10 de febrero de 2005

nido

Hoy es el día de sonreír a las sillas, de sentir cómo me bailas entre el mapa de mi mano y el lunar de tu clavícula. Me apetece compartir contigo la larga noche, la visita a los amigos que nunca cierran, y esas tres palabras que no significan nada si no salen de tu boca. Me sobra el calendario cuando cierro los ojos y apareces en la penumbra, cuando por fin mojo mis manos para arrancarme el polvo y se caen todos los muros: hoy ordeno la arena y no escribo ningún nombre de domingo con iniciales. Me elevo sobre las cartas marcadas, veo las penas alejarse pequeñitas desde el ojo de buey de tu camarote y remo hacia tu orilla. Bebo de ti, cada rellano tiene una letra de tu nombre escrito en un sobrecito de azúcar blanco. Cuando no nos queden promesas para que sigan sonriendo los sauces del parque nos fijaremos en tijeras de colores y libros desencuadernados. Te presto mi llave para que puedas entrar en mi alma cuando yo esté de viaje; necesita ventilación diaria como yo necesito ver tus ojos reflejados en el cristal del vagón. Recojamos los alfileres que el frío derramó y disfrutemos el desayuno en aquella terraza de marfil con vistas a tu pelo. Yo invito.