28 de noviembre de 2005

33 rpm

Todo vuelve a empezar, sólo hay que levantar la aguja y colocarla de nuevo en el primer surco, como si nunca lo hubieras hecho, como si no supieras lo que va a pasar desde este momento. Sólo fíjate en las postales que alguien pegó hace años en la ventanilla: viajes, ciudades exóticas, playas de arena blanca, juegas a cubrirlas con el humo mientras miras de reojo el teléfono negro, mudo y desagradecido que parece carcajearse. El armario está vacío, el papel de las paredes arrancado detrás del sofá, y la vida espera fuera. Yo voy desapareciendo poco a poco en un círculo de fuego, me despedazo entre tus dedos, y a nadie le interesa: hace un mes que la lluvia arrastró los restos del incendio, técnicamente no existo. Por eso subes el volumen, dejas que suene y grite y tape todo lo que debe ser tapado, para que sobre el barro puedas construir mañana otro palacio. Pero recuerda que la aguja sigue acercándose al centro, y algún día el disco quedará inservible. Yo soy el que corre, tú la que salta.