Recuerdo las cuerdas,
su roce, quemándome la piel
al desprenderse de las muñecas.
Verlas caer al suelo con un golpe sordo
como si formaran parte de mi cuerpo roto.
También recuerdo campos,
verdes, amarillos,
algunos rojos,
y una eterna carretera negra
atravesando el paisaje baldío
como una sombra del cielo.
Subiendo montañas para después bajarlas,
viendo todas las estaciones deslizarse
en un único día que duró varios años.
Y al llegar a casa,
tras haber superado todos los obstáculos,
descubrir que nada había cambiado:
que los peores perseguidores,
las tormentas más terribles,
seguían aferradas a mi cuello
igual que la culpa y el miedo en los días oscuros.