6 de septiembre de 2008

vértigo y ecos

El acróbata siempre tiene la respuesta correcta, sea cual sea tu pregunta. Lleva más de una vida recorriendo el alambre, y aún no sabe qué encontrará al llegar al otro lado. Simplemente focos, murmullos y algún aplauso tímido. Cuando se siente a gusto cuenta que una vez estuvo a un paso de conseguirlo todo, pero que le faltó valor y dejó pasar la oportunidad. Por eso ahora se prueba a sí mismo en paseos interminables a quince metros de altura. Es capaz de desnudar tu alma sólo con mantenerte la mirada durante unos segundos, y eso te hace sentir vulnerable y a la vez cómodo, con una sensación de hogar que raras veces encuentras. Te enseña sus viejas fotografías, la caja de cartón donde guarda su vida ya gastada. Al final de la carretera dorada no hay ninguna señal para indicarte que ya has llegado, dice, y cada vez que caes lo único que te queda es levantarte y volver a intentarlo. El alambre está ahí para que tú camines sobre él, a pesar de lo fácil que resulta darte la vuelta y cerrar los ojos. Negar lo ocurrido.

El acróbata no ha perdido nada, porque nunca tuvo nada que pudiera perder.

3 comentarios:

Tormenta. dijo...

Así me siento yo a veces, encima de esa cuerda haciendo equilibrios, espero no caer nunca.

Besos,Jesús.

Estepa Grisa dijo...

el acróbata sólo debe tener miedo de perder el equilibrio, lo demás le cabe en una pequeña maleta, y eso porque no tiene bolsillos en el mallot.

Anónimo dijo...

el equilibrio creo que siempre es imposible