6 de enero de 2008

D5

Ya recuerdo cómo terminaba el cuento. Tenía una historia escrita en morse entre tus clavículas, pero ni la más remota idea de cuál iba a ser el final. Pues bien, resultó que cada uno de los desvíos en la carretera me llevaba un poco hacia tus treinta y tres vértebras, de modo que no tuve más remedio que quedarme a vivir allí, congelado en un abrazo permanente. Buscando siempre la escapatoria más rápida, los refugios imposibles sobre el tablero de ajedrez de las paredes derrumbadas, en un círculo de caras conocidas y desconocidas y con un final feliz en la manga para cada uno de tus pensamientos un instante antes de dormir. Partiendo de la transparencia, nada debe asustarnos: lo que derribó nuestras antiguas torres de marfil fue la tendencia inevitable a cerrar los ojos cuando los pájaros levantaban el vuelo. Hoy no quedan pájaros, si acaso un par de ojos amarillos que parecen arder en mitad de la tormenta, y poco más. Por eso no es un error decidir que este es el kilómetro cero, aquí es donde comienza de nuevo el camino. Ahora que encontré tu quinta vértebra dorsal, debo volver a tomar clases de morse.

4 comentarios:

BLQ dijo...

Pues es una opción muy buena. Una vez que se ha perdido la oportunidad de coger lo bello por lo abstracto y dejarse llevar a un paraíso cercano donde disfrutar conjuntamente, lo mejor es pensar, hemos perdido la ocasión, comenzemos de nuevo... así escribir de nuevo el término de nuestra historia sin saber el final

Elena -sin h- dijo...

Quizás hasta se puedan reinventar los alfabetos, las palabras que no son posibles de pronunciar siempre saben mejor al tacto.

Me encanta leerte de/en nuevo.
Cerveza, cerveza, cerveza!

Estepa Grisa dijo...

tienes una escritura sublime.
me gusta leerte en silencio.


yo por amor intenté aprender esperanto, para ver si así me oía en otro continente

Esther dijo...

Abismo de tu blog, así lo llamaría, pero como me gusta leerte!..


Besos