28 de marzo de 2004

Decadencia

Las teclas rotas de tu piano seducían con su belleza moribunda, y la luz de la calle no se atrevía a entrar a través de tus persianas con acento parisino. Lo trágico de mi devoción por tus maneras de acróbata invernal escapaba lentamente como el brillo que me deslumbró al cambiar por recortes de periódico tus velas consumidas. La certeza de que yo estaba aquí para levantarte se diluía entre tus lágrimas de cocodrilo. Nunca dudes en el último momento, te escuché decir a mi espalda mientras cerraba la puerta definitiva.

22 de marzo de 2004

Nieve y carbón

Él quería descubrir el significado de todas las palabras llanas que brillaban en los carteles de la autopista, y tenía los bolsillos cargados de dudas sin afeitar. Ella sabía fingir decepciones y odiaba las ventanas que rompían la armonía muda de sus cuatro paredes. Los dos creían que hay muros imposibles de saltar y entradas de cine que no merecen la pena. Coincidieron una mañana gris como tus ojos en la parada del autobús. Él llevaba las manos vendadas y ella la mochila vacía. Sus miradas se encontraron en la espiral de ruidos y luces de la calle. Un restaurante, una cita como las de las películas en blanco y negro, dos vidas resueltas con la felicidad de los anuncios de televisión. Ella con un vestido elegante, él apareciendo puntual sin señales de golpes en sus labios, la primavera abriéndoles los ojos con ternura. Los dos decidieron que hoy irían al trabajo caminando.

15 de marzo de 2004

Fragilidad del reloj de arena

Cuando tan sólo pensábamos en ti y en mí, nos estremeció el trueno de muerte. Para resguardarme de la tormenta cruel acudí al encuentro de la imaginación y la palabra, para abrir la puerta a la esperanza y quitar las chinchetas de la carretera. Necesitamos más que nunca salir a la calle y decirnos lo que sentimos, robar los versos del hijo de cien primaveras, intercambiar golosinas por besos en tu portal. Apareciste con un reloj y una cucharilla de plástico, sembrabas milagros al pisar el asfalto mojado y me hablabas de nuevos tiempos, de veletas girando, chicos mal dibujados y reciclaje de basuras. La necesidad de creerte como las palabras de esta canción, y las goteras y escaparates en su leve disonancia. Volverán a dejarse notar los gestos que dejas caer al pedir ayuda para abrir el grifo; olvidaré por un momento lo terrible que es despertar humano cada mañana cuando te sienta cerca como nuestros zapatos colgados de las ramas del árbol. Aún hay millones de segundos que merecen la pena.

10 de marzo de 2004

Saldo restante

No todo tiene su precio, y aún hay libros que producen un torrente de sensaciones al ojearlos. Cuando vamos a la playa pasamos por una estación en la que nunca se abren las puertas del vagón: nadie entra ni sale, nadie espera en el andén. Cualquier día romperemos las buenas costumbres con tu martillo de emergencia, utilizar sólo en case de accidente, guiño en el espejo del baño o malas noticias en el suplemento dominical. Algo que nos permita torcer el gesto entre las mangas de la chaqueta, o ejercer de alegre paseante a pesar de los desayunos que no compartimos. Las papeleras aún nos pueden dar lecciones acerca del olvido. Aquella mañana compré un billete de ida y vuelta para ir a tu último concierto. Volví a pie, y el pedazo de papel se quedó a vivir en mi cartera. La otra noche se cerró el círculo al utilizarlo de nuevo. Fue el punto final del extraño fetiche. Pronto volveré a acercarme a la máquina expendedora.

5 de marzo de 2004

Regulación automática

Hoy vistes una camiseta a rayas y una bufanda violeta, llevas el pelo recogido en la nuca y tomas apuntes como el cielo se volviera más azul cada tres segundos. En tus ojos claros intuyo el frío y el temor acumulado durante los días lluviosos en la trinchera. No llevas pendientes, seguramente los olvidaste esta mañana para no perder el último metro. La estabilidad en la frecuencia de tus pulseras representa un ritmo de vals otoñal: te miro y pienso en la capa de hielo que cubre el estanque del parque, en sistemas de control automático para desconectar las ganas de llorar. Da igual quién habla y quién escucha, sigue agrietándose la pared donde firmaste aquella frase robada. La realidad que escondes en tu bolsillo trasero no merece tantas molestias y preocupaciones; no olvides que siempre te gustó saltar en los charcos de tu calle.

1 de marzo de 2004

Escaleras de incendios

Veo épocas de descanso entre cosechas desde tu torre, y me detengo para escucharla derrumbarse lentamente. Amanece otra semana, y no estás descalza en tu jardín. Tal vez olvidaste apagar las luces al irte a dormir, tal vez no encontraste brazos abiertos fuera de temporada. Ya no cambias tu peinado con la luna, y se te borran las huellas que dejaron tiempos mejores. Caminas por la acera helada añorando el sonido de los violines del interludio, y rompes a reír y a llorar para no atravesar el círculo de lanzas que te aísla. La simetría azul de las plazas de aparcamiento se cubre de trampas sucias para no aburrirte por la tarde, y ayer arrancaste el techo a tu refugio de bambú. Te has convertido en el fantasma que tanto te asustaba hace unos años, y tus redobles de tambores no convencen a nadie: hoy son los laberintos los que huyen de los niños. Quédate con mi pedazo de cielo, porque he dejado mi baraja sin comodines y conozco demasiado bien la rugosidad de mis interruptores.