La última vez fue parecida a todas las demás, pero algo ardía en el fondo del vaso, como una premonición. Había dejado las ventanas de casa abiertas, y las llaves puestas en la cerradura: muy poco que perder, y quien quisiera llevarse algo de allí, no conseguiría más que promesas incumplidas y trozos de futuro desperdigados por el suelo. Estaba en la parada de taxis, la espalda apoyada sobre el cartel del último concierto. Recuerdo verte a lo lejos, caminando despacio, casi a cámara lenta, plano americano. Sin banda sonora, no te hacía falta. Luz natural. Supe en ese instante que había encontrado el núcleo, el centro sobre el que orbitar sin pasar dos veces por el mismo punto. Siempre venías de la misma forma, yo sentía que el resto del mundo era idiota por no darse cuenta. No tenía nada que ofrecerte, salvo los despojos que no interesan en la casa de empeños, pero a ti parecía no importarte. Tu mirada decía que pocas cosas se te resistían, eras un mapa de carreteras secundarias, calles secretas en una noche fría. Mi problema es que nunca supe lo que quisiste decir cuando estabas tan cerca que podía ver a través de tus ojos, y entonces todo se vuelve una lengua extraña, un recorrido cubierto por la niebla. El error es más pequeño cuanto más me aproximo a cero, decías, pero el peaje es demasiado caro y nunca llevo más de dos monedas en el bolsillo. Así que nos limitábamos a prender fuego a sobres sin sello, a arrojar recuerdos desde la ventanilla del coche pensando que si conseguíamos borrar lo que habíamos sido por separado, ya no habría razón para no sonreír a oscuras. Cuando se nos acabó la gasolina, ya no había nada que quemar. Tampoco podíamos ir más lejos, ni siquiera dar media vuelta y desandar el camino. Todo estalló, rebotó y chocó contra las paredes de la habitación, pero en el silencio más absoluto. Las huidas de invierno son duras, los días son demasiado largos y las noches nunca duran lo suficiente como para compensarlo. Aún así, tú repites: no digas que no te avisé cuando desaparezca nuestro futuro.
7 comentarios:
¿Puede realmente desaparecer el futuro?
Esto esta muy bueno..."Siempre venías de la misma forma, yo sentía que el resto del mundo era idiota por no darse cuenta. No tenía nada que ofrecerte, salvo los despojosque no interesan en la casa de empeños, pero a ti parecía no importarte ".... escribes mu bien, mucha gente tiene un blog, y lo usa como un medio de expresión básicamente...pero no todos los hacen bien...tu si...
La frase final es demoledora. Y la explosión anterior, de las peores. De esas sin nada físico que las descubra. Sin terror ni gritos ni lágrimas. Un golpe sordo, un eco en el pecho de repente, y adiós...
Gran texto.
No digas que no te avisé cuando descubras que el futuro nunca aparece.
Leyéndote he vuelto recordar lo que se siente cuando el corazón se le sale a uno de las bisagras...
Uf.......
todo tiene su tiempo de caducidad...
Es el primer blog en que escribo. Hace tiempo que las palabras escritas dejaron de tener para mí más significado del que es obvio.
Bravo.
Has resucitado más neuronas de las que puedo matar engulliendo tequila entre la soledad de mis acompañantes.
Asesin@!!!!!
Acabas de cargarte de un plumazo a la monotonia.
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