21 de diciembre de 2005

fin de trayecto

Pensé que sería más sencillo. Me sorprendía cómo todos se acercaban a ti en actitud casi de oración, hablándote de cosas imposibles y el otro lado de la luna. Yo nunca pude. Yo sólo quería jugar contigo, acercarme de puntillas y soplarte el flequillo mientras dormías. Entendía que eras como una puerta, una llave hacia nuestro trozo particular de cielo. Donde cabíamos únicamente tú y yo, incluso un poquito apretados si fuera estaba nevando. Por eso no me arrepiento de nada, de ningún momento que compartimos, como nadie lamenta haber sido niño, haber jugado con la arena. Ya que volver a vivirlo es imposible, al menos me gustaría que esos instantes, que ese tiempo no arda cuando toque hacer limpieza, que no sea un lastre cuando tu corazón pese demasiado de tanto amor y sientas que te cuesta seguir avanzando. Ahora me he dado cuenta, al final he comprendido que fui feliz en ti, en esa estación, en ese amor que creamos. Pero los abrazos sólo duran para siempre si se alimentan a diario, y es imposible construir un puente sólo desde un lado del río. No permitamos que aquello muera de hambre. No se lo merece. No nos lo merecemos. Mantengamos una vela encendida por si algún día volvemos a coincidir a oscuras entre las páginas.

16 de diciembre de 2005

fatale

veo a la chica del abrigo de leopardo
fuma con una mano enguantada
su humo sabe a espinas y desencanto
y mezcla fuego y hielo en la mirada

tiene la piel tatuada de despechos
se mueve como en un fotograma
con un manual de trampas y besos
que robó de detrás de la pantalla

su gin-tonic es transparente ácido amargo
y sabe que concentra toda la luz del bar
entre sus largos dedos vestidos de blanco

si sabes lo que es perder al intentar ganar
tienes que ser el más rápido en desearlo
porque arde de golpe cuando van a cerrar
y no hay nada
nunca queda nada
bajo el humo y el abrigo de leopardo.

14 de diciembre de 2005

Todavía

Solamente necesito tres razones, tres motivos para sonreír. Escucho la tormenta a través de la ventana, puedo imaginar cómo los niños saltan en los charcos y los coches aceleran para cruzar semáforos en ámbar, levantando cortinas de agua a su paso. También está el ruido de fondo del televisor: cinco programas de cocina simultáneos, cinco cocineros haciendo cinco platos que nadie comerá, únicamente sirven para que las cámaras los graben mientras suena música de jazz, jazz en Babia. Hay un Belén entre tiburones, maletas que cambian de manos y papel de periódico para tapar huecos de desconfianza. Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Sin embargo, nada de eso es real: lo único que puedo reconocer es tu tacto eléctrico, esa descarga que me da tu antebrazo como una promesa. A pesar de que llevo años sin verte, aún siento la fuerza de tu mirada como si todo hubiera empezado hoy. Por eso busco esas tres excusas para sonreír, porque eres todo lo aferrable, todo lo que entiendo como hogar, como territorio. Dame al menos una de las tres.

4 de diciembre de 2005

Street Spirit (Fade Out)

Muchas veces he tenido la sensación de hacer algo por última vez: la última vez que cruzo esta calle lloviendo, la última visita a domicilio sin avisar, el último amanecer rodeado de pronombres. Sin embargo, nunca sospeché que aquél iba a ser el último abrazo, la última caída libre para despresurizarnos. La próxima vez que te vea, que nos miremos a los ojos, será un después de. Tendrá sabor a sangre y el aspecto de una polaroid mal revelada, todo un malentendido de sentimientos entrecruzados, dos manos que se buscan a oscuras sin tocarse: ya no viviré más dentro del remolino que empieza y acaba en tu nuca. Un día abriré tu puerta y al otro lado no habrá nada, todo lo que ahora te nombra desaparecerá con la capacidad que tiene el viento para sacar la rutina de los bolsillos. Entonces te buscaré, recorreré cinco, siete vidas buscándote en otros abrigos, llamando a puertas que nunca se abrirán. Cuando esté a punto de darme por vencido, de dejarlo todo al lado del camino, descubriré que no puedo encontrarte fuera de tu espiral, y tendré que aprender a verlo todo a partir de nosotros, desde el punto siguiente a aquel pasillo. Desde la ventana en la que jugábamos a inventar los sueños que ahora son papeles mojados, promesas rotas, brasas y ceniza, ojos cerrados.

28 de noviembre de 2005

33 rpm

Todo vuelve a empezar, sólo hay que levantar la aguja y colocarla de nuevo en el primer surco, como si nunca lo hubieras hecho, como si no supieras lo que va a pasar desde este momento. Sólo fíjate en las postales que alguien pegó hace años en la ventanilla: viajes, ciudades exóticas, playas de arena blanca, juegas a cubrirlas con el humo mientras miras de reojo el teléfono negro, mudo y desagradecido que parece carcajearse. El armario está vacío, el papel de las paredes arrancado detrás del sofá, y la vida espera fuera. Yo voy desapareciendo poco a poco en un círculo de fuego, me despedazo entre tus dedos, y a nadie le interesa: hace un mes que la lluvia arrastró los restos del incendio, técnicamente no existo. Por eso subes el volumen, dejas que suene y grite y tape todo lo que debe ser tapado, para que sobre el barro puedas construir mañana otro palacio. Pero recuerda que la aguja sigue acercándose al centro, y algún día el disco quedará inservible. Yo soy el que corre, tú la que salta.

17 de noviembre de 2005

diapositiva de invierno

El bombero pirómano siempre apuesta al caballo perdedor, sólo porque le encanta romper sus boletos a la salida del hipódromo. Duerme con un ojo abierto y el otro cerrado, y no se fía de lo que los espejos puedan contar de él. De vez en cuando se da cuenta de que ni siquiera es el protagonista de su propia película, tan sólo un figurante sin frase; entonces suele acabar la noche en cualquier barra americana de mala muerte, contándole sus penas al contable con el nudo de la corbata aflojado y las gafas en el bolsillo de la chaqueta. Llena su mesa de tarjetas de visita con direcciones y teléfonos anotados, personas que sólo existen al otro lado de la línea si marcas el número equivocado; por eso sus dedos son un manojo de llaves oxidadas, por eso nunca sabe si va hacia algún sitio o si ya está allí. Es la confirmación de que todo puede ir todavía peor: incluso cuando las arañas se estén riendo de ti, aún hay un sótano más oscuro. Y ahora dime en qué me diferencio de él al abrir la nevera, dime si tú o yo somos el bombero. O sólo dos peones, acorralados en esquinas opuestas del tablero.

7 de noviembre de 2005

entreacto

Pregúntate cómo viste Irlanda desde el último vagón de aquel mercancías. Recuerda la humedad que nos hacía tener ojos tristes, sin ganas de colocar una cazuela debajo de cada gotera para que no nos molestara el ruido. Tus sueños siempre eran pesados, te gustaba soñar hasta el mediodía y mientras yo sólo podía asomarme a la ventana y ver la plaza desierta, inundada por la luz, como recién nacida. En cambio, tus noches nunca parecían terminar, incluso sobre aquel suelo de madera que alguien se encargaba de manchar al ritmo del vals escupido por la emisora de turno. Me mirabas y decías, la música es para escucharla, tratar de explicar una canción es intentar escuchar una acuarela, o tocar el olor del mar. Tal vez estuve en aquel banco de madera diez minutos más de lo que debía, sin duda porque tu falda de cuadros hacía juego con mi corbata, el humo de los cigarrillos y la forma que tenías de dejar caer un telón de terciopelo sobre la realidad al final de cada conversación. Sólo entiendo con claridad que aquí fuera hace más frío hoy que ayer, y me pregunto dónde estás esta noche.

27 de octubre de 2005

come in she said

Soy el último en la cola del cine, ése al que nadie le pregunta si prefiere centrado o en un lateral. Soy el que te mira por el retrovisor colocado en el techo del autobús, el que deja caer una nota con su número de teléfono cuando pasa junto a tu asiento para bajarse donde tú nunca lo harías. Soy el chico que le pide otra cerveza al camarero justo cuando tú vas a quejarte por el volumen de la música. No puedes atravesarme, no eres la primera que lo intenta, y de tantos cortes mi corazón es pura cicatriz, como la piel de un tambor siempre a punto de romperse. No se puede habitar más bajo, no hay aire, no hay nada aquí abajo. Me reconocerás, soy el que no revisa lo que escribe, el que nunca afina la guitarra ni tiene calcetines lisos. Le regalé mi sombra a la chica del lunar sobre el labio, ella se la quedó: me prometió que haría con ella un bonito felpudo. Me gustaba mirarla mientras bailaba lentamente, agarrada a mi sombra que era un papel oscuro y se le escurría entre los brazos. Me gustaba mirarla. Sus brazos, deberías verlos, eran completamente transparentes, créeme, la chica del lunar no tiene la culpa de todos mis males, ella tan sólo contribuyó a la causa. Ten cuidado, no te acerques demasiado. Cuando consiga entender por qué estoy aquí, será demasiado tarde, y todo acabará sucio y roto y hueco. Acostúmbrate.

