20 de agosto de 2004

No forzar la cerradura

Me gusta escribirte con la misma canción sonando una y otra vez; acaba y vuelve a empezar, como una banda sonora permanente que acompañe a mi sonrisa permanente. Tarde extraña, con sillas de aluminio en las terrazas de los bares, bisagras oxidadas, sol y lluvia. Gente que camina con prisa a todos sitios, y gente que ocupa toda la acera para no ir a ningún sitio. Todos los bolígrafos pierden su muelle, las calculadoras dejan de funcionar al llegar agosto, y eso sin contar la huelga de bolsas de papel a la salida de los supermercados. Resérvame un sitio junto al alféizar, ofréceme un plan apetecible y tal vez logres hacerme gritar mentiras. Si subes demasiado rápido a la superficie puedes pasarlo mal, todo es cuestión de saber sentarse bajo la sombra y no llamar demasiado la atención. En la plaza del barrio, la normalidad de las citas a ciegas está aniquilando conciencias a golpe de poesía robada; el hombre de la flauta consigue menos recaudación los días de fiesta, y yo me enredo con tus dedos mirándolo todo desde una esquina.

No hay comentarios: