9 de septiembre de 2005

Quinta Avenida

El hombre del sombrero de copa me dice frases que duelen, y la chica de nylon sabe de qué estamos hablando; hay una puerta de hierro que se levanta doblándose sobre sí misma, como una serpiente metálica, y al fondo dos faros de un coche esperando a salir con el motor en marcha. Saber que todo se ha acabado de repente, que nunca volveré a saber nada de ti. Nunca volveremos a compartir acordes de piano ni la palabra “fin” cuando se enciendan las luces. Se parece a lanzarse por la ventanilla de un avión en llamas, nunca sabes si estarás mejor o peor. Tal vez esa cadena que ahora intento romper resulte ser imprescindible para avanzar; pero desde tu hombro todo se ve exclusivamente en tres colores, y la realidad da bastante vértigo cuando te vuelves intangible. Por eso me siento cómodo atrapado en los envoltorios de regalos navideños, con luces intermitentes deslumbrándome y ese olor a plástico recalentado. Antes de marcharte, procura barrer todos los calendarios que rompimos aquella tarde que no podíamos dejar de reír de amargura.