22 de febrero de 2011

axiomas

Los acordes se repiten en una letanía, como un bucle de caricias que va derramándose sobre tu espalda. Y le doy vueltas a las fotografías que sobrevivieron al incendio, para intentar encontrar un rastro de recuerdos que me permita encontrar las palabras adecuadas. Pero una y otra vez me detengo, quedo atrapado en un instante concreto, siempre en el mismo; y entonces se deshacen todos los intentos por dibujarte, por conseguir acercarme a los destellos de algo que se compone de varios movimientos, una suite donde podemos reconocernos a oscuras. Buscando como alquimistas el elemento oculto, la forma perfecta de mirarnos a los ojos. Tejiendo un rincón para nosotros, en mitad del ruido del tráfico, los periódicos viejos y las piedras que nos contemplan; la vida que nos va moldeando, a fuerza de golpes y guiños, pero abrazados cada vez que se esconde el sol. Intento de nuevo otra aproximación al misterio que encierras, pero me quedo en las afueras, donde no hago otra cosa que sonreír y jugar a la ruleta con la memoria y las canciones que hablan de nosotros sin palabras. Tal vez ahí esté la clave de bóveda: en despojarnos de las definiciones, limitándonos a deshacer todos los nudos y dibujar nuestros propios mapas. Nadie que haya llegado hasta aquí se ha preocupado nunca por explicar la ruta.