5 de febrero de 2006

nadie

- ¿Cómo te llamas?
- No voy a decírtelo. No quiero que lo olvides.

Dio un portazo al salir; supuse que de esa forma pretendía borrar todas las huellas, todo que ya era imborrable. Y los dos sabíamos que aquel gesto era el mejor punto final. Un minuto, tal vez una vida más tarde, decidí dejar de esperar su regreso. No había banda sonora ni decorado, sólo las primeras luces de un día amarillo. Un día de desierto. Permanecí sentado en una cama medio vacía, en un escenario medio lleno, contemplando una puerta blanca cerrada. Sentí algo que se derramaba, tal vez la certeza de que nunca volveremos a contarnos cuentos con las manos, ni intercambiar humo de cigarrillos por papeles cuadriculados. Fuimos durante unas horas un proyecto de hábito colgado en el espejo del baño. No podremos volver a reírnos, nos hemos reído tanto en tan poco tiempo que ya sólo nos quedan ganas de ser honestos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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