15 de octubre de 2004

Paraguas extraviados

Salgo de la tienda y tres minutos más tarde me doy cuenta de que he olvidado el paraguas dentro. Ya he perdido demasiados, pero no vuelvo a por él. En cambio doblo la esquina y ahí está otra vez: el hombre del arpa, con las cuerdas de colores y discos con su fotografía en la portada, apoyados en la funda a sus pies. Siempre que lo veo me parece estar viendo un fantasma, un accidente entre el sonido de móviles, como un recorte del pasado perdido en plena avenida.
Sigo caminando y vuelvo al parque, a buscar un abrigo, un olor entre la gente. Nunca te encuentro, pero tal vez andar de aquí para allá tras tus pasos es todo lo que puedo hacer, lo que quiero hacer. Ahora llueve con más intensidad, y las gotas hacen brillar la madera de todos los bancos menos de uno. Allí, entre hojas de castaños y revistas viejas, una chica mira con ojos distraídos unos apuntes de psicología. Sus gestos parecen aprendidos en películas de Godard, en versos aún no imaginados que ponen letra a la música de Coltrane. Me pregunto si aceptaría mi mañana de octubre como regalo.
No podemos buscarnos en otras personas, aunque a veces desearía poder apagar la luz, para que a oscuras nadie notara la diferencia.

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