24 de octubre de 2005

el atracador de carl lewis

Prefiero no saber cuántos te desean. Prefiero pensar que tú y yo somos dos, un grupo de dos personas. No hacerme a la idea de que nunca podré acercarme más de lo que lo hago, de que en realidad tú vas volando por el cielo, nosotros te miramos desde la acera, hay algunos que intentan trepar, subirse a los buzones de correos o escalar a los tejados y saltar desde allí con la intención de rozarte en su caída, pero es un consuelo bastante pobre. Nadie te toca, todo te atraviesa sin mancharte, sin dejarte huella. Nada es capaz de romperte el corazón, eres simplemente el ángel en el que rebotan todos los golpes, el ángel que esquiva, corretea sobre la lona y consigue cansarte para rematarte en el décimo asalto. Es triste, pero al mismo tiempo inevitable: por eso nadie se queda, nadie está a tu altura. No necesitas a nadie.

22 de octubre de 2005

The way you look tonight

Amontono servilletas garabateadas en un rincón del armario. En todas dejo un hueco en blanco, pero en cada una el contexto es distinto. Las tengo guardadas: tal vez algún día, cuando sepa cómo te llamas, te las enseñe. Mientras tanto, mato el tiempo probando combinaciones en la caja fuerte, nunca te fíes del dependiente que sabe dónde encontrar el disco que estás buscando. De todas formas, hace semanas que nadie entra aquí, ni siquiera tu sonrisa en camisa naranja. La voz de un cantautor belga, sonando eternamente en una tienda desierta. Tampoco ha dejado de llover desde que Chet olvidó las llaves dentro. Así que sigo rellenando servilletas, escribiéndote poemas precocinados, jugando con la ruleta. Me pregunto cuánto tardará en sacar otro disco. Es el único camino que conozco para que abras la puerta y entres, sonriendo y acercándote, bailando sola. Hay cosas que son sólo cuestión de tiempo y suerte, y tengo el almacén lleno de las dos cosas.

13 de octubre de 2005

Atmósfera cero

Así que aquí es donde todo acaba. Con una visita de cortesía, preguntar por los parientes, tal vez algún regalo por puro compromiso. Es curioso que cuando uno lucha tanto por algo, si finalmente lo logra siempre termina decepcionado. No hay más allá, hemos llegado hasta donde nadie jamás había llegado caminando sobre la cuerda floja, sin red. El peligro no era mirar hacia abajo, era simplemente abrir los ojos. En esos casos es obligatorio cerrarlos antes incluso de dar el primer paso. Pero, una vez que alcanzamos la otra orilla y volvemos a parpadear, no encontramos nada. Peor aún, olvidamos todo lo que hemos podido aprender por el camino. Recuérdame que la próxima vez te bese en la frente, que las salas de cine están cada vez más vacías, que la combustión espontánea es un fenómeno poco frecuente. No volver a saber nada de ti me resultará tan complicado como acostumbrarme a volver solo a casa, pero los días son más cortos en esta época del año; con suerte no te echaré de menos. Borremos nuestras horas compartidas, llenemos la memoria de datos inservibles. Esta vez será la definitiva, al menos por el momento.

7 de octubre de 2005

noventa y seis

Hay momentos en los que sentirse vivo puede resultar más fácil que de costumbre. Sucede cuando disparas sabiendo que sólo te queda una bala. Te das cuenta de que la chica de la compañía de teléfonos tiene que estar ahí de pie toda la tarde, aunque tú te esfuerces tanto como ella en haceros entender gritando por encima del ruido que hace el camión de la basura. Escuchas los latidos de la otra persona aunque estáis a un metro de distancia. Comprendes que la tarde de un viernes de octubre que nace con veinticinco grados no se puede emplear en escuchar vaguedades sobre instrumentación y automatización, que es mejor caminar por la calle y guiñarle un ojo, o los dos, al sol. Le das nuevos significados a la expresión hacer tiempo. Intentas escapar de algo que empezó siendo un sueño, y ya no recuerdas si estás fuera o dentro del laberinto. Prefieres que tarden veinte minutos en contarte algo que podrían contarte en dos. Subes al tejado y notas calor, mucho calor, y ves la vida más allá del mar de antenas. Sonríes cuando de repente, no sabes por qué, huele a hogar, a compañía. Miras hacia atrás y descubres la cantidad de casualidades que tienen que ocurrir para que dos personas desconocidas lleguen a conocerse. Todo esto no hace otra cosa que no sea girar, corre constantemente hacia delante y para cuando nos damos cuenta nos hemos pasado de estación, nos hemos quedado dormidos en el vagón, o nos han vendido un billete de autobús a la ciudad equivocada.

