8 de enero de 2004

Tiempo muerto

Cada noche vuelvo a ese lugar entre tu cuello y mi alegría. La única razón para tirarle piedras al sol, y el rincón donde me refugio de la tormenta. Llenas las sábanas de pájaros que son tus manos en mi pelo, y tejes con media sonrisa una barandilla a la que asomarme. Pasaría el resto de mi vida abrazado a ti, soltándome sólo para contarle al mundo la verdad sobre el cielo. Detengamos la rutina cinco minutos, ahora que nadie nos ve.

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