25 de diciembre de 2004

Orilla mojada

Bailar con ella era robar versos en idiomas desconocidos, correr de madrugada por la calle desierta, vaciar los ceniceros en el lavabo, dos tickets para la primera sesión de la tarde, clases de coreano, probar a acariciar las nubes desde la ventana, entre las antenas del edificio de enfrente. Un papel con una esquina doblada, el tintineo de unas llaves en el bolsillo. Discos desordenados encima de la mesa y el crujido del taburete en el la bemol. Su mano apoyada en el sofá a dos centímetros de mi pierna, transmitiendo energía por inducción; los globos de las paredes justificando nuestra decisión de celebrar su cumpleaños en la zona menos iluminada de su propia fiesta. El ruido de nieve cayendo, pasos en la gravilla, Mary Higgins Clark junto a un semáforo en verde, estatuas de luz en la Plaza de las Flores, 49 teclas de un piano desdentado, un autobús cortando pasos de peatones como toallas verdes después de la ducha. Al amanecer siempre quedan vasos rotos en el suelo y pocas ganas de recoger, dos sonrisas flojas y un bolígrafo sin tinta.