3 de octubre de 2005

inmersión

La mujer-raíz siempre tiene sueño, está hecha de hierba y cristal, y su pasado es sólo un montón de sombras alargadas. La mujer-pétalo da abrazos que son una caída constante, un viaje de ida sin vuelta con destino a ningún lugar. Los besos de la mujer-hiedra son cicatrices, huellas de otros hombres, siempre arrastrando sus pies como una maldición. Cuando miro en los ojos de la mujer-papel, descubro que no hay nada; llego demasiado tarde y ya se ha desvanecido. La mujer-lazo va dejando imperdibles y monedas de latón en cada papelera, y la mujer-recuerdo te romperá el corazón en mil pedazos si no tienes cuidado. Con sólo agitar el fantasma de la mujer-arena, se mezclan en mi boca todos los sabores que he vivido, es una fruta prohibida que viaja de incógnito en sobres sin remite. Temo encontrar lo que no busco entre los rizos de la mujer-roca, y la mujer-espejo no me permite mentir, me obliga a vivir todo el tiempo en la misma sensación de desgarro. Por eso, cuando alquilo mi soledad, cuando tropiezo con alguna de ellas entre las páginas de un periódico, siempre intento evitarlas. No quiero que descubran que mis engranajes se oxidan con la humedad de sus lágrimas: los hombres de plástico no flotamos en agua salada.

19 de septiembre de 2005

Mar de arena

Me he acostumbrado con triste facilidad a vivir abriendo y cerrando maletas, subiendo y bajando de vagones de tren sin nadie que me espere en la estación. A menudo me despierto en mitad de la noche, recordando el brillo de unos ojos que me miran desde un atardecer tabaco, y me gustaría poder barrer los cielos para ver más allá. Entonces me envuelve el humo y las cenizas de algo muerto hace años, y me convierto en un árbol de papel en llamas, retorciéndome de dolor y sin poder respirar. Las huellas en la nieve siempre acaban desapareciendo, como las heridas poco profundas; yo trato de aferrarme a algo para no seguir tropezando, y alguien con mi mismo rostro sale de las sombras para zancadillearme. Me siento el invitado que se deprime en una esquina en su propia fiesta de cumpleaños, y estas celebraciones de ruptura duran ya demasiado. Volveré a correr sin rumbo por las calles cuando me sienta acorralado, aunque sé que no servirá de nada: no puedo olvidar nada, ni pretender escapar de tu mar de arena.

9 de septiembre de 2005

Quinta Avenida

El hombre del sombrero de copa me dice frases que duelen, y la chica de nylon sabe de qué estamos hablando; hay una puerta de hierro que se levanta doblándose sobre sí misma, como una serpiente metálica, y al fondo dos faros de un coche esperando a salir con el motor en marcha. Saber que todo se ha acabado de repente, que nunca volveré a saber nada de ti. Nunca volveremos a compartir acordes de piano ni la palabra “fin” cuando se enciendan las luces. Se parece a lanzarse por la ventanilla de un avión en llamas, nunca sabes si estarás mejor o peor. Tal vez esa cadena que ahora intento romper resulte ser imprescindible para avanzar; pero desde tu hombro todo se ve exclusivamente en tres colores, y la realidad da bastante vértigo cuando te vuelves intangible. Por eso me siento cómodo atrapado en los envoltorios de regalos navideños, con luces intermitentes deslumbrándome y ese olor a plástico recalentado. Antes de marcharte, procura barrer todos los calendarios que rompimos aquella tarde que no podíamos dejar de reír de amargura.

18 de agosto de 2005

colillas

Lo terrible es hacer inventario. Tener que volver a sentir, encontrarse de nuevo con los testigos mudos que testificaron contra un grano de sal. Ser el encargado de barrer los columpios vacíos del parque, o limpiar las mesas cuando todo el mundo duerme. Abrir el cajón, tu cajón, se parece demasiado a sumergirse hasta el fondo, agarrar un puñado de arena y luego tratar de volver con él a la superficie. Ver anochecer y amanecer es tan fácil como saber esperar, llenar dos ceniceros, pedirte que me mientas. Buscar alguna forma absurda de detener el tiempo que me arranca de la ventana, que me empuja a salir de nuevo, por si acaso, a ver si nos cruzamos de camino a ninguna parte. A fin de cuentas, una frase de más no puede ahogarse en un vaso que está lleno hasta el borde. Reutilizar un sueño dándole la vuelta es una estación en la que todos los trenes paran. Sólo hay que saber bajarse de un salto, jugar con tres cartas y que nadie se de cuenta. Saber hacer inventario con la armadura puesta.

