29 de marzo de 2005

Cold Water

Contigo los días eran como flores abriéndose más allá de cualquier mirada. Tu capacidad para recogerte sobre ti misma tenía sabor y peso específico, textura reconocible y respuesta a las preguntas más interiores. Eras mantenerse en el alfeizar y aferrarse a las ganas de vivir, de volver a levantarse tras el huracán. Un rayo partiendo la realidad gris de este lado, arrancando la tela que me ocultaba de la luz y el calor del sol. Por eso yo te notaba inalcanzable, lejana ahí arriba, intangible. Yo tan sólo podía imaginar y tú ya eras pura realidad, papeles amontonados en el suelo, en cajas de zapatos, camisas arrugadas, ojos vendados, depósitos que empiezan y una puerta entreabierta; a veces cable de teléfono retorcido o bolsas negras como una nueva forma de jugar, de inventarnos en nuevas dimensiones. Un billete de avión nos unió durante más tiempo del que ambos habíamos previsto, el espejo que revienta en un millón de reflejos y todos con tu sonrisa grabada a fuego en cada veta. Nuestra forma de acompasar los latidos del otro era el vuelo rasante sobre todo lo que ya no nos importaba, borrando cada cicatriz; vital como cada uno de tus gestos. Por eso cuando te marchaste no dejaste hueco: me bastaba con entrecerrar los ojos y sumergirme diez centímetros más. Allí, al volver la página, te encontraría de nuevo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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