27 de abril de 2004

Equivocaciones, reparaciones

Diluyo mis probabilidades de error en buzones sin señas, y el pie de las escaleras está repleto de colillas; intento rellenar con lluvia los agujeros de la goma de borrar y vuelves a aparecer como el hambre o el sueño. Tu cara despeinada me da los buenos días, y tu voz me sabe a ceniza y a pan. Se agotaron las camisetas en el taller de la esquina, y sonríes en tu rincón al escucharme nombrarte. Las alarmas de incendios se alimentan de la duda y del miedo, como nuestras ganas de oler la arena, o esa forma de agitar la pierna izquierda cuando estás sentada. He perdido la cuenta de las veces que te he encontrado, aunque nunca nos quitemos el antifaz. En diez minutos entro en clase y buscaré una mesa en tus antípodas, para creerte en la distancia como un satélite: hoy no tengo ninguna prisa por romper los hechizos.

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