4 de agosto de 2005

cristela

Apenas te conozco, sé muy poco de ti, tan sólo dos bares mal iluminados con el volumen de la música demasiado alto. Sin embargo, sé que eres diferente, completamente distinta al resto. Con un brillo propio, que nace de la propia oscuridad de tu voz. Siempre escondida tras un monólogo permanente cargado de gestos que se pierden en el aire, dibujos que flotan y yo intento adivinar mientras sonrío en silencio. Hay una verdad oculta, tu capacidad para transmitir emoción está detrás de tus miradas fulminantes y mis silencios elocuentes. Si tuviera que definirte música, seguramente estarías compuesta a base de tu forma de callar, de tus parpadeos como mapas del tesoro. Tal vez porque en realidad eres todos los secretos, eres la suma de rincones desconocidos, un laberinto de papel construido a través de miles de años, de comunicación pura y lenguajes olvidados. Toda la búsqueda tenía un sentido: encontrarte, encontrarme en ti.

28 de julio de 2005

Cuánto es demasiado

Sólo por esta noche. ¿De veras puede una noche desmontar a dos personas, descomponerlas por completo, hasta encontrar su núcleo, y convertirlas en una única manera de mirar? A la mañana siguiente sábanas desechas, colillas mal apagadas que siguen emitiendo señales de humo, y ropa, mucha ropa, el suelo de la habitación está lleno de ropa. Todas las certezas pueden deshacerse de golpe, a través de un puñado de horas, cuatro dedos extendidos y el sonido de tus zapatos sobre la alfombra. Cuestión de asomarse a una ventana de la terminal, un avión tomando tierra, decenas de maletas esperando junto a una grúa. Cuando pienso en ti todo se resume en esas dos imágenes: el equipaje y la ropa desperdigada, un contraste más que añadir a la lista. La vida se resume en una serie de presencias y encuentros, y tu ausencia siempre consigue predominar sobre el resto. Es una ausencia sombría, pesada, de textura rugosa, ausencia con vida propia. Una medalla que nadie quiere colgarse, un lastre que no se desprende. Sólo espero que no des un paso más, que sigas siendo la voz en off, igual que anoche. Es tan difícil retirarse a tiempo.

13 de julio de 2005

Best before

Se trata de mancharse los dedos. Pero no las yemas, ni ensuciarse un poco las uñas: hay que hundir los dedos hasta los nudillos. Es la única manera. Atravesar tu calle invadida por las palomas, mientras se lanzan contra el parabrisas, ese es el término justo. ¿Quién decide avanzar hasta el borde del trampolín para luego darse la vuelta y volver a bajar? Tal vez sólo así pueda llegar a comprenderte, a dar ese paso de más cuando ya no hay nada que podamos perder. Y de nuevo salimos corriendo escaleras abajo, hasta encontrar el interruptor general para encender todas las luces de la casa al mismo tiempo, nunca aprenderemos a soportar la oscuridad exterior, y por dentro nos morimos por estar a oscuras. Inventad placebos, mentiras piadosas, tatuajes temporales, fechas de caducidad, airbags laterales. Creed en el infinito, en la vida después de la muerte, en las bocas de riego y las salidas de emergencia, próximo desvío, cambio de sentido. Lo terrible es descubrir la verdad demasiado tarde, al mirarte de nuevo en el espejo y no reconocerte. Al darte cuenta de que el tiempo no es más que una navaja sin afilar, que hiere pero no mata del todo.

25 de junio de 2005

Prime time

Si alguien fuese capaz de darte al menos una buena razón, tal vez serías capaz de entenderlo. Pero todo empieza a acumularse, el agua desborda la bañera y los grifos no funcionan. Cuando más falta te hace, la suerte se toma el día libre para asuntos propios. Así que si haces balance, te queda una fotografía movida, un buzón vacío y tres tazas de café en venta, sin estrenar. Una mezcla de frases en distintos idiomas, como una llave en pleno desierto, algo a lo que debes encontrar significado. Ya no estás jugando a adivinar licores con los ojos vendados, ni a montar y desmontar un fusil en tiempo record. Lo peor es cuando sientes que todo lo que hagas, todo en lo que se puede convertir tu vida y la de la gente que te rodea, depende de este preciso instante, de la decisión que tomes dentro de dos segundos. Y no te ayuda nada el viento a través de las cortinas quemadas, ni la hierba sin cortar en el jardín. Es una de esas situaciones límite en las que suelen acabar los capítulos, para mantener la tensión al menos una semana más, ya sabes, todo por la audiencia y las marcas patrocinadoras, ningún sector de público ni tipo de mercado debe quedar insatisfecho. Así que no nos decepciones, pórtate como un héroe y elige bien: un paso en falso y te buscaremos un sustituto. ¿Qué respondes?

