3 de octubre de 2005

inmersión

La mujer-raíz siempre tiene sueño, está hecha de hierba y cristal, y su pasado es sólo un montón de sombras alargadas. La mujer-pétalo da abrazos que son una caída constante, un viaje de ida sin vuelta con destino a ningún lugar. Los besos de la mujer-hiedra son cicatrices, huellas de otros hombres, siempre arrastrando sus pies como una maldición. Cuando miro en los ojos de la mujer-papel, descubro que no hay nada; llego demasiado tarde y ya se ha desvanecido. La mujer-lazo va dejando imperdibles y monedas de latón en cada papelera, y la mujer-recuerdo te romperá el corazón en mil pedazos si no tienes cuidado. Con sólo agitar el fantasma de la mujer-arena, se mezclan en mi boca todos los sabores que he vivido, es una fruta prohibida que viaja de incógnito en sobres sin remite. Temo encontrar lo que no busco entre los rizos de la mujer-roca, y la mujer-espejo no me permite mentir, me obliga a vivir todo el tiempo en la misma sensación de desgarro. Por eso, cuando alquilo mi soledad, cuando tropiezo con alguna de ellas entre las páginas de un periódico, siempre intento evitarlas. No quiero que descubran que mis engranajes se oxidan con la humedad de sus lágrimas: los hombres de plástico no flotamos en agua salada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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