4 de agosto de 2004

Días en rojo

Nunca me acostumbraré a tus regalos. Abrir el cajón y verlo repleto de pedazos de vida hace que las nubes se desplacen más rápido sobre mi cabeza, y las luces se enciendan y apaguen al ritmo de tus pasos de puntillas. Aún aprieto entre mis dedos la huella que dejaron unas horas compartidas, un segundo medido en años luz; mi cámara sigue cargándose en un rincón de mi habitación... Los pájaros que más madrugan nos enseñaron a querer equivocarnos y levantarnos al día siguiente, como en los sueños retransmitidos a prueba de balas; como una sesión doble con palomitas en el último cine de verano, donde quererte es una necesidad más allá de toda gramática. He empezado a vivir y a hacer planes para dos, tal vez no haya suficientes estrellas que soplar esta noche, pero no supone ningún problema: fabricaremos más. De momento sólo puedo regalarte mi desorden, mis cambios de ritmo, las sinfonías de los defectos que te cuento y mi pulmón de hierro como aval.

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