9 de junio de 2005

Esfinge

A ella siempre le tocaba el primer turno: nunca los fines de semana ni las noches, su especialidad eran las mañanas de los días laborables. Manejaba como nadie las situaciones del día a día, los tipos cargados de razones y las mil maneras de colocar los focos. Cuando la conocí, era todo tacones y sonrisa de tiburón, el infierno había decidido quedarse a vivir en sus rodillas. Tenía un brillo de desesperanza mezclada con determinación en los ojos, y siempre esos guantes, guantes largos y negros como los de Gilda, no se los quitaba en ningún momento. Nunca llegué a saber por qué los llevaba a todas horas; tampoco me atrevía a preguntarle, siempre me comporto como un torpe en estos casos. Traté de darle conversación, pero era como un banco del parque, por más que le hables no pretendas que te conteste. Se limitaba a hacer su trabajo, y era sin duda de las mejores. Tampoco supe jamás cómo se llamaba, así que la imaginaba con un nombre caucásico, algo exótico y acorde a su carácter, como en las novelas de baratillo. Así que fui unas cuantas mañanas por allí, horas crueles, dejándome caer sin ningún motivo, tan sólo para verla con sus guantes, el complemento indispensable. Por supuesto, sin conseguir nunca una palabra, ni siquiera un gesto. Imaginaba algo así como una prueba de resistencia, un juego de seducción en el que sólo hacía falta paciencia. Cuando supe que me trasladaban, intenté despedirme de ella, pero ya se me había hecho tarde. Otra vez.

31 de mayo de 2005

Todavía no

Tan fácil como subir la persiana, dejar que entre la luz por los cristales. Hace falta atravesar el desierto, pasarlo un poco mal (un poco tan sólo) para descubrirte, para poder escribir tu nombre con buena letra, sin anotaciones al margen ni pies de página. Un buen día todo se acaba, se acaba y empieza de nuevo, pero ahora de una forma completamente azul, y nosotros seguimos siendo los mismos, cogemos el teléfono con la misma mano y tenemos el mismo temblor en la voz. Aunque parece que han pasado siglos; seguramente hace tres o cuatro siglos que no te miro con tanta intensidad: no sé dónde he estado, pero ha merecido la pena salir fuera, echar un vistazo por ahí y poder reencontrarte, con la sonrisa puesta, volver a volver. Abrir los cuadernos secretos y seguir tallando poco a poco, ahora con menos prisa y parándome más en tus detalles, las pequeñas vidas cotidianas. Hay que empezar desde abajo, como el primer día. Trozos de papel en el alféizar calado.

21 de mayo de 2005

O es que acaso no hay mañana

Ojalá fuésemos capaces de amarnos con los ojos cerrados, de abrazarnos sin tener una duda sujetándonos por la espalda. Ojalá no nos importara pisar los cristales rotos. Y poder romper con los sentidos, siempre nos traiciona el olfato. No sentirme parte de un ovillo desmadejado, como un temblor que se desmorona. Soy el niño que esconde la cara en la almohada, el perro convaleciente, me pueden las ganas de tirar la toalla. Quisiera empezar a verlo todo a través de una lente deformante, cadena perpetua para expiar nimiedades. Si no te lo cuento me siento incapaz de dormir esta noche, aunque sé que es un detalle sin importancia, con el peso específico del litio. Son las nubes de algodón las que me hacen doblar las rodillas, nunca tuve ninguna resistencia para derrotar a los monstruos que yo mismo creo de la nada. Dame un soplo de aire, un cable para lograr escapar del barro. Se apaga.

12 de mayo de 2005

Empezando por K

A menudo la vida no es mucho más que un silencio previo al disparo, una sucesión aleatoria de triunfos pasajeros y desengaños sin postre. Aproximadamente veinte minutos para despegar, nadie en la sala de embarque y colas en el arco de seguridad: es esa alternativa, esa sombra que sólo se despega de nosotros cuando saltamos al vacío, la que nos hace temblar al pensarlo dos veces. Emergencia, milagro, fin, desconfía, no va más, gana la banca, el pan nuestro de cada día. Cuando me quede sin cerillas, cuando empiece a sospechar de todos los que evitan pisar las líneas blancas al cruzar la calle, sabré que ha llegado el momento. Hasta entonces, ruido blanco: esperaré aquí sentado, afilando mis razones de peso, viendo descender la arena del reloj.

