30 de enero de 2004

Billete de vuelta

A menudo no nos dicen lo que queremos oír. Nuestra mochila, cargada de lunas en la playa y árboles del parque se puede convertir en un espejo que devuelva la imagen deformada. Los restos de chicle y colillas que encuentro en los peldaños de tu escalera son fotogramas perdidos sin lógica ni memoria. Para conseguir un pedazo de emoción no basta con rellenar unos cuantos folios, ni con poner los dedos de una forma determinada sobre el piano. Así sobrevivo, pero no llego más allá. Por eso cada frase es un esfuerzo único, una idea que vuela, un intento de recomponer las viejas fotografías que ya rompí un día. Dejo la chaqueta mojada en el perchero, me quito los zapatos, aflojo el nudo de la corbata. Me abro en canal buscando algo que decirte. Intento escribir lo que no dije, contar lo que no hice. Pretendiendo magnificar los recuerdos como quien riega una flor arrancada hace un minuto. Otras veces no es así, y en lugar de versos de plástico puedo ofrecerte juguetes de metal hechos a mano, con mecanismos rígidos y belleza desnuda. Pieles de manzana aún brillantes tras haber disfrutado del fruto que esconden. Después me levanto de la vieja silla de madera, cojo la chaqueta y voy a tu salón, para mirarte mientras planchas tus alas y unos vaqueros desgastados.

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