28 de marzo de 2004

Decadencia

Las teclas rotas de tu piano seducían con su belleza moribunda, y la luz de la calle no se atrevía a entrar a través de tus persianas con acento parisino. Lo trágico de mi devoción por tus maneras de acróbata invernal escapaba lentamente como el brillo que me deslumbró al cambiar por recortes de periódico tus velas consumidas. La certeza de que yo estaba aquí para levantarte se diluía entre tus lágrimas de cocodrilo. Nunca dudes en el último momento, te escuché decir a mi espalda mientras cerraba la puerta definitiva.

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