3 de mayo de 2005

tres asaltos

Hoy volviste a aparecer. Últimamente consigues entrar sin llamar, cuando menos te espero, cuando hace meses que no te busco. Ardieron los pedazos de noche que te cogí prestados, y salió por la ventana hasta el último de mis silencios, como estrenando alas con flecos de colores. Todo lo que nos une es redondo, áspero y plateado, amargo y sin vida. Ya no te debo palabras, no colecciono cupones para ganar tu mirada. Perdimos la tensión en algún punto entre aquel vagón de tren y tus ojos cerrados. Los dos tenemos algo que susurrar al tronco de un árbol; ésta no es la manera, no es así como solemos hacerlo, atascos, teléfonos móviles, tijeras sin punta. Muerde mis cartas marcadas, no volverás a verme sonreír.

18 de abril de 2005

Freewheelin´

La melena llena de luces de neón, anuncios en las páginas ocultas del periódico y una superpoblación de siempres, siempres saliendo en carretillas de una mina oscura o cayendo en paracaídas sobre los tejados del barrio, escaleras exteriores y ladrillos húmedos. El chico se deja agarrar el brazo por la chica, llueve y los dos caminan encogidos, como si quisieran protegerse de la tormenta, pero al mismo tiempo lo hacen por el centro de la calzada, una contradicción más. Ella dice “patria”, “hogar”, y el dice “frontera”, “pasaporte”. No pueden ser más distintos, como la tinta y el papel. Por eso se aprietan el uno al otro, son capaces de atravesarse durante cuarenta minutos y salir por la espalda, y no hay nadie más. Cuando caminan de esa forma las calles se vacían, en realidad todo se vuelve horizonte y no hay más que avanzar por la carretera, durante horas o tal vez vidas. Da igual si es de día o de noche, nadie se fija en los detalles, en el contorno, en la ropa. La ropa: el se abrocha la americana con prisa, podría ser primavera o tal vez invierno. Ella viste un abrigo verde, botas altas, es más prudente, consciente, más de este lado. Son una pareja de siempres, recién aterrizados, aún con jet lag y una única sonrisa. Una sonrisa en la que es fácil encontrarse, reconocerse, una sonrisa habitable. Es imposible no detenerse ante la imagen, tan sencilla como pronunciar amor, cerca, dentro. Las palabras más profundas son las más fáciles de pronunciar, pero las más difíciles de decir.

29 de marzo de 2005

Cold Water

Contigo los días eran como flores abriéndose más allá de cualquier mirada. Tu capacidad para recogerte sobre ti misma tenía sabor y peso específico, textura reconocible y respuesta a las preguntas más interiores. Eras mantenerse en el alfeizar y aferrarse a las ganas de vivir, de volver a levantarse tras el huracán. Un rayo partiendo la realidad gris de este lado, arrancando la tela que me ocultaba de la luz y el calor del sol. Por eso yo te notaba inalcanzable, lejana ahí arriba, intangible. Yo tan sólo podía imaginar y tú ya eras pura realidad, papeles amontonados en el suelo, en cajas de zapatos, camisas arrugadas, ojos vendados, depósitos que empiezan y una puerta entreabierta; a veces cable de teléfono retorcido o bolsas negras como una nueva forma de jugar, de inventarnos en nuevas dimensiones. Un billete de avión nos unió durante más tiempo del que ambos habíamos previsto, el espejo que revienta en un millón de reflejos y todos con tu sonrisa grabada a fuego en cada veta. Nuestra forma de acompasar los latidos del otro era el vuelo rasante sobre todo lo que ya no nos importaba, borrando cada cicatriz; vital como cada uno de tus gestos. Por eso cuando te marchaste no dejaste hueco: me bastaba con entrecerrar los ojos y sumergirme diez centímetros más. Allí, al volver la página, te encontraría de nuevo.

