31 de diciembre de 2006

recámara

Es evidente que este momento llegaría: ahora estás a punto de caer, y ya no eres tú la que habla sino esa angustia de saber que en cuanto toques el suelo se echarán sobre ti como lobos hambrientos. Te preguntas en qué parte de la película te levantaste dejando el patio de butacas desierto, y qué tienen que ver ellos en este final de la escapada. Al fin y al cabo, sólo se limitan a vivir la vida que dejaste a medias junto a la nevera, la descargan como un revólver contra el suelo, sin saber que hace ya mucho tiempo que te diste la vuelta tapándote los oídos. Ya ni siquiera puedes decírselo a los ojos, tan sólo lo pones por escrito y vas dejando copias en cada buzón que encuentras, siempre amaneciendo en camas ajenas. Hubo una época en la que era divertido poder decidir cada paso que dabas, sentirte un punto más sobre el alambre, iluminada por los focos, pero todo lo bueno se acaba, deja una espina amarga, y lo peor es que nadie te avisa cuando estás perdida, todos reducen la velocidad y esperan para verte rodar. Estás en el punto exacto de no retorno, de entre todas las opciones, lo más inteligente sería lanzar una moneda al aire para elegir de qué lado prefieres desplomarte. De todas formas, yo no le daría demasiada importancia a todo eso; nunca te preocupó cómo quieres ser recordada. Es tu estilo de vida: cuanto más alto subes, más cuchillos te esperan abajo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Avivas lo presente y despiertas lo dormido.