30 de septiembre de 2007

a sangre y hierro

Hay piratas que recogen del suelo las balas que un día me atravesaron, se golpean el pecho con ellas y fingen padecer lo mismo, mientras con la punta de la bota empujan mi cadáver colina abajo. En realidad el fondo del río está cubierto de despojos, de corazones incapaces de soportar otro asalto más, pero siempre aparece algún navegante incauto dispuesto a tomar prestado de aquí y de allá para hacerse una coraza de plástico y esconder la firma en el último cajón. Tu recuerdo me adelanta por la derecha, y lo primero que siento es un sabor dulce y amargo, a sangre y hierro. No tenía ni idea de lo que estabas diciendo, por eso no pude ni siquiera sentarme junto a ti, y cuando comenzaron a llover piedras ya estabas demasiado lejos como para escucharme pedir perdón. Había que estar allí, esperarte junto al metro, prender fuego a los puentes y estar dispuesto a apostarlo todo en la ruleta. Tú lo entendiste antes que yo y pudiste escapar a tiempo. Tu imagen es la bola de demolición en la papelera, no puedes usar el freno de mano a doscientos kilómetros por hora: estas cosas sólo se aprenden cayendo y volviendo a levantarte aunque eres consciente de que no puedes acabar entero. Otros eligen el camino fácil construido a golpe de ratón; así todo queda en familia. Tal vez un buen día traguen saliva y noten la sangre, el hierro. No saben lo que se están perdiendo.

4 comentarios:

Elena -sin h- dijo...

Ese sabor metálico no se olvida nunca, y cuando falta, nos encontramos desdoblando esquinas para recordarlo.
Un día lograré averiguar si yo supe entenderlo a tiempo.

Anónimo dijo...

Bueno...
Malo...
Lo mesmo dá...
Ahora existe el air bag...

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Me quedé sin combustible guapo, ¿Me da un empujoncito?