequeñas señales; ahora conoces la entrada principal y el callejón de atrás, no hay más sombras ahí fuera que dentro de tu cabeza y tienes muy claro que las escaleras bajan hasta el sótano pero no se detienen ahí, siguen descendiendo a la espera de que tomes una decisión. De que cierres los ojos, respires hondo y comiences a chapotear para mantenerte a flote. Puedes descartar las opciones correctas y quedarte sólo con las sábanas colgadas y el barro en los zapatos, pero no pretendas que nadie venga a ocupar tu lugar cuando te quedes dormido: en eso sí consigues ser genuino. Sonríe. Dispara. Antes de ser un ángel deberías aprender a borrar tus huellas.

21 de marzo de 2008

don´t bring me down

Conocemos de memoria cada una de las piezas del rompecabezas. Si intentásemos colocarlas en un mapa, necesitaríamos dibujar uno distinto cada día. Nos desmontamos hasta reducirnos a arena y luego nos reconstruimos sin poder evitarlo, con la textura dulce de tus tijeras verdes. Me transportas sobre las olas de tiempo hacia el archipiélago que forman la luz incierta de la habitación, la persiana incapaz de escondernos totalmente del exterior y un posavasos recuerdo de algún viaje que todavía no hemos hecho. Buscando el punto de giro adecuado, el instante de silencio previo al trueno para poder ir hasta allí, llegar al borde mismo del precipicio y contemplar los dos arcoíris de fuego antes de que olvidemos la posibilidad de reservar una butaca en la última fila. La gente del vagón mira tus zapatos, mira sus zapatos, mira a todas partes con tal de no fijarse demasiado en nosotros, y todos los pasajeros están deseando que se abran las puertas para alejarse lo más deprisa que puedan. La felicidad provoca rechazo, lees entre dos peldaños de la plaza. Para conocerte no basta con desearlo, hay que esforzarse un poco y saber adaptar los relojes y los calendarios a las necesidades de abrazo. Detente en cada escaparate y sonríe al espejo del ascensor, porque estoy un paso más cerca de lo que piensas: entre la máquina de tabaco y la última estimación de resultados, con el noventaynueve por ciento escrutado. Bailemos en el estribillo, besémonos en las estrofas.

10 de marzo de 2008

las virutas y Todo

Probablemente nunca alcanzarás el primer premio, ese punto exacto en que ni siquiera es necesario afilar el lápiz, basta con aplicar el filtro adecuado y dejar que la presencia eterna de la enredadera del abrigo acogedor acalle poco a poco las voces de ahí fuera. El hombre del millón de dólares sólo es capaz de expresar dos sentimientos, y presume de conocerlo todo sobre ti. Sólo apuesta sobre seguro, y alquila espacios vectoriales tratando de encontrar la frase perfecta para sacarte a bailar. No puedes aspirar al título para después amanecer enterrando la corona en la nieve azul. Te acostumbras a pensar que lo tienes Todo, sentirte como si el día y la noche te debieran algo; pero sólo cuando sientes el sabor a sal en los labios descubres que en realidad no has dejado de ser el niño que se asustaba de las tormentas y creía en el poder de un exorcismo con forma de abrazos. Corréis las cortinas y os buscáis en los márgenes en blanco, en las notas al pie que nadie se detiene a leer. Y recibir una llamada telefónica, aunque no haya ninguna novedad, simplemente para decir hola, estoy aquí, sigo cerca, no te imaginas cuánto me apetece. Entonces Todo se diluye y sólo quedan unos pocos centímetros de piel caliente. Las palabras no son más que virutas, ideas sueltas, intentos vanos de atrapar un fuego fatuo; pero intentan crecer y acercarse un poco a la textura correcta, a la forma concreta de mirar tus ojos de cerca. Tienen vocación de pasaporte sin páginas, y suenan exactamente igual que nuestros pasos acompasados sobre las aceras mojadas.

