17 de noviembre de 2005

diapositiva de invierno

El bombero pirómano siempre apuesta al caballo perdedor, sólo porque le encanta romper sus boletos a la salida del hipódromo. Duerme con un ojo abierto y el otro cerrado, y no se fía de lo que los espejos puedan contar de él. De vez en cuando se da cuenta de que ni siquiera es el protagonista de su propia película, tan sólo un figurante sin frase; entonces suele acabar la noche en cualquier barra americana de mala muerte, contándole sus penas al contable con el nudo de la corbata aflojado y las gafas en el bolsillo de la chaqueta. Llena su mesa de tarjetas de visita con direcciones y teléfonos anotados, personas que sólo existen al otro lado de la línea si marcas el número equivocado; por eso sus dedos son un manojo de llaves oxidadas, por eso nunca sabe si va hacia algún sitio o si ya está allí. Es la confirmación de que todo puede ir todavía peor: incluso cuando las arañas se estén riendo de ti, aún hay un sótano más oscuro. Y ahora dime en qué me diferencio de él al abrir la nevera, dime si tú o yo somos el bombero. O sólo dos peones, acorralados en esquinas opuestas del tablero.

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