Te acercas con la intención de pedirme un nuevo salto mortal, pero ya no puedo: estoy demasiado lejos del alambre y sólo te ofrezco palabras sueltas, en caída libre. Mientras tus manos arden despacio, como un sol de medianoche. No me había fijado hasta hace un momento, pero hay papeles firmados en todos los rincones de tu beso panorámico. Más tarde, la oscuridad de un taxi a las cuatro de la madrugada, en el camino de vuelta hacia un territorio completamente nuevo y desconocido, las calles fugaces y los semáforos como una tregua. Una media sonrisa que se dibuja sobre el mantel, las sombras chinescas de tus manos al pronunciar los verbos más ocultos. Y en el último acto amaneces apoyada en la ventana, observándome, ajena al ruido de la calle y la vida latiendo ahí fuera. Es entonces cuando siento algo que tal vez pudiera transmitirte: girar en torno a ti nunca es hogar, sino flores marchitándose en un cenicero que se aleja a la deriva.
7 comentarios:
Érase una vez el hombre que no quería seguir siendo farandulista...
Besos brujos!
qué bien escribes
:)
Dios, me encantan tus palabras y todo lo que transmiten.
No dejes de escribir.
Un beso
No existe tal cosa como "El hogar", debieras saberlo ya, es una suculenta zanahoria para que los burros lleven la carga sin empacarse.
Beeeeeeeeeeeeso
Gracias! sólo puedo decir lo mismo de tus líneas: una manera preciosa de definir ciertos sentimientos...
Saludos!
De tus últimos escritos, éste es el que más me ha gustado.
Geniales las manos ardiendo; geniales los giros que no son hogar.
No hace falta que sea exactamente lo que tú querías decir pero a mí me evoca este texto una de las sensaciones más terribles que he tenido: estar al lado de alguien y sentir ya su ausencia irremediable. Desafortunados los que conocemos esta sensación, pero sino, no habría textos como ese. gracias
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