25 de febrero de 2008

era tu boca

Solamente podía ser ella, sólo ella tenía la suficiente personalidad propia y capacidad de decisión. Tardé en descubrirlo, pero al final de todas las escaleras de incendios, cuando se acababan las puestas de sol y hasta las manos se quedaban sin vocabulario propio, era tu boca la que aparecía salvadora, como un reloj de arena que nunca termina. Y no necesitaba notas en las paredes, ni señales en cualquier escaparate, porque tenía la certeza de que el que permanece en pie cuando suena la campana es el único que se lleva la recompensa. Nos acompañaban los disparos al otro lado del espejo, un coche que acelera, carreras y algún grito, como en aquella sala de cine tan mal insonorizada, y tu boca sonreía hecha un neón parpadeante, en plena esquina de Broadway con la 42. Afortunadamente yo había reamueblado mi alma de los pies a la cabeza y me moría de ganas de verte bajar del autobús, coger tu bolsa, pronunciar hogar, dulce hogar, y abrazo interminable. Se multiplicaban los motivos para estar vivo, con la velocidad supersónica con que tu mano se proyectaba hacia la mía, y los demás nos miraban de reojo, un calendario besaba la lona, crecía la música y bajaba el telón. De repente el silencio se hacía carne, y ya nadie era capaz de moverse de su butaca. Tan sólo tu boca era capaz de construir catedrales de la nada.

Al llegar el día, con las primeras luces, tu boca se apagaba para dar paso a la realidad más gris y absurda. Allá abajo bullía el tráfico, las sirenas y los teléfonos. Entonces cerraba mi ventana y corría las cortinas, para tratar de taponar mis heridas con algo más cercano que el edificio de enfrente. Amanecía un martes cualquiera en Broadway con la 42.

12 de febrero de 2008

aprendizaje

Hay rincones del laberinto que no son visibles desde el exterior, como quedan sumergidos mil gestos tuyos que todavía estoy interpretando. Traducir cada centímetro de tu espalda a nuestro idioma privado, atrapar los instantes de luz que generas, ser capaz de memorizar todas las idas y venidas que se nos van quedando sobre la piel, como huellas en la orilla. No nací sabiéndote, conociéndote; simplemente un día te encontré y descubrí que no había nada más en el exterior, que todo giraba en torno a ti. Por eso ahora trato de aprenderte como una necesidad vital: en la misma nube se dibujan juntos todos los tesoros que me ofreces de forma desinteresada y cada uno de mis intentos por ser mejor, por acercarme un poco más. No es algo a lo que me sienta obligado, forzado; simplemente quiero alejar los bordes y los límites que nos rodean, y que no nos crezcan malas hierbas al borde del camino que estamos construyendo. Tiéndeme la mano, abre las ventanas, mírame de frente y no necesitaremos ir dejando señales en las esquinas. Puedo recorrerte mil veces de norte a sur y en cada abrazo hallaría un nuevo milagro.

30 de enero de 2008

otis

No deberías guardar las letras caducadas en el fondo del cajón, ya sabes que tienen extraños y mágicos poderes regenerativos, y podrían tomar el mando de la situación si te descuidas; además, mientras estás sentada en la escalera no eres consciente de que tus palabras atraviesan mi estado de ánimo justo en el momento en que me planteaba darle la vuelta a todos los libros, intercambiar las formas incorrectas de energía, poner los calendarios de cara a la pared y decirte alguna de esas tonterías que ya has oído mil veces, pero con la intención de que la recordaras sonriendo como esas canciones lentas de Otis, en las que casi puedes llegar a tocar la luz tenue, con el suelo cubierto de serpentinas efervescentes y el hombro adecuado dispuesto y cerca; ese tipo de melodía en blanco y negro que comienza con los metales y que se va fundiendo poco a poco, despacio, como si te desnudara el alma una y otra vez para acariciarte por dentro, agitarte y dejarte meciéndote suavemente, ya sabes a qué canciones me refiero; en ese instante no importan demasiado los demás, se van desvaneciendo los malos recuerdos y solamente eres algo vivo, un ser único, irrepetible, y sí, definitivamente, son ellos los que se resisten.

28 de enero de 2008

el péndulo rojo

y la velocidad de tus gestos perfectos grabada a fuego en una llamada telefónica, en un bar lleno de gente, como un giro de tu cadera eterna resbalando sobre el frío y la niebla, para acabar ardiendo en cada una de las noches que vamos tejiendo despacio, invadidos por la rabia y la urgencia pero sin necesidad de abusar del elixir de las huidas ni tener que inventarnos coartadas en cada beso desesperado. Cuchillas afiladas brillando por encima de la música y el vértigo de las aceras impares, que laten con el idioma de las madrugadas y nunca ven preciso un cambio de ritmo. Prendiendo certezas de las ramas más altas, para que nunca se manchen de barro, escondemos el mapa del tesoro en un rincón secreto para protegerlo de la luz del sol y bendecirlo con la luz azulada de cualquier sala de cine. Porque cuando llega la estación de las lluvias, es el momento de sembrar, plantar cada uno de los descubrimientos y sentarse a la sombra a verlos florecer. Un solo de armónica más y estaremos en cualquier otra parte, en un escenario distinto, pero con la misma aceleración marcando el pulso de las ausencias y las presencias. No hay metrónomos que la soporten.