9 de marzo de 2005

Sidney West y otros poemas

Sobrevolando realidades con la consistencia del papel de fumar, arrastrando recortes de periódicos a través de una selva de mercurio. Persiguiendo cada forma geométrica enviada en sobres sin franquear y deshaciendo uno a uno los calendarios chinos. Sugerente como una figura con las piernas largas, hormigas y engranajes, que camina y se gira mirándome por dentro. Rodeados de letras distintas, de idiomas diferentes emitiendo una misma música al ser escuchados. Una hoja cuadriculada llena de fórmulas matemáticas junto a una bufanda con botones, vistas panorámicas desde el trapecio y tazas verdes para el desayuno. Todas las películas empiezan con la misma imagen, cuando las cucharas de madera y las tijeras plateadas intercambian sus miradas. Me despierto escuchando la vida detrás de la puerta, el agua que corre y las risas, la alegría de ser consciente. Hoy quiero ser rotulador en el bolsillo de un viajero de metro, para pintar de azul cada pequeño rayo, cada bicicleta tuerta, cada constelación privada.

21 de febrero de 2005

apariciones

Al sur de Buenos Aires siempre hizo demasiado frío como para correr descalzos sobre la hierba. Aún así, tú sonreías junto a la máquina de tabaco en todos bares de mi calle. A veces jugabas a esconderte de mí en las escaleras mecánicas a través de postales sin sello, y yo te saludaba en la chica del abrigo marrón esperando de espaldas al semáforo. Tú preferías soñar, cerrar los ojos y apretarme las manos como una forma de pronunciarnos de cerca. Yo siempre cargaba con anclas oxidadas y me perdía en las gotas de lluvia que resbalan por besos paralelos en tu mapa y el mío. Cada vez que te busco encuentro una cura transitoria, una desnudez que desarma por su sinceridad. Es ese espíritu el que alimenta los colores de mi paleta, el que me hace sonreír ante completos desconocidos. Ya no hay nada que no te haga presente. Firmemente estás.

10 de febrero de 2005

nido

Hoy es el día de sonreír a las sillas, de sentir cómo me bailas entre el mapa de mi mano y el lunar de tu clavícula. Me apetece compartir contigo la larga noche, la visita a los amigos que nunca cierran, y esas tres palabras que no significan nada si no salen de tu boca. Me sobra el calendario cuando cierro los ojos y apareces en la penumbra, cuando por fin mojo mis manos para arrancarme el polvo y se caen todos los muros: hoy ordeno la arena y no escribo ningún nombre de domingo con iniciales. Me elevo sobre las cartas marcadas, veo las penas alejarse pequeñitas desde el ojo de buey de tu camarote y remo hacia tu orilla. Bebo de ti, cada rellano tiene una letra de tu nombre escrito en un sobrecito de azúcar blanco. Cuando no nos queden promesas para que sigan sonriendo los sauces del parque nos fijaremos en tijeras de colores y libros desencuadernados. Te presto mi llave para que puedas entrar en mi alma cuando yo esté de viaje; necesita ventilación diaria como yo necesito ver tus ojos reflejados en el cristal del vagón. Recojamos los alfileres que el frío derramó y disfrutemos el desayuno en aquella terraza de marfil con vistas a tu pelo. Yo invito.

31 de enero de 2005

Acuse de recibo

Estás rodeada de gente más rápida que yo en tender sus gabardinas en tus charcos para que no te mojes. La mesa está llena de papeles que intentan pronunciarte en tardes breves como gotas de lluvia. Cada surco de mis manos guarda un trocito de todo aquello que te debo, ese chico con ojos de árbol que leía en el metro y no se bajaba en ninguna estación, y el calor que da una habitación tapizada con sueños de Hollywood. Dibujos de niño pequeño, letras entrelazadas y caligrafía redonda. Vimos un coche solitario atravesando la autopista y de fondo siempre sonaba tu canción y la mía. Los tipos más duros y resistentes están alargando la despedida como si supieran lo que se esconde detrás de la puerta tres. Nuestros disfraces no son necesarios cuando conseguimos sobrevolar la irrealidad desde tus hojas en blanco y mis soles amarillos. Aunque ya no nos quedan hoteles con todo pagado, cada "cerca" es una declaración de intenciones con sabor a palomitas en los escalones de tu plaza. Recorriendo los mapas...

21 de enero de 2005

Intransferible

Muerdo el viento a cada paso, rompo vendas, arranco las mordazas que intentan frenarme. Camas de hospital demasiado pequeñas, rabia, calor asfixiante. Contesto postales con años de retraso mientras escucho quebrarse el hielo bajo mis botas. Agujas que desatan pequeños huracanes, puntos suspensivos escondidos detrás de cada muerte en cajas de cartón reciclado. La trompeta desgarrada entre el humo y el ruido de las copas. Una conversación seria, el tiempo alquilado, la papelera que desborda, mi voz doblada y cables por todas partes. El cielo ha decidido venderme su última despedida, y ahora estoy tendiendo la ropa que ayer quería quemar. Mi corazón late más despacio. Espero.