9 de junio de 2004

Baila en mi calle

Estos días siento especialmente tu ausencia, cuando el peso de los termómetros nos hace desear más noches sin dormir. Aquel taxista fumador de pipas que discute sobre cualquier tema me ha vuelto a sorprender con tus verdades desde el otro lado de la ventanilla de seguridad: “sobre la barra del local de la esquina alguien dejó un anillo de madera sobre una servilleta escrita; una mujer así merece realmente la pena...” y siempre he preferido colocar los libros que me regalas en la estantería de mi dormitorio. Le robo un segundo a cada hora para regalarte un soplo de aburrida teoría, unos y ceros, las luces apagadas y las trompetas con sordina. Conoces mis claves de acceso, mi mapa del tesoro, una canción con tu voz. Todo parece venirse abajo, menos un número de teléfono y una promesa de abrazo. Son días en los que tu cascabel es la ventana abierta entre kilos de papel desperdiciado.

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