21 de enero de 2008

imperativos, necesidades, obligaciones

Nadie es capaz de recordar con exactitud cuáles fueron las últimas palabras de la estrella del rock´n´roll, pero apuesto a que pensaba en ti. También lo hacían todos los fabricantes de paraguas para días sin lluvia, y cada uno de los barrenderos que olvidan billetes debajo de los bancos de piedra. El camino es cuesta arriba pero siempre merece la pena recorrerlo; el itinerario varía de una vez a otra, comenzando invariablemente en el sacro y terminando en la nuca. No existen en tu mundo dos formas de mirar iguales, como tampoco hay atajos ni nos permitimos los adelantamientos por la derecha. Nos acercábamos hasta el borde mismo del escenario, caminando sobre la cuerda floja y jugando con las líneas del paso de peatones, para descubrir después el punto exacto en la geometría de esta ciudad en el que nada más tiene importancia. Todo sucedía por primera vez en un instante sincronizado, como las libraciones y aquel lunar en el dorso de la mano, sin que quisiéramos hacer o decir nada para evitarlo; bailando y girando en redondo sin mover los pies del suelo. Ahora soy capaz de almacenar recortes de tu vida pasada, y si cierras los ojos tú también perteneces un poco a todo lo anterior; en el fondo siempre estabas ahí, agazapada, esperando el momento preciso para aparecer y hacer que encajasen las piezas, todos los puentes que aparentaban no tener final. Por eso nadie consiguió capturar el momento exacto, ninguna fotografía tenía el encuadre adecuado ni la luz necesaria. No hacía falta, no nos hacía falta.

14 de enero de 2008

Allen o Heisenberg

Nos puede pesar la rutina y hacer que los pasos de baile se resientan, perdamos a veces la perspectiva y no sepamos distinguir cuándo está amaneciendo y cuándo anocheciendo. También nos pueden ocurrir las dos cosas a la vez, y el final de una noche casi siempre trae el nuevo día. Pensaba en todo esto y en aquel banco de madera en los jardines, en la distancia mínima de seguridad y la gente que iba y venía ajena a movimientos sísmicos casi imperceptibles. Atrapados en Annie Hall, pero siendo los dos Alvy Singer, es inevitable que hayamos olvidado sincronizar nuestros relojes, y mantengamos una especie de relación transoceánica dejándonos en cada semáforo notas sin escribir y abrazos que teníamos pendientes. El insomnio sería otro movimiento de esta suite, como buscarte en cada estribillo y en cada fotograma o dejar caer la memoria para permitirme seguir a flote. Al final decido no preparar los discursos, improvisar los diálogos, permitir que me arrastre la marea porque no leí tu parte del guión y es inútil tratar de interpretar un papel cuando la obra se está escribiendo en directo, un párrafo o dos por semana. Sólo puedo esperar tu gesto para empezar a hablar sin saber muy bien lo que voy a decir; dejar que pase el tiempo hasta que en tu rincón amanezca de nuevo, y tratar de que aleatoriamente coincidan la posición y el instante.

6 de enero de 2008

D5

Ya recuerdo cómo terminaba el cuento. Tenía una historia escrita en morse entre tus clavículas, pero ni la más remota idea de cuál iba a ser el final. Pues bien, resultó que cada uno de los desvíos en la carretera me llevaba un poco hacia tus treinta y tres vértebras, de modo que no tuve más remedio que quedarme a vivir allí, congelado en un abrazo permanente. Buscando siempre la escapatoria más rápida, los refugios imposibles sobre el tablero de ajedrez de las paredes derrumbadas, en un círculo de caras conocidas y desconocidas y con un final feliz en la manga para cada uno de tus pensamientos un instante antes de dormir. Partiendo de la transparencia, nada debe asustarnos: lo que derribó nuestras antiguas torres de marfil fue la tendencia inevitable a cerrar los ojos cuando los pájaros levantaban el vuelo. Hoy no quedan pájaros, si acaso un par de ojos amarillos que parecen arder en mitad de la tormenta, y poco más. Por eso no es un error decidir que este es el kilómetro cero, aquí es donde comienza de nuevo el camino. Ahora que encontré tu quinta vértebra dorsal, debo volver a tomar clases de morse.